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Padre, ten paciencia, aún somos adolescentes


Los que tenemos hijos en edad adolescente a menudo nos gustaría que esta etapa de la vida de los hijos fuese lo más breve posible. La razón es sencilla: la ruptura con los padres y el enfrentamiento están asegurados. No es un camino fácil de transitar, desde luego.

Durante el tiempo de adolescencia (del latín adolescere: crecer, madurar) se experimentan una serie de cambios de gran calado, de forma que algunos autores llegan a calificar este periodo de “segundo nacimiento”.

El distanciamiento que los adolescentes establecen con sus padres resulta necesario para alcanzar la madurez. Sin embargo, durante esta etapa, los hijos también necesitan sentir el amor de sus padres, que debe expresarse de una forma distinta: un amor incondicional que además sea respetuoso con los tiempos y las distancias.

Es precisamente este amor paciente el que les permite desarrollarse. Se sienten queridos a pesar de sus fallos y caídas. El amor de sus padres les reconforta y los dignifica. Los hijos son amados, perdonados y apoyados por sus padres, no como consecuencia de sus méritos, sino porque son hijos y eso basta.

Cuando esta etapa de crecimiento se completa de forma sana, el joven libremente restablece una nueva relación con sus padres, desde su madurez.

Siento que a menudo la relación con nuestro Padre-Madre Dios se parece mucho a la de un adolescente con sus padres. Nos separamos, nos enfrentamos, le damos la espalda, hasta que, por enésima vez nos volvemos hacia Él con la cabeza baja para recibir el abrazo que está deseando regalarnos.

Como Padre-Madre amoroso no coarta nuestra libertad, respeta nuestros tiempos y nos sonríe amorosamente cuando buscamos su mirada. Descubrimos la ternura de nuestro Padre-Madre Dios en el Salmo 103 y en la Parábola del hijo pródigo.

Rescata tu vida de la fosa, te corona de amor y de ternura. (Salmo 103:4).


El padre les dijo a sus siervos: «Pronto, sacad el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo, y vamos a celebrarlo con un banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado». (Lucas 15:11-32).


¡Qué suerte ser hijos de nuestro Dios! Gracias Señor, porque sabes ser un Padre-Madre paciente y amoroso con tus hijos adolescentes. Ojalá que durante esta etapa turbulenta de nuestras vidas sepamos percibir tu amor y tu misericordia para llegar a nuestra madurez unidos a Ti definitivamente. Amén.

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