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Moisés

(Sb 10,15-21)


Y ahora entramos por fin en el tema que nos va a acompañar hasta el final del libro, la salida de Israel de Egipto y su peregrinar por el desierto: el Éxodo. Este capítulo décimo hace como de transición entre el elogio de la Sabiduría y la memoria agradecida. Es un resumen, muy resumen, de la Historia de la Salvación, un recuerdo de los Padres, Abrahán, Isaac, Israel y José, que desemboca en el acontecimiento fundante del pueblo elegido.


Ahora nos presenta a Moisés y los acontecimientos más importantes de su vida. Luego se detendrá en ellos con más detalle en las siete comparaciones. Lee este párrafo, métete en la escena. Somos esclavos en Egipto. El Señor va a actuar con poder y nos va a convertir en un pueblo. Con nuestra propia Ley, con nuestro propio territorio.


Ella fue quien libró al pueblo santo, 

a la raza irreprochable de la nación opresora. 

16Entró en el alma de un siervo del Señor 

e hizo frente a reyes temibles con prodigios y señales. 

17Dio a los fieles la recompensa por sus trabajos, 

 los condujo por un camino maravilloso, 

 fue para ellos sombra durante el día 

y resplandor de estrellas por la noche. 

18Les abrió paso a través del mar Rojo 

 y los condujo a través de aguas caudalosas; 

19sumergió a sus enemigos 

 y luego los sacó a flote desde lo hondo del abismo. 

20Por eso los justos despojaron a los impíos, 

 cantaron himnos, Señor, a tu santo nombre 

 y celebraron a coro tu mano vencedora, 

21porque la sabiduría abrió la boca de los mudos 

 y soltó la lengua de los niños.


Alguna vez ya te he dicho que a nuestro autor le gusta, en ocasiones, exagerar un poco. Es un recurso habitual. Cuando quieres enseñar algo, que una idea se grabe con claridad en la mente del oyente, evitas dar todos los detalles. Sólo hablas de lo que puede ayudar a entender, y esto lo engrandeces, para que se pueda ver bien.


Habla el texto que acabas de leer de reyes temibles (Sb 10,16), pero en el relato del Éxodo sólo se nos habla de uno, al que llama Faraón, sin más. Los egipcios acabaron sumergidos en el Mar Rojo cuando las aguas se cerraron tras el paso de los israelitas, es cierto. Pero quizás llamar a esas aguas lo hondo del abismo (Sb 10,19) cuando acababan de pasar los judíos andando quizás sea un poco excesivo. Y cuando habla del pueblo de Israel lo califica como la raza irreprochable (Sb 10,15) y resulta que, según el mismo relato del Éxodo, el pueblo cometió bastantes pecados. 


Nuestro autor necesitará, más adelante, hacer alusión a un momento de rebeldía del pueblo durante la travesía del desierto (cfr. Sb 18,20-21). Pero incluso en ese caso lo hará de modo que apenas si se pueda entrever el pecado del pueblo. Una muestra más de la exageración como recurso didáctico. Hace alusión el texto, por dos veces, a un hecho que conocemos por el relato del Éxodo. Moisés dijo a los israelitas que pidieran oro y objetos preciosos a sus vecinos egipcios para la celebración de la Pascua. El Señor movió el corazón de los egipcios que fueron generosos y les prestaron estos objetos (cfr. Ex 12,35-36). Cuando salieron de Egipto se llevaron toda esa riqueza, por eso nuestro texto habla de recompensa (Sb 10,17) y usa el verbo “despojar” (Sb 10,20), que es el que se usa en lenguaje militar cuando los vencedores se hacen con todas las pertenencias de los enemigos muertos en la batalla, el botín. Es exactamente el mismo verbo que encontramos en el relato del Éxodo.


En el texto que acabas de leer, ya lo has visto, aparece la expresión Mar Rojo. Ya te he dicho, creo que varias veces, que es el único nombre propio que vamos a encontrar en el libro. Y esta expresión volverá a aparecer al final del todo (cfr. Sb 19,7), así el autor marca el principio y el final de esta parte de su obra. Los dos últimos versículos tienen un lenguaje desbordante, nos anticipan ya lo que vamos a ver a partir de ahora en este libro: cantaron himnos… alabaron… abrió la boca… soltó la lengua” (Sb 10,20-21).


Por un lado, hacen referencia al canto de Moisés y de todo el pueblo de Israel cuando pasaron el Mar Rojo y vieron la victoria contra sus enemigos. Es un texto bien conocido por todos los judíos y muy usado en la liturgia. Comienza así: mi fuerza y mi canción es el Señor, Él es mi salvación (Ex 15,2). Nosotros lo usamos, entre otras ocasiones, en la noche de Pascua. Pero, por otra parte, es la indicación de todo lo que sigue, hasta el final del libro. Estos nueve capítulos que nos quedan son un cántico a Yahveh, o a su Sabiduría, que es lo mismo. El autor nos va a llevar a cantar las cosas buenas que ha hecho en favor de su pueblo. Y cómo lo ha defendido contra sus enemigos.


Casi al final de lo que has leído aparece un vocativo cantaron himnos, Señor, a tu santo nombre (Sb 10,20). El autor se dirige directamente a Dios. Y le habla en segunda persona. Eso es lo que vamos a seguir viendo hasta el final de la obra. Es todo un canto, que a su vez es una oración. El autor habla directamente con Yahveh mientras va recordando sus beneficios.


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