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Foto del escritorJosé Antonio García López

El culto a los ídolos. Origen y consecuencias.

(Sb 14,11-31)

 

Y llegamos al centro del texto que se ocupa de la idolatría, que también es el centro de esta segunda digresión que trata sobre los falsos dioses. Ya te expliqué que de los tres tipos de cultos falsos el peor va a ser el último, el más reprobable. Pero creo que el autor considera más peligroso el culto a los ídolos. Por eso se detiene mucho más en éste, por eso lo coloca en el centro.


Es verdad que hay detalles en este texto que nos suenan como algo propio de otra época, como algo muy lejano. Pero también es verdad, cada vez estoy más convencido, de que este tema es muy actual para nosotros. Hay personas que no soportan que haya alguien por encima de ellas diciéndole lo que tienen que hacer, que no soportan estar subordinadas a nadie. Pero al mismo tiempo tampoco pueden soportar verse solas en este universo, sin nadie al que acudir, sin un apoyo externo.


Así que se soluciona creándose un dios a tu propia medida, según tus gustos. Alguien o algo que se deje manejar por ti y que al mismo tiempo te dé el consuelo de poder acudir a él, pedirle cosas, esperar en su influencia en los acontecimientos de la historia. Este modo de actuar no resiste una crítica lógica, claro. Pero es muy usado. Fíjate en las personas que te rodean. Mírate tú mismo y verás que también lo usas. Con otras formas, de otros modos, pero es la tendencia a controlar a Dios. Es el mismo pecado del origen: seréis como dioses (Gn 3,5) y aquella se lo creyó. Y en esas estamos.


Es un texto más largo de lo que estás acostumbrado. Léelo con calma. Vuelve atrás si te hace falta. Primero explica cómo se crea el culto a los ídolos. Luego te habla de sus consecuencias.

 

Por eso los ídolos de las naciones también serán juzgados,

 porque se han hecho abominables entre las criaturas de Dios,

 ocasión de tropiezo para las almas de los hombres

 y una trampa para los pies de los necios. 

12La invención de los ídolos fue el comienzo de la infidelidad

 y su descubrimiento trajo la corrupción de la vida. 

13Porque no existieron al principio ni existirán eternamente. 

14Entraron en el mundo por la necedad de los hombres

 y por eso tienen marcado un fin inmediato. 

15Un padre, afligido por un luto prematuro,

 hace una imagen del hijo repentinamente arrebatado;

 al que ayer era hombre muerto, hoy lo venera como un dios,

 e instituye iniciaciones mistéricas para sus subordinados. 

16Con el tiempo se consolida la impía costumbre y se observa como ley. 

17Por decreto de los soberanos recibían culto sus estatuas

 y como la gente que vivía lejos no podía venerarlos en persona,

 representaba su figura lejana,

 haciendo una imagen visible del rey venerado,

 para adular con fervor al ausente como si estuviera presente. 

18La ambición del artista contribuyó a extender este culto,

 incluso entre quienes no lo conocían, 

19pues este, deseoso sin duda de complacer al soberano,

 forzó hábilmente el parecido para que resultase más hermoso. 

20La multitud, seducida por el encanto de la obra,

 considera ahora objeto de culto al que poco antes honraba como hombre. 

21Y esto se convirtió en una trampa para los vivientes,

 pues los hombres, víctimas de la desgracia o de la tiranía,

 dieron el nombre incomunicable a piedras y leños. 

22Además, no les bastó con equivocarse en el conocimiento de Dios,

 sino que, inmersos en la guerra cruel de la ignorancia,

 dan a esos males tan graves el nombre de paz. 

23Así, con sus ritos infanticidas, sus misteriosos secretos

 y sus delirantes orgías de rituales extravagantes, 

24ya no conservan puros ni la vida ni el matrimonio,

 sino que se matan a traición unos a otros o se infaman con adulterios. 

25Reina por doquier un caos de sangre y crimen, robo y fraude,

 corrupción, infidelidad, desorden y perjurio; 

26desconcierto entre los buenos, olvido de la gratitud,

 contaminación de las almas, perversiones sexuales,

 desórdenes matrimoniales, adulterios y libertinaje. 

27Porque el culto a los ídolos sin nombre

 es principio, causa y fin de todos los males. 

28Los idólatras o se divierten frenéticamente, o profetizan oráculos falsos,

 o viven en la injusticia, o perjuran con ligereza. 

29Como confían en ídolos sin vida,

 no temen que el jurar en falso les ocasione daño alguno. 

30Pero les aguarda un doble castigo:

 porque al seguir a los ídolos se han hecho una idea falsa de Dios

 y porque han jurado injustamente y con engaño, despreciando la santidad. 

31Pues no es el poder de aquellos por los que se jura,

 sino la condena que merecen los pecadores

 quien persigue siempre las transgresiones de los malvados.

 

Recuerda que nuestro autor tiene un concepto bien positivo de la creación material. Todo lo que ha hecho Dios es bueno, está muy bien hecho. Pero los ídolos no los ha creado Él. Por eso no son buenos. Así que en el párrafo anterior ha dicho nuestro autor que eran malditos. No los ha creado Dios.


Me viene a la memoria algo que vimos muy al principio del libro, y creo que tiene su paralelismo con esto. Allí hablábamos de los impíos, seguro que lo recuerdas. Ellos pensaban que con la muerte se acababa todo, y por eso se creían autorizados a cometer toda clase de injusticias (cfr. Sb 2,1-11).


Allí disolvió su argumento de un plumazo: Dios no hizo la muerte (Sb 1,13). Pues algo así. Dios no ha creado los ídolos: no existían desde el principio ni existirán para siempre (Sb 14,13). Pone dos ejemplos de cómo se puede crear una religión, un culto a una figura hecha por mano de hombre: el dolor de un padre que pierde a su hijo, el deseo de agradar al gobernante de turno. Ese inicio, más o menos legítimo, se ve animado por la codicia del artesano, que obtiene ganancia de él.


En el libro de los Hechos de los Apóstoles se narra un acontecimiento que sucedió en la ciudad de Éfeso cuando San Pablo estaba allí predicando el evangelio. Los fabricantes de figuras de la diosa Artemisa vieron en eso un peligro para su negocio, y montaron una revuelta en toda regla contra los cristianos. Tuvo que ser un momento tenso, muy violento. Incluso la autoridad civil tuvo que intervenir para calmar los ánimos (cfr. Hch 19,23-40). Pero lo importante no es explicar el origen de este tipo de cultos. Basta con que quede claro que es una invención humana. No viene de Dios. No es parte de la Creación. Lo importante son las consecuencias. El autor lo repite en dos ocasiones, hacia el principio y hacia el final del párrafo que acabas de leer, con palabras diferentes, pero con parecido contenido: el culto a los ídolos es principio, causa y fin de todo mal (Sb 14,27, cfr. Sb 14,12).


Este mismo argumento lo encontramos en San Pablo (cfr. Rm 1,18-23). Si no existe un Dios que ha creado todo, si lo que tú llamas dios lo has hecho tú, u otro como tú, no existe ninguna autoridad superior a la que tengas que rendir cuentas. ¿Qué te impide hacer el mal?


El argumento es paralelo al de los impíos del principio del libro. Ellos pensaban que todo se acababa con la muerte. Entonces todo está permitido. San Pablo nos lo resume de un modo magistral, citando a Isaías: si los muertos no resucitan, comamos y bebamos que mañana moriremos (1Co 15,32, cfr. Is 22,13). El autor se detiene en los pecados que son consecuencias directas de estos cultos: desórdenes sexuales, violencia y mentiras. Son realidades. Es cierto que, por su interés didáctico, el autor se detiene en los detalles más llamativos. Pero también es verdad que se daban esos desórdenes, especialmente en los cultos mistéricos. Y ciertamente estaban en auge en esa época.


Pero no se nos debe olvidar que lo peor no son los desórdenes que se cometen en esos actos de culto, sino el principio que ha repetido por dos veces: todos los males morales vienen de sustituir a Dios creador por una criatura. Y esto es muy actual. Quizás ahora más que en la época del autor. Sólo una cosa más, que me he vuelto a alargar demasiado. Después de hablar del culto al soberano, el autor nos habla de una guerra a la que se le da el nombre de paz (cfr. Sb 14,22).


Quizás te suene lo que solemos llamar “Pax Augusta”. En la liturgia de la noche de Navidad, la Iglesia, para localizar en el tiempo el momento del Nacimiento del Salvador, usa la expresión “estando el Universo en paz”, justo después de haber citado explícitamente al emperador Octavio César Augusto. Desde su fundación, Roma siempre ha estado en guerra. Guerra que, habitualmente, era de conquista. Llega un momento en que, por fin, se considera que ya se puede vivir en paz. Pero, para un romano, vivir en paz significa que los enemigos por fin ya están sometidos. Significa que no hay peligros de revueltas, que las fronteras están bien afianzadas. Y eso sucedió en época de Augusto, el primero de lo que hoy llamamos emperadores romanos. Una paz hecha de conquistas, de masacres, de imposiciones. Cierto. Éste es otro de los detalles de este libro que nos permite fecharlo precisamente durante su mandato.

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