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Pobreza de espíritu

¿Te consideras pobre? ¿Conoces quiénes son los pobres de espíritu? Hoy reflexionamos en torno a la primera Bienaventuranza.


 

Tras visualizar el vídeo de este día, te proponemos reflexionar y meditar con el texto siguiente. Después, como herramienta de ayuda para tu oración, puedes realizar el TEST DE TU POBREZA DE ESPÍRITU.


En Mateo se trata ante todo de una actitud interior, más que de una situación socioeconómica. Puede haber pobres ambiciosos, o amargados o resentidos que en modo alguno serian beneficiarios de esta felicidad.


a) ¿Quiénes son los pobres de espíritu?


El pobre ante sí mismo


El pobre de espíritu es ante todo desprendido con respecto a los bienes materiales. No los ambiciona, no los atesora, no se siente dependiente de ellos; no se desespera cuando los pierde. No considera que esté en ellos la fuente de su felicidad. No pone en ellos su confianza con respecto al porvenir (Si 5,1-3).


El pobre de espíritu es sencillo; gusta de las cosas simples. Rechaza cualquier tipo de competición, de montajes grandiosos. Siente repulsión ha­cia todo lo que es fachada, aparatoso, pretencioso, am­puloso (Sal 131 Pr 15,16-17). No gasta más de lo que puede para tratar de impresionar (Si 18,33). Como decía san Francisco “¡De cuántas cosas no tengo necesidad!” (Flp 4,1I-13; 1 Tm 6,8).


El pobre ante Dios


Pobre es el hombre de fe, que tiene una adhesión confiada en Dios obtenida tras la comprobación de la total inconsistencia de sí mismo y de sus propios medios. “Yo soy pobre y desgra­ciado, pero el Señor piensa en mí” (Sal 40,18).

Pobre es el que no acapara bienes para el futuro, pues sabe que se los darán por añadidura (Lc 12,31). Por eso no se inquieta qué comerá o beberá, o cómo se vestirá (Mt 6,25). No es altanero ni pone su confianza en lo inseguro de las riquezas (1 Tm 6,11-19).

Pobre es el que se abandona, el que no pide cuentas a Dios; el que acepta que en su pequeña inteligencia no puede comprenderlo todo (Lc 2,50). El que no se deja llevar por la rebeldía ante las desgracias inevitables, ni se queda bloqueado en sus reproches estériles.

Pobre es el que vive en la provisionalidad y no en la instalación; el que no tiene madri­gueras ni nidos (Lc 9,57). El que no es trabajador fijo, sino eventual; Su confianza para el futuro está básicamente en Dios.

Pobre ante Dios es el que no deja de reconocer sus pecados y no los disimula ni encubre (Lc 18.13). El que no está pagado de su propia sabiduría (Rm 8,1; 1 Co 3,16).

El pobre ante los demás


Pobre es el que entra en una relación no posesiva con las personas y las cosas. No busca retener a los demás para si, ni modelarlos a su imagen y semejanza. No los utiliza ni los culpabiliza para que se acomoden a sus deseos.


Pobre es el que no utiliza su dinero como instrumento de manipulación sobre los demás; no domina la vida de sus herederos a cuenta de la futura herencia para tenerlos controlados y sumisos.


Pobre es el que no asusta a los demás ni les intimida con sus méritos. No quiere ser temido, ni envidiado, ni adulado, ni cortejado, ni solicitado. Hace que los otros se sientan cómodos, bajen sus barreras, de despojen de sus máscaras (1 Ts 2,4-7).

Pobre es el que considera a los demás como superiores (Flp 2,3), Y no exhibe distintivos que le hagan quedar por encima: tratamientos, vestidos, gestos, protocolos, asientos especiales (Mt 23,5-6).


Pobre es el que no valora a los demás por lo que tienen. No se deja seducir por el brillo engañoso de los dones exteriores ajenos; no hace acepción de per­sonas; no mira lo de fuera, sino el corazón (1Sm 16,7).


Pobre es el que no escoge sus amistades en función de su dinero, su categoría social, su atractivo físico o personal, o de sus influ­encias, sino que prefiere la compañía y la amistad de los sencillos de los menos brillantes (Stg 2,1-3).


Pobre es aquél a quien no le importa el qué dirán. El que no tiene una fama que mantener ni que conseguir (Ga 1,10).


Pobre es el que se preocupa menos por legar a sus hijos un patrimonio, un estatus social o unos estudios importantes, cuanto por legarles unos valores morales, una fe, una capacidad de trabajo y disciplina, una generosi­dad.


Pobre es el que disfruta compartiendo lo que tiene, más que gozando en solitario.

Pobre es el convencido de que «hace más feliz dar que recibir» (Hch 20,35).


Pobre es el que lo tiene todo en común con sus amigos (Hch 4,32). El que se despoja de todo lo superfluo para remediar a pobreza de los demás (Lc 18,22; 2 Co 8,9).

 

TEST DE TU POBREZA DE ESPÍRITU


  • ¿Estarías dispuesto a perder una herencia antes que perder un hermano o un amigo? ¿Te irías al desempleo perdiendo un buen empleo antes que faltar contra tu conciencia? ¿Perderías un ascenso por no firmar un documento falso

  • ¿Escogerías un trabajo peor remunerado, o de menos categoría, pero que da un mejor rendimiento humano, social o evangélico?

  • ¿Comparas mucho lo que has conseguido en la vida con lo que han conseguido tus hermanos o tus promociones?

  • ¿En la escala de tus fantasías ocupa un lugar importante la deganar la lotería? ¿Te valoras a ti mismo o a los demás por su dinero, cultura, o posición social?

  • ¿Disfrutas lo que tienes, o andas siempre agobiado por tener más? ¿Te da más alegría dar que recibir?

  • ¿Eres mezquino en tus limosnas, en tus contribuciones?

  • ¿Te agobia mucho el futuro, te rodeas de seguros, o confías en Dios? ¿Acaparas cosas por si un día las necesitas?

  • ¿Darías algo que llenes reservado para satisfacer una necesidad futura, para aliviar una necesidad actual de tu hermano? -¿Gastas demasiado en caprichos y en gastos superfluos?

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