También nosotros debemos imitar a Dios: ser misericordiosos, amar en plenitud, perdonar como Él nos perdona. ¿Cómo perdonamos nosotros?
En el Padrenuestro no sólo pedimos a Dios que nos perdone, sino que lo haga como nosotros perdonamos. No es queramos dar lecciones a Dios. Se trata de que nosotros imitemos a Dios.: «Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,48); «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6,36); «amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 13,34) … Siempre será la conducta de Dios quien sirva de ejemplo para la nuestra; y también cuando se trata de perdonar: «El Señor os ha perdonado, haced vosotros lo mismo» (Col 3,13).
En el Padrenuestro la palabra «como» tiene el sentido de condición: Pedimos a Dios que nos perdone a condición de que nosotros perdonemos a los demás. «Si vosotros perdonáis a los demás sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas» (Mt 6,1415).
A veces pensamos que para obtener el perdón de Dios debemos ante expiar nuestros pecados y hacer grandes penitencias. Pero Santa Teresa nos hace notar que «no decimos «perdónanos, Señor, porque hacemos mucha penitencia, o porque rezamos mucho y ayunamos, sino solo porque perdonamos». Es la única condición que Dios pone para perdonarnos.
Hay quien piensa que perdonar es culparse uno a sí mismo, o quitar importancia a la ofensa que se me hizo, o estar dispuesto a seguirse dejando ofender.
Perdonar no es lo mismo que reconciliarse. Para reconciliarse hacen falta dos. Si el otro no quiere reconciliarse conmigo, yo no puedo reconciliarme con él, pero siempre puedo perdonarle.
Mucho menos es dar la razón a los que nos ofendieron. Al revés. Si no hubo ofensa mal podría haber ahora perdón. Si perdonas es porque realmente hubo una ofensa. Desgraciadamente muchas personas se han culpado a sí mismos de aquellas cosas de las que sólo eran las víctimas. A veces los adultos consiguen culpabilizar a los niños, llenarles de vergüenza…
Ahora se trata de comprender todo lo malo que el otro hizo. Pero desearle que Dios lo libere de ese mal. Pedir que dondequiera que esté se convierta y se arrepienta para que no siga causando mal a nadie.
Lo primero es renunciar a la venganza, al odio o al deseo de que al agresor le vaya mal y le ocurran toda clase de desgracias.
A nosotros mismos nos hacemos daño cuando odiamos, a nosotros mismos nos hacemos un favor cuando amamos (San Juan Crisóstomo). Tu falta de perdón hacia otros te mantiene preso y atado a esa persona. ¡Sé libre perdonando! Ese rencor te enferma, te paraliza, te llena de amargura. Escúpelo fuera de una vez.
A perdonar se aprende perdonando. Perdonar no consiste en olvidar, sino en recordar de un modo diferente. Inventar excusas para ellos. Quizás tuvieron una infancia desgraciada.. En cualquier caso, Jesús supo inventar una disculpa para los que le torturaron y nos puede valer en cualquier caso: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen». Pon en los labios de la persona herida frases incompletas que él tiene que completar: Fulano… en el nombre de Jesús, yo te perdono. En el nombre de Jesús. Yo te amo.
¿Quiénes son las personas a quienes se te hace más difícil perdonar? Nombra hoy una sola. Empieza haciendo una lista de todo lo bueno que hayas ganado, aprendido o agradezcas en él. Sólo anota lo positivo. Ahora haz otra lista imaginando lo mejor que pudiera sucederle a esa persona, que incluya las cosas bonitas que te gustaría que te pasaran a ti. Respira hondo y relájate. Imagina que una o más de estas cosas agradables le pasan a la persona que estás perdonando. Sobre todo pide que esa persona reconozca sus errores y se arrepienta de ellos.
Todos los días durante cinco minutos, piensa en cosas buenas para esa persona. Hazlo hasta que realmente te dé gusto que esto suceda. Continúa con el ejercicio hasta que cada vez que pienses en esa persona, te sientas tranquilo.
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