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La fuerza del Espíritu

El Espíritu es el protagonista de la liturgia de la Palabra de este domingo. Cristo no deja huérfanos a los suyos, pues permanecerá entre ellos de un modo nuevo, distinto, por medio del Espíritu que Él mismo comunicará a la Iglesia mediante el ministerio de los Apóstoles, para que cada cristiano “dé razón de su esperanza” y pueda soportar la cruz que conlleva ser fiel a la vocación: “Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la Verdad”.


"Cristiano" es "aquel que ha tenido la gracia del encuentro con Jesucristo vivo y resucitado", encuentro transformante que ofrece seguridad en el presente y esperanza para el futuro. Cuando Jesús en cierta ocasión preguntó a los discípulos si también ellos querían marcharse, Pedro respondió: “Y ¿dónde vamos a ir?, sólo Tú tienes palabras de Vida Eterna”. Ésta es la experiencia de cada cristiano, de cada hombre o mujer, niño, joven o anciano, que dedica su vida a que -con su palabra vacilante o con el testimonio a veces tembloroso- todos los que le escuchen o vean -compañeros de estudios o trabajo, amigos o familia, etc.- lleguen un día a conocer a Cristo y gozar de su misma vida.


Podemos sufrir penalidades, contradicciones y desprecios…, pero las superamos porque nos anima el Espíritu de la Verdad, y porque sabemos que llevamos el anuncio de la Verdad, aunque sea incómoda… Podemos “estar alegres en el sufrimiento” porque ser cristiano es tener la Vida, en mayúsculas. Podemos “dar la vida” porque “la hemos encontrado en Jesucristo”. No somos, no queremos vivir tristes y amargados... porque sabemos que “el cristianismo no es un conjunto de reglas opresoras, no es un pensamiento filosófico para los sabios, no es una ideología que te etiqueta... El cristianismo es el acontecimiento que cambia la vida del hombre, que sacia su hambre de amor y su sed de eternidad, que colma su corazón inquieto de una profunda y auténtica paz”. Son palabras de un Papa -Benedicto XVI- que nos invitaba a mostrar al mundo la belleza del Evangelio, la plenitud del “más bello de los hombres”, Jesucristo. Y ante esto no es posible echarse atrás.


A los jóvenes americanos reunidos hace quince años en Nueva York les dijo -y con ellos nos dice también hoy a nosotros-: “proclamen a Cristo Señor… ayuden a sus coetáneos a encontrar la verdad de sus vidas y del mundo… ayuden a otros a caminar por el camino de la libertad que lleva a la satisfacción plena y a la felicidad duradera”. Libertad y Verdad, dos palabras manoseadas y desvirtuadas por esta sociedad actual que, al no creer en ellas, esclaviza y relativiza.


Muchos jóvenes, y también con mayor asiduidad bastantes adultos, se preparan para recibir, en estos días, el Sacramento de la Confirmación, y están siendo invitados a “dejarse conducir por el Espíritu Santo”.

¡Adelante, y sin miedo!... Ellos y todos.

¡Tenemos la fuerza del Espíritu!

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