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Sal y luz

Glosa dominical Domingo V del Tiempo Ordinario


​Dos circunstancias-celebraciones muy cercanas a mí concurren en los próximos días. El próximo sábado día 11 se cumplirán 165 años desde que la Virgen María, la Inmaculada Concepción, se apareció en Lourdes a Bernardita Soubirous. “La señora me miraba como una persona mira a otra persona”, dirá esta iletrada y enferma niña. Juan Pablo II declaró este día Jornada Mundial del Enfermo. Por otro lado, el viernes día 10 somos convocados a vivir la Jornada de Ayuno Voluntario, a la que cada año nos invita Manos Unidas dentro de su LXIV Campaña contra el Hambre; y la víspera, el jueves 9, tendrá lugar el acto de Presentación de la misma con el lema “Frenar la desigualdad está en tus manos”.

​La Hospitalidad de Lourdes vive todo el año su amor y cercanía al mundo de la enfermedad y la ancianidad; convive, ora, visita, acompaña a cada enfermo, y se prepara para el gran acontecimiento anual que supone la peregrinación a la ciudad de María, ese “pequeño cielo en la tierra”. Los miembros de la Hospitalidad viven agradecidos cada día ese “amar, dar, servir y olvidarse” que centra su acción eclesial.

​Manos Unidas -“la organización de la Iglesia española para la promoción y desarrollo de los países del tercer mundo”- hace real y vivas las palabras de Isaías que hoy se proclaman: “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que ves desnudo, y no te desentiendas de tus semejantes. Entonces romperá tu luz como la aurora… y tu oscuridad se volverá mediodía”. Manos Unidas, con su trabajo diario, callado, pero persistente, nos recuerda que la solidaridad no puede ser cosa de un día, de un calentón del corazón provocado por cualquier tragedia humana, sino la consecuencia de vivir el Evangelio de Jesucristo, que hace de personas corrientes -vasijas de barro- apóstoles de la caridad, capaces de un amor sin fronteras.

​“Vosotros sois la sal de la tierra… sois la luz del mundo…”, son las palabras de Cristo en el evangelio hoy. “Sois”, en presente de indicativo. Cuando Dios convoca un pueblo no lo hace para provecho particular de nadie, sino en función de un mundo que peca de insípido, y que camina en tinieblas y necesita ser iluminado. “Vosotros sois la sal… vosotros sois la luz…”. Podríamos escribir un tratado sobre el valor de la sal: sazona, conserva los alimentos, deshace el hielo, incluso le da nombre al “salario”. Pero no es importante la sal sino el guiso bien sazonado; nadie comenta en el banquete “qué excelente sal”, sino “qué sabrosa comida”; la sal murió, desapareció, y la gloria corresponde ahora a la comida y al cocinero. Podríamos entonar cantos a la belleza de la luz: cuando existe todo a su alrededor se ilumina; si no hay luz la echamos en falta, tropezamos, dudamos para dar unos pasos…; pero nadie se acuerda de ella cuando está, porque se contempla y se goza de lo iluminado.

Como cristianos tenemos una misión: morir para dar vida; es decir: ser sal, y ser luz. No nos ha hecho Dios sal y luz para la inacción.

La Hospitalidad de Lourdes y Manos Unidas son -como tantos ejemplos en la Iglesia- una gran lumbrera. Tú podrías ser también uno de ellos. ¿A qué esperas?

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