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La lámpara encendida

Domingo XXXII del Tiempo Ordinario – Ciclo A


¡Que llega el esposo, salid a recibirlo! Fue el grito que oyeron diez doncellas. Para unas -la mitad- este grito fue motivo de alegría; para la otra mitad, de abatimiento y desesperación. La espera había sido larga y… ¡todas se durmieron! Unas llevaban suficiente aceite para sus lámparas, a las otras se les acabó. Falta de previsión. Pocos de los lectores recordarán las antiguas lámparas de aceite, pero a la mayoría les resultará algo ajeno el caso. Quizás hoy se podría traducir por “quedarse sin gasolina” en un viaje, “quedarse sin batería” en la cámara de video ante un gesto irrepetible de nuestro hijo o, para los más jóvenes, que “se agote la carga del móvil” a mitad de esa más que interesante conversación en WhatsApp. Aún siendo ejemplos imperfectos, lo que nos indican es que el aceite de las lámparas, la batería de la cámara o la carga del móvil son imposibles de compartir.


En el texto evangélico no se trata de un bien material; el aceite es la experiencia de fe personal, y ésta es individual. Se podrá explicitar, podremos sentir y manifestar sus consecuencias, pero no la podemos compartir. Es propia. Y si no, preguntemos a esos padres que intentan transmitir su experiencia de Dios, su fe y sus creencias, a sus hijos; o a esa esposa que intenta convencer al marido de acudir a una catequesis o charla formativa, que ella sabe importante, pero que él no lo entiende así; y tantos y tantos ejemplos. La fe es la respuesta libre del hombre al encuentro previo y gratuito que Dios ha tenido con Él. Y la historia de amor de Dios con cada hombre es “personal e intransferible”. No hay egoísmo, pues, en la actitud de las cinco doncellas “sensatas”. ¡Ya hubieran querido que sus compañeras también entraran con ellas en la fiesta!


Tras el cambio horario de hace un par de semanas parece que se nos escapa el día, es como si hubiera menguado. Por otro lado, la noche está de moda: es el espacio propio de los jóvenes: ¡viven de noche! Para unos, la noche es espacio de encuentro y fiesta; para otros de libertad, autonomía y hasta de trasgresión. Pero al mismo tiempo hablamos de “noche” también para expresar la realidad oscura del mundo y el hombre, su tiniebla y su amargura. Vivimos en medio de una larga noche donde reina la cultura de la muerte y la violencia… Se ha desterrado al Dios de la vida y aparecen las sombras de la condición humana y mortal. Cierto, sí, pero también hay gente que mantiene la lámpara encendida: son faro que orienta y evita catástrofes, que indica el camino mientras se espera al Esperado, al Esposo que viene. La cuestión no es si el Señor viene pronto o se retrasa, sino que viene… y ¡viene siempre!, pero llega envuelto en los acontecimientos cotidianos, y pide estar en vela y con la lámpara encendida para reconocerlo.


Hoy celebramos el Día de la Iglesia Diocesana, bajo el lema “Orgullosos de nuestra fe”. Sintámonos “orgullosos de pertenecer a esta gran familia”, y seamos en ella “lámpara que ilumine, luz que refleje el amor de Dios, hombro de apoyo, palabra de consuelo...”. Nuestros hermanos, especialmente los que más sufren, nos necesitan.

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