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Domingo VI Pascua

Del santo evangelio según san Juan 14,15-21

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él.»


 

Debemos encuadrar el presente pasaje en el marco, un tanto amplio, de la segunda parte del evangelio (cap.13-20) -suprema manifestación de Jesús en su pasión, muerte y resurrección-, y en el más restringido de los “discursos” después de la Cena y antes del relato de la pasión. Dentro, pues, de la Exal­tación del Señor y de sus efusivas comunicaciones a los discípulos. Amistad, cordialidad, familiaridad, manifestaciones profundas y cariñosas antes de su muerte.

Jesús se va. Y se va al Padre. Y esta su ida desata una serie de noveda­des que ponen al descubierto el misterio relacional de su persona: Jesús y el Padre, el Padre y Jesús; Jesús; y los suyos, los suyos y Jesús; el Padre y los discípulos, los discípulos y el Padre; y con unos discípulos, y con otros, Padre e Hijo, la figura saliente del Espíritu Santo. Mirando, pues, hacia arriba, Jesús, en vías de Exaltación, nos descubre y nos comunica su realidad trinitaria y, mirando hacia nosotros, su corazón de hermano para introducirnos en él. Algunos temas y pormenores.

Podemos comenzar por una observación de tipo literario: toda la perícopa parece sostenerse, a modo de bóveda, sobre dos pilares simétricos. Lama­mos a esto inclusión. El versículo 15, comienzo de la perícopa, se repite temá­ticamente en el 21, final de la misma, y relaciona el amor a Jesús con el cumplimiento de sus mandatos. Ese tema, pues, debe considerarse con el cumplimiento de su voluntad. Por muy simplista que a uno parezca – amor y mandatos, ¿cómo no? -, y por muy paradójico que a otros se les antoje – ¿cómo? ¿amor y mandatos? -, la relación de uno con los otros ha de abrirnos un maravilloso mundo de saludables referencias y contrastes. Al fin y al cabo, el tema es central en la muerte de Cristo: (Jn 10, 17-18). Pero el estilo de Juan no permite una mera reiteración del tema; ha de haber siempre un progreso. Y así es de hecho: del amor a Jesús a través del cumplimiento de su voluntad se salta, en maravillosa cabriola teológica, al amor que el Padre y el Hijo profesan a esos tales y a la consecuente manifestación-comunica­ción que hace de sí mismo a quienes lo aman. ¡El discípulo es amado por el Padre y por el Hijo en una admirable participación de su gloria! He ahí otro gran tema.

Dentro de la inclusión, como jardín de flores, surgen implicaciones miste­riosas, pero naturales – misterio trinitario -, el son del Espíritu Santo y la permanencia del fiel en Jesús y, por él, en el Padre. Respecto al primer tema, el don del Espíritu, nótense los calificativos de «Paráclito» – consolador, abogado, defensor… – y de «Espíritu de la Verdad» – de comunicación salví­fica de Dios en Cristo; nótese, también, respecto a su permanencia, la serie de preposiciones «con», «junto a» y «en» vosotros que señalan su papel res­pecto al mundo y su presencia vivificadora de experiencia inefable en la co­munidad y en las personas: «conoceréis». En lo tocante a la permanencia de los fieles en Jesús, nótese la gracia que se les promete de participar de su vida gloriosa, ya aquí en el Espíritu, de forma misteriosa, ya en la vida plena con Dios, resucitados en su resurrección. La breve fórmula de inma­nencia del v.20 es de profundidad y amplitud insospechada; así también nuestra realidad en Cristo.

Reflexionemos

El evangelio – de Juan este domingo – nos obliga a centrar nuestra aten­ción en Cristo, en su misterio. Su recia personalidad salvífica ha de ser con­templada bajo los aspectos – varios y coherentes – que resalta la lectura evangélica. Es capital el tema del amor a su persona y de la guarda de sus mandatos como su expresión más legítima. La revelación cristiana integra maravillosamente el amor con el mandato: el precepto, por amor, de amar en el precepto, y el amor, por precepto, de prescribir el amor en la ejecución de los mandatos. Debemos examinar la pureza y calidad de nuestro amor a Cristo en la disponibilidad y empeño en cumplir sus mandatos, que no pue­den ser otra cosa, en última instancia, que disposiciones de amor para el amor. Hay que amar en la manera y modo en que el amado desea ser co­rrespondido. Salirse de este marco es caer en el mar de los subjetivismos, veleidosos y anodinos, que no conducen sino a la deformación del amor y de los amantes.

Vinculado a este tema podemos recordar el amor que Jesús y el Padre nos profesan, si sabemos corresponder. De hecho la fuente del amor es el Padre, y Jesús, su expresión más perfecta. Dios, según S. Juan, es amor. También caben aquí las consideraciones que surgen de la segunda lectura: vinculación del fiel a Cristo y participación en su misterio. El cristiano ve las cosas cristianamente y cristianamente las transforma en medios de salvación. La pasión del Señor es la pasión del cristiano, como la pasión del cris­tiano es la pasión del Señor.

Es también capital el tema del Espíritu Santo. Y hasta más importante, quizás, en la liturgia de hoy, habida cuenta de las lecturas primera y ter­cera y del momento que celebramos, VI domingo de Pascua – antesala ya de la Fiesta de Pentecostés. El don del Espíritu Santo es el don por excelencia del Resucitado; no se entendería la Exaltación de Jesús sin la efusión de este precioso Don. Es acontecimiento pascual primario. No en vano lo relaciona Juan con el Cristo que va a ser exaltado: Jn 14, 26;15, 26; 16, 7-13, además de éste. Las perspectivas de sus misterios son múltiples y reveladoras. Los mismos calificativos de «Paráclito» y «Espíritu de la Verdad» ya dan de por sí significativas pautas. Añádanse las relaciones ya con el Hijo – «yo pediré» – y el Padre -, ya con nosotros, respecto a nuestro enfrentamiento con el mundo – «Abogado» – y respecto a la introducción a la vida trinitaria – «en vosotros», «lo conocéis».

La primera lectura puede encuadrarse muy bien en este tema en dimen­sión eclesial: bautismo, imposición de manos, don del Espíritu. ¿Qué duda cabe que el pasaje evoca el acontecimiento de Pentecostés? Bonito texto para la teología del sacramento de la confirmación.

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