¿Entiendes el significado pleno de la mansedumbre? Frente a la intolerancia y la violencia, ¡bienaventurados los mansos!
La segunda bienaventuranza nos habla de los “mansos”, de los no-violentos”.
La mansedumbre es una actitud interior del que “no se acalora por los malvados” (Sal 37,7-8). Es uno de los frutos del espíritu (Ga 5,22) y una de las virtudes que caracterizan la convivencia en el seno de la comunidad cristiana: “Revestíos como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de compasión, humildad, mansedumbre… (Col 3,12; Ef 4,2; Ti 3,2).
Lo contrario es el carácter pendenciero, discutidor (1 Tm 3,5), la acritud, ira, cólera, gritos, maledicencia” (Ef 4,31). Hay personas a quienes les encanta discutir, llevar la contraria, poner pleitos. Solo necesitan cualquier excusa para poder embarcarse en un buen litigio en el que se sienten como pez en el agua.
Es Jesús el principal modelo de mansedumbre. “Haceos discípulos míos que soy manso y humilde de corazón y encontraréis la paz para vuestras almas (Mt 11,29). Frente a los fariseos que imponían cargas pesadas a sus discípulos (Mt 23,4), Jesús se muestra condescendiente, cercano, comprensivo.
De él había anunciado el profeta: “No disputará ni gritará” (Is 42,1-4). “Fue oprimido y él se humilló y no abrió la boda, llevado al degüello como un cordero” (Is 53,7; 1 P 2,23). Ante quien le abofeteaba respondió sin ira ni violencia: “¿Por qué me pegas?” (Jn 18,2). Cuando Pedro trataba de defenderle con la espada, Jesús le dijo: “Vuelve la espada a su sitio. Porque todos los que empuñan espada, a espada perecerán. O ¿No podría yo rogar a mi Padre que me proporcionase más de doce legiones de ángeles?” (Mt 26,52-54).
Incluso en su entrada triunfal a Jerusalén Jesús mantuvo su mansedumbre usando un burro (Mt 21,5). El asno se opone al caballo no solo como signo de humildad, sino también de paz. El caballo en la profecía citada de Zacarías significaba la guerra, la violencia (Za 9,10).
Jesús no se propuso vencer, sino convencer, atraer. No quiere ninguna adhesión ni ningún seguimiento que proceda de las motivaciones menos maduras de la persona, del temor, de la coacción, de la atracción por lo maravilloso, del contagio colectivo, de la popularidad, del deseo de subirse al carro del vencedor, de la seguridad que proporcionan los dogmatismos fanáticos.
Jesús llega a la raíz de la violencia liberándonos del miedo. Todos los hombres violentos en realidad están dominados por el miedo. Temen a la fuerza que hay en el otro. Jesús nos invita a no temer a los que matan el cuerpo o a los que cometen violencia física contra nosotros, sino al odio y a la violencia que son los que pueden matar el alma arrasando en mí todo cuanto hay de vivo (Mt 10,28).
Pero la mansedumbre nace sobre todo del amor a los enemigos. Los amo tanto a ellos como a mis amigos a quienes ellos están haciendo daño. Los amo mucho más a ellos que a los bienes que tratan de arrebatarme.
Se nos pide “ser perfectos como el Padre es perfecto” (Mt 5,48). La perfección del Padre está precisamente en su amor por los malvados, haciendo brillar su sol igualmente sobre buenos y malos. Dios odia el pecado, pero no identifica al pecador con su pecado, y por eso puede amar al pecador odiando su pecado.
Nunca hay nadie tan malo que no merezca amor. Nunca digas: “Esa persona no es suficientemente buena para que yo la pueda amar”. Di más bien: “Yo no soy suficientemente bueno para poder amarla”. El Padre, en cambio, es sobradamente bueno para amar a todos los pecadores. Dios ama porque es bueno él. Y les ama, no cuando dejan de ser pecadores, sino cuando todavía lo son (Rm 5,8).
Cuando te dan un tirón al bolso o te quitan una alhaja, ¿qué sientes más? ¿Perder la alhaja o la trágica existencia de ese pobre ladronzuelo? ¿Qué preferirías? ¿Recuperar la alhaja o que ese chico se rehabilitase? Cuando tu hermano te quiere quitar la herencia, ¿qué sientes más: la herencia que te quita o el ver a tu hermano tan egoísta y ambicioso?
Es decir que la única “venganza” del cristiano es hacer el bien. Las ascuas encendidas son el reproche que supone para él tu buen comportamiento y que quizás le ayudará a desistir de su mala conducta y de esa manera “habrás ganado a tu hermano”.
“A quien te quita la túnica, dale también el manto” (Mt 5,40), porque la paz que deriva de no ceder a la violencia contra el hermano vale mucho más que la túnica que nos ha arrebatado.
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