“Cristo, ayer y hoy, principio y fin, alfa y omega. Suyo es el tiempo y la eternidad. A Él la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén”. Así comenzaba anoche la Vigilia Pascual cuando el sacerdote celebrante, tras la bendición del fuego, procedió a encender el Cirio Pascual. Una luz brilla en la noche. Del fuego purificador nace la vida. La noche es tiempo de salvación, porque en la noche Dios ha actuado para convertir la tiniebla en luz, la oscuridad en claridad, el sufrimiento en gozo. Este es el Misterio de Dios.
En la noche del caos resonó aquel “Hágase la luz” de la creación, en la noche de la fe de Abraham Dios proveyó el cordero para el sacrificio, en la noche de la esclavitud de Egipto otro cordero salva la vida y otorga la libertad, en la noche del sin sentido Job esperó… en la noche de Belén Dios se hizo carne y puso su morada entre nosotros, en la noche de Getsemaní Jesús venció al tentador y aceptó la “voluntad del Padre”. Por fin, en la noche de la muerte, Cristo venció: “No temáis; ¿buscáis a Jesús, el crucificado? ¡No está aquí, ha resucitado!”.
Otros muchos, desde el alborear de la vida, han caído en la noche… y siguen cayendo. La noche, que es descanso, tregua y anticipo de vida, se convierte para muchos en ocasión de muerte y destrucción: Judas, en la noche, sucumbió; Pedro, en la noche, lloró… María, en cambio, esperó. ¡Cuántos aprovechan la noche para llevar a cabo sus maldades! Pero también… ¡cuántos sirven y trabajan en la noche para que los demás disfrutemos la vida! La noche es un signo “cuasi-sacramental” de la tiniebla existencial del hombre, y ésta se romperá al actualizar el Misterio Pascual: Jesús Resucitado, en el amanecer del día nuevo, aparece dominador de la muerte y las tinieblas.
Es absolutamente necesario que el hombre descubra sus tinieblas, para que en ellas se haga experiencia real la Vida resucitada de Jesucristo. Tiniebla de los apóstoles, encerrados por miedo a los judíos, y que no habían entendido que Él había de morir y resucitar; pero también tiniebla de la familia cuyo hijo se fugó de casa, de la muerte del ser querido, del enfermo diagnosticado de cáncer, de la embarazada a quien le proponen el aborto, del matrimonio inmerso en plena crisis de su amor, del parado, del triste, del estéril, del no querido, del fracasado, del agonizante…
Son tinieblas que esperan una voz que grite fuerte: “¡Qué noche tan dichosa!… ¡Esta es la noche!… ¡Sólo ella conoció la Resurrección”. Tú, yo, todo hombre, estamos llamado a poder cantar: “Este es el día en que actuó el Señor, ¡Aleluya!”. Estamos llamados a ser “Testigos de Resurrección”, “Apóstoles de Vida”.
¡Señor de la Vida, resucita en nosotros la alegría, las ganas de vivir, el deseo de soñar! ¡Haznos personas resucitadas, que no se dejan envolver por la muerte, sino que cuidan y alientan siempre el germen de vida en el que creen!
¡Feliz Pascua de Cristo Resucitado!
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