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¡Feliz año nuevo!

Glosa dominical

Domingo I de Adviento


No, no se me ha ido la olla olvidando el día en que me encuentro, ni tampoco me he dejado arrastrar por la ola comercial que ya nos anuncia la Navidad. Pasa que estas líneas quieren ser una reflexión para aquellos que, dejándose inundar del Espíritu Santo, un día verán regeneradas sus vidas y, conformados con Cristo, serán testigos de un amor que desborda límites y fronteras y hace posible la construcción del Reino de Dios. Para los que así pensamos y creemos, ya desde ayer, tras las primeras Vísperas del Domingo estamos en un nuevo Año Litúrgico, tiempo de gracia, regalo de Dios para los hombres, en el cual, llevados de la mano del evangelista Mateo, iremos desgranando los hechos y las palabras de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, el “Dios-con-nosotros”. Y como la Palabra de Dios no cae en vacío, sino que siempre riega y fecunda el corazón del que se deja empapar por ella, nuestras vidas se irán transformando a imagen de Jesucristo a lo largo de los próximos doce meses.

​Estamos en Adviento, y eso quiere decir Esperanza, espera confiada en el paso del Señor. Ciertamente es un tiempo de escasas cuatro semanas; pero más allá de ello, la condición normal del cristiano es vivir en “continuo adviento” porque, como indicaban los Padres de la Iglesia, hay tres venidas del Señor: la primera en humildad, como niño nacido de María en la pobreza de Belén, la segunda en gloria y majestad como describe Juan en el libro del Apocalipsis, y la tercera la que día a día podemos experimentar cada uno cuando se hace el encontradizo en nuestra vida cotidiana como amigo y compañero de camino. La primera la recordaremos y celebraremos en la última parte del Adviento y en el tiempo de Navidad; la segunda la deseamos y pedimos en las primeras semanas de este tiempo con aquél grito esperanzado: ¡Ven Señor Jesús! La venida intermedia, la tercera, es la que cada día de nuestra vida debemos desear y buscar.

​No caminamos solos en la espera. Nos acompañarán con su experiencia de Dios algunos testigos privilegiados de ese amor transformante: Isaías el profeta, con sus invitaciones a la esperanza y que nos muestra un Dios salvador; María, la Madre, que supo esperar y abandonarse a la voluntad de Dios; Juan el Bautista, que pregona la llegada del Mesías; José, el padre y custodio, el hombre del silencio y fiel al proyecto de Dios; Juan de la Cruz, el hombre enamorado de Dios; Eulalia de Mérida y Lucía, mártires de la fidelidad al esposo… ¿Cómo podríamos andar desesperanzados con estos compañeros?

​Llega el Adviento haciendo resonar la voz esperanzada del Dios de la ternura. Cuatro domingos donde escucharemos: ¡Velad!, ¡Preparad el camino!, ¡Estad siempre alegres!, ¡Dios-con-nosotros! Cuatro gritos que vienen a despertarnos del sopor y a invitarnos a la búsqueda, al encuentro con el Dios de la vida. En el horizonte… un niño nos espera, ¿cómo no caminar con alegría?

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