Y desaparecen los impíos. Dejan de hablar ellos y toma la palabra el autor del libro haciendo de narrador.
Me llama la atención que cambie el número gramatical en las palabras. Hasta ahora hemos venido hablando del justo (Sb 5,1) y de los impíos (Sb 4,16). Pero en este breve texto cambiamos, se nos habla del impío (Sb 5,14) y de los justos (Sb 5,15). Va saliendo la verdad. Los impíos van desapareciendo poco a poco.
Querían ver cuál era el final, y ahí estamos. En lo que nosotros solemos llamar el Juicio Final. ¿Cómo acaban uno y otros?
Léelo, es breve, pero definitivo.
14Sí, la esperanza del impío es brizna que arrebata el viento,
espuma ligera que arrastra el vendaval,
humo que el viento disipa,
recuerdo fugaz del huésped de un día.
15Los justos, en cambio, viven eternamente,
encuentran su recompensa en el Señor
y el Altísimo cuida de ellos.
16Por eso recibirán de manos del Señor
la magnífica corona real y la hermosa diadema,
pues con su diestra los protegerá
y con su brazo los escudará.
No hay mucho que comentar de este texto. El contraste entre los dos tipos de personas está muy marcado. Y más si tenemos en la memoria aquellos párrafos en que los impíos se creían poderosos y despreciaban al justo por pensar que era débil.
Ahora, en el momento de la verdad, el impío da la cara. No es más que espuma, ceniza, pelusilla, polvo, escarcha, humo. Cualquier viento se lo lleva y desaparece.
Me parece muy expresiva la comparación con el recuerdo de un huésped de un solo día (Sb 5,14). ¿Quién se puede acordar de él?
Los justos, sin embargo, viven para siempre, por toda la eternidad. El Señor, Él mismo, los coronará como reyes, y los protegerá. Nadie podrá atacarlos ya.
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