Domingo XVII del Tiempo Ordinario – Ciclo B
Hasta el domingo día 1 de septiembre no volveremos a la lectura continuada del Evangelio de Marcos. Estos cinco domingos de verano, muy proclives a olvidarnos de lo cotidiano para darnos al descanso -totalmente necesario- y quizás a la relajación, incluso en nuestra vida de fe, descuidando así lo fundamental -y esto sí es peligroso-, la liturgia dominical va a desgranar un capítulo tremendamente clave del Evangelio de Juan. Es todo el discurso del Pan de Vida, que se inicia hoy con la multiplicación de los panes a orillas del lago de Galilea. ¡No nos despistemos!
Las narraciones de la multiplicación de los panes -hay varias en los evangelios- son anuncio de la intervención salvífica de Dios. El mensaje es claro y contundente: el pan compartido sacia el hambre de la gente, pero lo que verdaderamente se anuncia es que Jesucristo es el verdadero pan partido para la vida de los hombres.
Compartir es signo de solidaridad. El pan, fruto del trabajo del hombre y de la bendición divina, se multiplica en manos del profeta Eliseo para remediar el hambre de la multitud. Éste milagro de Bal-Salisá es anticipo del gran milagro realizado por Jesús junto al lago de Tiberíades. También hoy, como entonces, muchas personas se levantan cada mañana y salen a buscar trabajo para poder comer, y muchas -demasiadas- mueren porque no tienen nada para comer. De sus gargantas brota un grito débil y angustiado. Pero hoy, además, y como en todas las épocas, hay también hambre de valores humanos y cristianos… Y aquí viene lo peor -o lo malo-; porque si bien siempre habrá pobreza que atender y remediar, si no hay corazones sensibles a la comunión nunca habrá pan partido ni compartido. Y es que “compartir” significa precisamente esto: “partir con”. No se trata de dar de lo superfluo, lo que no me vale o me sobra; se trata de partir con el otro que es mi hermano que sufre escasez, sea material o espiritual, de cosas o de afecto, de cultura y salud, o de dignidad.
Dios nunca es indiferente al sufrimiento y a la soledad de los hombres; así lo demuestra en su Hijo Jesús que se compadece de aquella multitud hambrienta. Así lo continúa mostrando en cada cristiano -otro Cristo- que ejerce la caridad cotidianamente, y más en estos tiempos duros de crisis. Quien se compadece como Jesús, multiplica los cinco panes o los dos peces en sus manos. Somos ese muchacho del evangelio que pone a disposición del Maestro “lo que tiene”: él comparte para que Jesús parta. Resultado: todos son saciados… y sobra.
Es como el que en noche oscura enciende una vela: no disipa las tinieblas y, sin embargo, ilumina un espacio; quizás sea la primera, pero luego vendrán otras velas, y todas ellas unidas sí lograrán acabar con la tiniebla. Es el don de cada uno puesto en las manos de Dios lo que hace posible el milagro.
Os aconsejo una lectura refrescante para este “caluroso” verano: la Exhortación apostólica “Gaudete et exsultate” del Papa Francisco. Una auténtica joya.
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