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El misterio de Dios

Santísima Trinidad – Ciclo A



“La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con todos vosotros”. Así concluye Pablo su segunda carta a los cristianos de Corinto. Son las palabras finales de la segunda lectura de hoy, las mismas que tantas veces dirigimos a la asamblea celebrante al inicio de cualquier acto litúrgico. Y es que cuando nos reunimos, no lo hacemos en nombre propio o de alguien particular: es Dios quien nos convoca, y Dios es “familia”, “comunión”. Cuando concluimos una oración o un salmo repetimos “Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo”, y al final de la Plegaria Eucarística -centro y núcleo de la misma Eucaristía- proclamamos la doxología que sintetiza todo el misterio celebrado: “Por Cristo… a Ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria…”.


Tres personas, un solo Dios. Este es el misterio que hoy celebramos, la fiesta de la Santísima Trinidad, un día que nos invita a la contemplación, la interioridad y la oración profunda desde el silencio, para escuchar a Dios que nos ama y nos habla. Hoy, celebramos a Dios, “el que ama, el amado y el amor” -en palabras de San Agustín-, “misterio de comunión y de amor”. El escritor francés Michel Fédou nos lo describe así: “misteriosa comunión de tres que no son sino uno, como la raíz que produce el árbol y el fruto, la fuente de la que procede el arroyo y el agua, el sol del que procede el rayo y la luz que sale del rayo”.


Misterio inabarcable por la razón, pero misterio creador, redentor y santificador para el hombre. Lo importante no es tanto “entender” a Dios, sino poder “experimentar el poder transformador” de Dios, sentir su presencia amorosa, reconocerle en su acción diaria. Y es que uno no es ni será cristiano por la razón o por la inteligencia del misterio, sino por la experiencia del encuentro gratuito con Dios, que se hace el encontradizo en las circunstancias concretas de la vida.


Por otro lado, el Evangelio de hoy nos presenta la esencia del cristianismo. Suelo repetir que este versículo -Jn 3,16- es el resumen de toda la Biblia: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan Vida Eterna”. Tanto me ha amado Dios a mí, que Jesucristo, por obra del Espíritu, realiza la voluntad del Padre y ofrece su vida por mis pecados. Él paga mis deudas, “sus cicatrices me han curado”.


Hoy celebramos la Jornada Pro-Orantibus, donde presentamos a Dios nuestra oración por los religiosos y religiosas de Vida Consagrada Contemplativa. Ellos son la manifestación del vivir plenamente en Dios, del vivir “sin propio”, de la radicalidad en el abandono... Y son la afirmación de que éste es nuestro destino definitivo. “Generar esperanza”, es el lema para este año 2023.


Ante la fiesta de hoy, la fiesta de la intimidad de Dios, sólo nos queda -como a Moisés en el Sinaí- la contemplación y la adoración.


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