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A contracorriente

Apenas entrada la noche, en la víspera del segundo domingo de Pascua, se apagó hace diecinueve años la vida de un santo: Juan Pablo II. Era 2 de abril; era el Domingo de la Divina Misericordia, fiesta instituida por él unos años atrás. Quiero rendirle un sencillo homenaje recordando algo de lo que nos dijo en la explanada de Tor Vergara, en Roma, a los más de dos millones de jóvenes congregados para la Jornada Mundial de la Juventud y el Jubileo del Año Santo 2000. Juan Pablo II nos llamó “centinelas de la mañana” y, partiendo de la experiencia de incredulidad del apóstol Tomás, dijo: “Todo ser humano tiene en su interior algo de Tomás; es tentado por la incredulidad, y se plantea las preguntas fundamentales: ¿es verdad que Dios existe?, ¿es verdad que el mundo ha sido creado por Él?, ¿es verdad que el Hijo de Dios se ha hecho hombre, ha muerto y ha resucitado? La respuesta surge con la experiencia que la persona hace de su divina presencia”.


Tomás dudó de la Resurrección de Cristo. El Maestro les había anunciado varias veces su Pasión, y que moriría y resucitaría, y había dado pruebas de ser el Señor de la vida... Sin embargo, la experiencia de su muerte había sido tan fuerte que todos tenían necesidad de un encuentro directo con Él para creer en su resurrección: los Apóstoles en el Cenáculo, los discípulos camino de Emaús, las piadosas mujeres junto al sepulcro. También Tomás lo necesitaba. También nosotros lo necesitamos. Y añadió el Papa: “... también hoy creer en Jesús, seguir a Jesús siguiendo las huellas de Pedro, de Tomás, de los primeros Apóstoles y testigos, conlleva una opción por Él y, no pocas veces, es como un nuevo martirio: el martirio de quien, hoy como ayer, es llamado a ir contracorriente para seguir al Maestro (...) Quizás a vosotros no se os pedirá la sangre, pero sí ciertamente la fidelidad a Cristo; una fidelidad que se ha de vivir en las situaciones de cada día”.


Y entonces se refirió a los matrimonios y su fidelidad, a los novios y su pureza en las relaciones, a los amigos y su lealtad, a los consagrados y su perseverancia en la vocación, a los que viven la solidaridad en un mundo donde vale sólo el provecho y el interés personal, a los que trabajan por la paz y ve estallar nuevos focos de guerra, a los que creen en la libertad y experimentan que continúan nuevas formas de esclavitud, a los que luchan por la vida y asisten a sucesivos atentados contra ella y contra el respeto que se le debe... “¿Es difícil creer en un mundo así? -continuaba el Papa-. Sí, es difícil; no hay que ocultarlo. Es difícil, pero con la ayuda de la Gracia es posible”. Por desgracia, hoy, a muchos cristianos de Siria, Irak, Egipto, Sudán…, y ante el silencio vergonzante de muchos, sí se les está pidiendo la sangre.


En 2004, preparándonos a la JMJ de Colonia, Juan Pablo II dijo a los jóvenes: “Vosotros, queridos jóvenes, ¡no tengáis miedo de proclamar en toda circunstancia el evangelio de la cruz! ¡No tengáis miedo de ir a contracorriente!”.

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