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El justo perseguido

(Sb 2,12-20)


Así que los impíos además de disfrutar de todos los placeres que pueden encontrar a su alcance quieren imponer su fuerza sobre los que no pueden defenderse.


El párrafo que vamos a leer a continuación nos habla de eso. Aparece una persona de la que se nos dice que es justo, igual que el pobre del que hemos hablado hace poco (cfr. Sb 2,10).


Los impíos piensan que está equivocado. Por eso les incomoda. Si él tiene razón son ellos los que están viviendo en la falsedad. Así que se deciden a ponerlo a prueba. Veamos quién es el que tiene razón de verdad.


Lo que hay detrás, no lo olvidemos, es la vida después de la muerte. Lee el texto. Para nosotros los cristianos está cargado de connotaciones. Intenta leer lo que dice, tal como el autor nos lo quiere contar.


Acechemos al justo, que nos resulta fastidioso:

se opone a nuestro modo de actuar,

nos reprocha las faltas contra la ley

y nos reprende contra la educación recibida;

13presume de conocer a Dios

y se llama a sí mismo hijo de Dios.

14Es un reproche contra nuestros criterios,

su sola presencia nos resulta insoportable.

15Lleva una vida distinta de todos los demás

y va por caminos diferentes.

16Nos considera moneda falsa

y nos esquiva como a impuros.

Proclama dichoso el destino de los justos,

y presume de tener por padre a Dios.

17Veamos si es verdad lo que dice,

comprobando cómo es su muerte.

18Si el justo es hijo de Dios, él lo auxiliará

y lo librará de las manos de sus enemigos.

19Lo someteremos a ultrajes y torturas,

para conocer su temple y comprobar su resistencia.

20Lo condenaremos a muerte ignominiosa,

pues, según dice, Dios lo salvará».


Como que toda la maldad del mundo, en un momento determinado, parece que se ceba en una sola persona. Como un pararrayos que atrae todas las fuerzas de la naturaleza contra él.


Esto nos recuerda, entre otras cosas, un personaje que aparece en el libro de Isaías y que allí se llama el Siervo de Yahveh. Especialmente nos trae a la memoria lo que solemos llamar el cuarto cántico del Siervo (cfr. Is 52,13-53,12).


Además, cuando en el texto dice se llama a sí mismo hijo del Señor (Sb 2,13), esa misma expresión se puede traducir como siervo de Yahveh.


Otro texto del Antiguo Testamento que nos puede venir a la mente es el Salmo 22. Seguro que nos suena, porque es el que Cristo usó estando en la Cruz para dirigirse a su Padre Dios, es el que empieza diciendo: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Sal 22,2).


Y también nos viene a la mente la historia de José, el hijo de Jacob. Él sufrió la envidia de sus hermanos y la injusticia de otros muchos (cfr. Gn 37,2-36). Y por medio de todo eso se convirtió en salvación para su pueblo y para toda la Humanidad.


Pero, lógicamente lo que más nos viene a la cabeza al escuchar este texto es la Pasión de Cristo.


Todas las fuerzas del momento se volcaron violentamente contra Aquél que todo lo hizo bien. Incluso Herodes y Pilatos se hicieron amigos en esa ocasión (cfr. Lc 23,12).


Nos narra el evangelio según san Mateo que, en un momento dado, estando Cristo en la Cruz, se pusieron de acuerdo todos los poderosos entre los judíos para atacarlo: los sumos sacerdotes junto con los escribas y los ancianos (Mt 27,41).


Y las palabras que dijeron a Jesús nos recuerdan mucho el texto que acabamos de leer: se ha fiado de Dios, que lo salve ahora si quiere, pues dijo «soy hijo de Dios» (Mt 27,43).


Este parecido ha llevado a algunos a pensar que el evangelista Mateo conocía el texto del libro de la Sabiduría y que por eso usa esta expresión. Esto no lo podemos saber, pero la verdad es que nos puede ayudar mucho poner estos dos textos en paralelo.

En el texto que has leído hay un concepto que se repite por tres veces. Y esto quiere decir que es importante para nuestro autor. Al principio se dice que el justo se llama a sí mismo hijo del Señor (Sb 2,13), te he hablado de eso hace poco.


A mitad dice presume de que Dios es su padre (Sb 2,16). Y un poco más adelante si el justo es hijo de Dios (Sb 2,18). En este tema hace falta un esfuerzo para meternos en la mentalidad del autor.


En el Antiguo Testamento se habla a veces de Dios como padre, es cierto. Pero no se habla mucho. Y cuando se habla se le aplica a todo el pueblo escogido. Dios es el padre de todo Israel.


En ocasiones se puede personalizar y decir que Dios es el padre del rey, porque, en cierto modo, él personaliza a todo el pueblo. Pero nada más. Por eso es escandaloso que alguien dijera que es hijo de Dios. Es verdad que a nosotros nos parece de lo más normal. Lo hemos escuchado tantas veces desde niños.


Por eso este texto abre una nueva perspectiva inédita en todo el Antiguo Testamento: la posibilidad de que Dios sea el padre de un hombre concreto por encima de todos los demás seres humanos. Una afirmación que, nosotros lo sabemos bien, se cumple en Jesucristo.


Al principio dije que este libro está muy cerca ya del Nuevo Testamento, y no me refería sólo al tiempo en que fue escrito. Y es verdad. Ya casi tocamos la plenitud de la revelación en el Dios hecho hombre.


Y una cosa más que creo que merece la pena resaltar, es una cierta ironía. En un momento dado, medio en broma, medio en serio, parece que los impíos empiezan a dudar de sus propias convicciones. Los que tan seguros estaban de sí mismos se dicen: veamos si sus palabras son verdaderas (Sb 2,17).


Lo que hay detrás es, ya lo hemos dicho varias veces, es la muerte. Es como si ellos mismos se preguntaran ¿y si tiene razón? ¿y si existe la vida después de la muerte?


Comprobemos lo que sucede en su muerte (Sb 2,17). Y sabemos que esto se cumple perfectamente en Cristo.


En ocasiones las verdades más importantes se dicen bajo la apariencia de una broma, con ironía. No sé si recuerdas el episodio de Jesús cuando se encuentra con la samaritana. Ella le dice ¿Acaso eres tú más que nuestro padre Jacob? (Jn 4,12), pues eso mismo.

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