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Jacob y José

(Sb 10,10-14)


Un repaso rápido a la historia de estos dos personajes. Los lectores ya la conocían de sobra, no necesitan que les recuerden los detalles. Sólo se detiene en señalar su relación con la Sabiduría.


Seguimos con la técnica de la contraposición entre los que la acogen y los que la rechazan. Es una lucha continua. En ocasiones parece que los impíos van ganando. Pero la victoria final sólo puede llegar de la mano de la divina Sabiduría. Esto nos recuerda los textos que leímos en su momento sobre el justo perseguido (cfr. Sb 2,12-20).


Si no recuerdas bien la vida de Jacob y la de José, échale un vistazo antes, para poder comprender mejor los detalles del texto (cfr. Gn 27-35; 37; 39-46). Está cargado de alusiones.


Y ahora léelo. Parece mentira que se pueda hacer referencia a tantos acontecimientos con tan pocas palabras.


Al justo que huía de la ira de su hermano 

 lo guio por caminos rectos, 

 le mostró el reino de Dios 

 y le dio a conocer las cosas santas; 

 le dio prosperidad en sus trabajos 

 y multiplicó el fruto de sus esfuerzos; 

11lo asistió contra la avaricia de sus opresores 

 y lo colmó de riquezas; 

12lo defendió de sus enemigos, 

 y lo protegió de los que lo acechaban; 

 y, tras duro combate, le concedió la victoria, 

 para que supiera que la piedad es más fuerte que todo. 

13Ella no desamparó al justo vendido, 

 sino que lo libró de caer en pecado; 

14bajó con él a la cisterna 

 y no lo abandonó entre las cadenas, 

 hasta entregarle el cetro real 

 y el poder sobre sus tiranos; 

 demostró la falsedad de sus calumniadores 

 y le concedió una gloria eterna. 


Algunas cosas, no muchas, que nos ayuden a entender mejor el texto. Primero hablemos de Jacob. Cuando habla del reino de Dios y de cosas santas está haciendo referencia a la visión en Jarán, cuando vio una escalera que subía hasta el cielo y los ángeles subían y bajaban por ella (cfr. Gn 28,10-19). Allí el Señor renovó la promesa que hizo a Abrahán sobre la descendencia y la tierra. En el Nuevo Testamento podemos descubrir una alusión a ese texto en los labios del mismo Cristo, allí haciendo referencia también a grandes secretos divinos que se han de manifestar en su momento (cfr. Jn 1,51).


Está claro que cuando el texto habla de los enemigos (Sb 10,12) hace referencia por un lado a su hermano Esaú y por otro a su tío Labán. Pero hay otro enemigo, en cierto modo, en la vida de Jacob. Cuando has leído tras duro combate, le concedió la victoria estamos hablando de la noche en que luchó contra el mismo Dios a orillas del torrente Yaboq (Gn 32,23-33). Aquí el premio, la palma, que consiguió fue un nombre nuevo: Israel.


De José se nos cuenta casi toda su vida sin decir casi nada. La envidia de los hermanos que lo vendieron después de bajarlo a la cisterna. La calumnia que sufrió por no consentir con el pecado, lo que le llevó a la cárcel. Finalmente, el poder real, o casi real y la victoria sobre sus enemigos.


Cuando el autor, al final del texto sobre José, nos habla de gloria eterna para él me viene a la cabeza la extraña disposición que hizo José cuando le llegó la hora de su muerte. Cuando estaba para morirse, José hizo jurar a sus hermanos que: con seguridad os visitará Dios, entonces llevaos mis huesos de aquí (Gn 50,25). Quería José que su recuerdo permaneciera cuando el Señor cumpliera su promesa de entregarles la tierra que había prometido a Abrahán.


Cuando, más adelante, encontramos el relato de la salida apresurada de la tierra de Egipto, en la noche de la muerte de los primogénitos, el texto del libro del Éxodo recoge este mandato, literalmente, palabra por palabra, y su ejecución por parte de Moisés (cfr. Ex 13,19). El recuerdo del justo, que confió en el Señor y no se dejó llevar por la tentación, permanece para siempre, incluso físicamente, entre los hijos de Israel a lo largo de los siglos.


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