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Foto del escritorJosé Antonio García López

El culto a los ídolos. Un madero en el agua.

(Sb 14,1-10)

 

Seguimos hablando de obras hechas con madera. Pero ahora nos metemos en el mundo de la navegación. Es difícil para nosotros imaginarnos lo arriesgado que era el transporte por mar hasta hace bien poco tiempo.


Un trozo de madera, así es como define nuestro autor a un barco. Y así era. Más o menos grande, con sus velas y sus remos, pero un trozo de madera en medio de una inmensidad de agua. Sólo el sol y las estrellas sirven para situarse, y cuando está nublado no se pueden ver. Sólo se puede contar con el viento para desplazarse, los remos no sirven para mucho en una travesía larga.


Expuesto a muchos peligros. Una tormenta puede surgir en cualquier momento, y eso no es extraño en el Mediterráneo. Eso es lo que provocaba que gran parte del año la mar estuviera cerrada. No hay navegación durante los meses más fríos del año.


Y luego están los ataques de otros barcos. Aunque de niños quizás nos han presentado una imagen simpática de los piratas, pero era bastante habitual que los barcos mercantes fueran capturados, junto con sus mercancías, y también las personas, que en esos casos todo es mercancía. Así que hacía falta mucho valor para hacerse a la mar. Es un mundo tremendamente hostil e inseguro.


Pues de eso habla el autor en este párrafo. Léelo, es corto. Hay un momento en que vuelve a hablar de Noé, fíjate.

 

Hay también quien, dispuesto a embarcarse para cruzar el mar encrespado,

 invoca a un leño más frágil que la embarcación que lo lleva. 

2A esta la inventó el afán de lucro,

 la construyó la pericia del artífice. 

3Pero es tu providencia, Padre, quien la pilota,

 porque incluso en el mar abriste un camino

 y una senda segura entre las olas, 

4mostrando así que puedes salvar de todo peligro,

 para que se embarque aun el inexperto. 

5No quieres que las obras de tu sabiduría sean estériles;

 por eso los hombres confían sus vidas a un leño insignificante,

 y, cruzando el oleaje en una balsa, llegan sanos y salvos. 

6Ya al principio, cuando perecían los soberbios gigantes,

 la esperanza del mundo se refugió en una balsa

 que, pilotada por tu mano, legó al mundo una semilla de vida. 

7Bendito el leño que se utiliza para la justicia, 

8pero el ídolo hecho a mano, maldito él y quien lo hizo;

 éste porque lo fabricó, aquél porque, siendo corruptible, fue tenido por dios. 

9Dios aborrece igualmente al impío y su impiedad 

10y la obra será castigada junto con su autor. 

 

En los primeros versículos nos habla de la navegación en general. Al centro, más o menos, del párrafo tenemos la alusión al diluvio. Y acabamos con una maldición. La palabra que se puede traducir como leño aparece tres veces, que son muchas en un texto tan corto (cfr. Sb 14,1.5.7).


Seguro que sabes qué es un “mascarón de proa”. Pues de eso es de lo que nos habla el texto. Eran figuras de dioses a los que se les encomendaba la protección del barco en sus travesías. El argumento es muy parecido al que hemos visto antes. Un madero tan pequeño tiene que proteger al barco entero. En los Hechos de los Apóstoles aparece un barco que llevaba como mascarón de proa la imagen de los Dioscuros, Cástor y Pólux (cfr. Hch 28,11).


No son los hombres los que aseguran el buen desarrollo de la travesía. Les desborda la dificultad. Es la misma Providencia divina la que toma el timón y se encarga de que la nave llegue a puerto.


Por eso es tan ridículo pensar que es la pequeña imagen que lleva el barco en su parte delantera la que los va a proteger. En los versículos seis y siete el autor se refiere al diluvio y al arca de Noé.


En el libro del Génesis se nos habla de los gigantes, inmediatamente antes de la narración del diluvio (cfr. Gn 6,4). No define demasiado bien quiénes eran estos personajes. Los volvemos a encontrar cuando, durante la travesía del pueblo de Israel por el desierto, Moisés decide enviar una expedición para reconocer el país de Canaán antes de la conquista. Aquellos espías nos cuentan que habían visto gigantes. Se ve que eran buenos mozos: hemos visto también gigantes, y éramos ante ellos como saltamontes (Nm 13,33).


Antes de comenzar la serie de las siete comparaciones el autor recordó rápidamente algunos acontecimientos de la historia de la salvación. Seguro que lo recuerdas. Allí también hablo de Noé, y había una expresión que fácilmente se podía aplicar a la Cruz de Cristo: la Sabiduría salvó al justo conduciéndolo por medio de un madero sin valor (Sb 10,4).


Pues en el texto que acabas de leer encontramos otra expresión que también ha sido aplicada al madero de la Cruz muchas veces: bendito el madero por el que se produce la justicia (Sb 14,7). Mucho más si entendemos justicia en el sentido en que se usa en el Nuevo Testamento, como la liberación de los pecados, como el proceso porque nos convertimos de pecadores en santos, capaces de cumplir la voluntad de Dios.


Y, justo después de la bendición que acabamos de leer, viene la maldición. Maldito sea el fabricante de los ídolos, y malditos también ellos, que son una mentira, una falsa apariencia de Dios.

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