(Sb 13,10-19)
En el centro de esta digresión sobre los falsos dioses está el tema de los ídolos. Mientras los filósofos consideran dioses cosas hechas por el mismo Dios, principios naturales, seres celestes. Ahora bajamos un escalón. En el contenido y también en el lenguaje. El autor desciende a un lenguaje concreto para tratar de explicar a la gente corriente, sin demasiada cultura, lo erróneo que es llamar dios a algo que ha hecho un hombre como tú.
Este tema es el más amplio de todos. Al autor le preocupa especialmente. Lo ve como un verdadero peligro para los lectores. La presión de la cultura griega y romana imperante, la necesidad de participar en los cultos públicos para ser admitidos en las asociaciones gremiales, el deseo de progresar dentro de la administración romana, son factores que pueden empujar a muchos a participar de estos cultos, aunque sólo sea de modo externo. Y el autor quiere dejar clara su falsedad.
Dividimos este texto en cinco partes principales. Como de costumbre lo más importante, a ojos del autor, estará colocado en el centro. Al principio y al final encontraremos explicado cómo se llega a producir el culto a un ídolo. En el principio hablaremos de un carpintero y al final de un alfarero. Acercándonos al centro el autor nos habla de la actuación de Dios. Antes del pasaje central nos hablará del diluvio, y después del cuidado con su pueblo elegido.
En el mismo centro del pasaje vemos el origen y las consecuencias del culto idolátrico.
El texto que vamos a leer ahora es muy claro, y también muy plástico. Permite incluso imaginarse el proceso de la fabricación del ídolo y el posterior culto. Es un texto muy real y al mismo tiempo tremendamente irónico. En ocasiones el mejor modo de enseñar una verdad clara es la ironía. Facilita el derribo de opiniones erradas.
El primer versículo introduce el tema. Es una definición de en qué consiste un ídolo. Después nos describe el proceso de fabricación de un ídolo, un pasaje cargado de ironía. Y finalmente, saca las consecuencias de lo irracional que es este culto. Aunque esté hablando de una realidad alejada de nuestra cultura, sin embargo, también es aplicable a otros cultos abundantes en nuestra cultura actual.
Léelo, ríete, imagina la escena concreta, que eso es lo que quiere el autor. Por lo menos eso creo yo.
Son, pues, unos infelices, con la esperanza puesta en cosas sin vida,
los que llamaron dioses a obras hechas por manos humanas:
oro y plata labrados con arte, representaciones de animales
o una piedra inútil, esculpida hace mucho tiempo.
11Pongamos por ejemplo a un carpintero:
tala un árbol de fácil manejo,
lo descorteza hábilmente y, trabajando con destreza,
fabrica un objeto útil para usos comunes.
12Con los desechos de su trabajo
se prepara una comida que le deja satisfecho;
13y con el último desecho que para nada sirve,
un palo torcido y lleno de nudos,
lo coge y lo talla en sus ratos de ocio;
y con destreza reposada lo modela
hasta sacar una imagen humana
14o la figura de cualquier vil animal.
Lo embadurna de minio, pinta su cuerpo de rojo
y recubre todos sus defectos.
15Luego le prepara una hornacina digna
y lo coloca en la pared asegurándolo con clavos.
16Para que no se le caiga, toma sus precauciones,
sabiendo que no puede valerse por sí mismo,
pues es una imagen y necesita ayuda.
17Sin embargo, le reza por su hacienda, bodas e hijos,
sin avergonzarse de hablar con un ser inanimado;
pide la salud a quien está enfermo,
18ruega por la vida a un muerto,
solicita ayuda al más torpe
y un viaje feliz al que ni siquiera puede andar;
19y para las ganancias, las empresas y el éxito de sus tareas,
pide ayuda al que menos puede dársela.
La idolatría consiste en adorar como dios a una obra hecha por manos del hombre. Sencilla la definición. Pero ya sólo con esto basta para desmontarla. La fabricación de un ídolo viene relatada en tres etapas. En cada una de ellas va descendiendo, desde lo más valioso a lo más inútil. Hasta que llega a lo más bajo de todo, el ídolo.
El buen carpintero corta un árbol, lo trabaja con destreza y se fabrica una vasija útil para la vida cotidiana. Con los restos de esa madera, con lo que no ha servido para fabricar la vasija, enciende un fuego con que cocinar. Y sólo queda aquello que ni tan siquiera vale para prenderle fuego, el último desecho que para nada sirve, un palo torcido y lleno de nudos (Sb 13,13). Pues con eso se fabrica la estatuilla.
Eso sí, hay que pintarlo bien para que no se vean sus muchos defectos. Necesita una casita, una hornacina, para protegerlo, no sea que se dañe. Hay que sujetarlo a la pared, porque se nos puede caer y destrozarse. Él mismo no es capaz de mantenerse. Y esta estatuilla, el ídolo, es lo que lo va a salvar de los peligros que acechan su vida.
Y vienen una lista de contradicciones. Sabemos lo que le gustan a nuestro autor las contraposiciones de elementos de dos en dos, para que se vea con claridad la diferencia entre unos y otros. Le pide la salud a algo que es muy débil, la vida a lo que está muerto, ayuda a algo inexperto, le pide un buen viaje al que es incapaz de usar sus pies, y destreza para los negocios al más inútil de los seres (cfr. Sb 13,17-19).
El tema de la crítica a la idolatría aparece con frecuencia en la Escritura. Era uno de los mayores peligros para los israelitas. De hecho, fue el pecado por antonomasia que cometió nuestro protagonista, Salomón. Dejándose influir por sus muchas mujeres extranjeras, llegó a rendir culto a sus dioses (cfr. 1Re 11,1-7).
Es cierto que en nuestro mundo no es habitual ver personas que piensen que una estatuilla los va a salvar de un peligro. Pero sí que nuestras gentes buscan felicidad y salvación en cosas que son creaciones humanas. En esto no hemos avanzado demasiado. Y creo que este texto nos puede ayudar a desenmascarar estas idolatrías actuales.
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