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Foto del escritorJosé Antonio García López

El culto a los animales

(Sb 15,14-19)

 

Y con este texto acabamos ya esta segunda digresión. Bueno, más bien damos por finalizadas las dos digresiones que vienen a formar como un bloque.


No sé si te acuerdas, ya hace mucho tiempo de eso. Después de la primera comparación, la que hablaba del agua (cfr. Sb 11,1-14), el autor anticipa las que van a ser la segunda y las tercera de las comparaciones, las que vienen justo detrás del texto que vas a leer ahora. Allí nos hablaba de los animales, y del culto que los egipcios le tributaban (cfr. Sb 11,15). Esa mención dio pie a la primera de las digresiones, la de la moderación en el castigo (cfr. Sb 11,15-12,27) que acaba haciendo referencia de nuevo a la adoración de los animales (cfr. Sb 12,27). Allí empezó esta segunda digresión que estamos leyendo, la de los cultos falsos, y concluye, otra vez, con la zoolatría, el culto a los animales.


Ya dijimos al principio de esta digresión que había una gradación, de menos a más, en la gravedad de estos cultos. Y el que se lleva la palma, el que gana por goleada a los demás, es la adoración de animales vivos. Ésta es una realidad propia de Egipto. Egipto es el enemigo, el opresor por antonomasia del Pueblo Elegido. Lo fue durante el cautiverio de más de cuatrocientos años, y lo es en el momento en que este libro se escribe.


Los judíos que viven en Alejandría están sometidos a una presión constante que les incita a abandonar la fe de sus padres para poder prosperar en una cultura politeísta. Recuerda que también te dije, hace ya algún tiempo, que, aunque este tipo de religión es la más despreciable de todas, sin embargo, es mucho más peligroso el culto a los ídolos.

Así que, aunque este texto está dedicado a la adoración de los animales vivos, sin embargo, más de la mitad del espacio la dedica a la idolatría.


Lee el texto. Intenta imaginarte una historia de cientos de años de rivalidad y de opresión de Egipto hacia Israel. Y esto cristaliza en la crítica de sus costumbres.

 

Pero los más insensatos de todos y más ingenuos que un niño,

 son los enemigos que oprimieron a tu pueblo, 

15pues tuvieron por dioses a todos los ídolos de las naciones,

 cuyos ojos no les sirven para ver,

 ni la nariz para respirar,

 ni las orejas para oír,

 ni los dedos de las manos para tocar

 y cuyos pies son torpes para caminar. 

16Pues los hizo un hombre,

 los modeló un ser de aliento prestado

 y ningún ser humano puede modelar un dios a su semejanza. 

17Al ser mortal, sus manos impías producen un cadáver

 y vale más él que los objetos que adora,

 pues él tiene vida, mientras los otros jamás la tendrán. 

18También adoran a los animales más repugnantes

 que comparados con los demás son los más estúpidos; 

19no tienen belleza alguna que los haga atractivos como a otros animales

 y se quedaron sin la aprobación de Dios y sin su bendición.

 

Comienza con una breve presentación. Egipto es el enemigo, el opresor. Y también es el más insensato, el más desgraciado (cfr. Sb 15,14). Pero inmediatamente vuelve al tema de la adoración de los ídolos. Y en esto también Egipto es el peor, en él se encuentran todos (Sb 15,15). Estamos acostumbrados a que nuestro autor, en ocasiones, exagere los datos para que el mensaje quede claro. Pero en este caso concreto no creo que sea una exageración.


Alejandría es una ciudad muy grande, un puerto que controlaba gran parte de la navegación del Mediterráneo oriental y del Nilo. En los Hechos de los apóstoles, en la narración del viaje de San Pablo hacia Roma, encontramos dos barcos diferentes que son de Alejandría y que viajan hacia Roma (cfr. Hch 27,6; 28,11). Era también una puerta que comunicaba Asia con Europa y África. Una ciudad cosmopolita y variada. Yo creo que seguro que allí, en esta época, encontramos todos los dioses a los que se da culto en el mundo de entonces. O, por lo menos, casi todos. En este caso el exagerado no es nuestro autor, sino la misma sociedad alejandrina de los siglos I antes y después de Cristo.


Todas las criaturas son buenas, todas han salido de la mano de Dios y están bien hechas. Sobre todas ellas recae la bendición divina. Esto es lo que piensa nuestro autor, apoyándose en la lectura de los relatos de la Creación, en los primeros capítulos del Génesis. Pero, después del pecado, el texto nos habla de una criatura a la que se le retira la bendición: por haber hecho esto, maldita serás entre todas las bestias (Gn 3,14).


Pues aquí también pasa lo mismo. Es tan grave el desorden que se produce cuando un hombre adora a un animal como si fuera un dios, que esto lleva al autor a afirmar que se quedaron sin la aprobación de Dios y sin su bendición (Sb 15,19). Y se acaba el largo paréntesis de las dos digresiones.


Y volvemos a las comparaciones que es la materia de esta parte del libro. Ya vimos la primera antes de esta larguísima interrupción. Ahora nos quedan seis más.


Vamos a ello.

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