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Foto del escritorAdrián Pinzón Hurtado

Giselle, la cuna de la felicidad

Era una gran princesa, ojos saltones, cabello largo, dientes pequeños y encías gruesas. Su expresión era sorprendente cuando le llegaba visita, era de mucha felicidad, es que su semblante cambiaba. No eran necesarias las palabras con su mirada siempre fija a todo ser que la visitaba. Por ejemplo, cuando íbamos mis primos y yo. Teníamos 9,10 y 11 años de edad, pero nos sentíamos unos bebés a su lado. Nos sentíamos amados al ver cómo nos miraba. Libres, lejos de juzgamientos, como si estuviéramos con un ángel.

A la que le cambió la vida más profundamente, fue a la abuela, Rosalía. Ella era la que más la visitaba. Era diaria su dedicación, le hablaba cosas hermosas, era su nieta preferida, porque podía tener con ella las más largas conversaciones y sentirse escuchada. Giselle jamás derramó una lágrima.

En las reuniones de fin de año, la abuela preparaba las novenas de navidad para celebrar el nacimiento de Jesús, tradición que a Giselle le encantaba, porque estábamos todos alrededor de ella. Sus ojos se veían más brillantes. Los villancicos al son de las panderetas activaban positivamente sus sentidos.

En meses distintos a Diciembre, la abuela diariamente llegaba a casa de su nuera y le daba tetero a Giselle mientras la cargaba. Le conversaba, le cantaba, luego la ponía en la cama con barandales. La arropaba y luego cubría aquella cama con un toldo blanco antimosquitos. Le cambiaba el pañal las veces necesarias. Finalmente, la abuela Rosalía dejaba a Giselle dormida y lista al momento de llegada de los padres, Ana y Luis (mi tío), los cuales arribaban a las 6pm de trabajar. Ellos dos se habían convertido al cristianismo después del nacimiento de su hija Giselle.

La rutina de la abuela fue así desde el primer día del nacimiento de Giselle hasta hoy, quince años después. Con sus piernas largas y delgadas, sus ojos más grandes, el cabello negro, largo y liso. Sus 1,60 metros de estatura, 35 kilos y una pubertad inmaculada. Eran quince años de pañales, de tetero y de mucho afecto. Fue un ser humano tratado como tal en toda su dignidad.

Giselle realmente había nacido en estado vegetativo. Eso ocurrió en 1975. Un parto complicado le afectó gravemente el cerebro. Entre la abuela Rosalía, Ana y Luis tomaron una sabía decisión: darle mucho amor. No fui testigo de lo que sufrieron y lloraron, sólo me lo contaron años después.

Jamás se les pasó por la cabeza aplicarle eutanasia o salir de ella.

Si eso hubiera pasado, mi abuela habría sido menos feliz.

Si eso hubiera pasado, mis primos y yo no nos habríamos sentido tan importantes para alguien.

Si eso hubiera pasado, sus padres, Ana y Luis, se habrían convertido al cristianismo más tarde.

Si eso hubiera pasado, el niño Jesús no habría tocado la pandereta esos días,

Si eso hubiera pasado, nuestra familia no habría visto los ojos grandes y saltones de Dios en una niña.


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