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La palabra «Amén».

¿Sabías que en algunos manuscritos el Padrenuestro finaliza con unas palabras que los católicos no mencionamos? Finalizamos la reflexión sobre el Padrenuestro: «Amén».


 

Hemos llegado al final del Padrenuestro. La Comunidad orante se dirige de nuevo al Padre con esta doxología: “Tuyo es el Reino, tuyo el poder y la gloria por siempre, Señor”. No puede ser que el Padrenuestro comience con la palabra más hermosa ABBA, y termine con la palabra más horrenda MALO.


Por eso algunos manuscritos han añadido unas palabras al texto original para que no acabe con esta palabra y dicen: Porque tuyo es el Reino, el poder y la gloria por siempre”. Los protestantes suelen añadir esas palabras al final del Padrenuestro.


Nosotros en la Misa las decimos también, pero no inmediatamente después del texto.

Con esta doxología, la Comunidad vuelve a tomar de manera implícita, las tres primeras peticiones de la Oración dominical: la glorificación del Santo Nombre de Dios, la venida de su Reino y el poder de su Voluntad Salvadora. Esta repetición no es rutinaria, sino que debemos proclamarla en forma de adoración y de acción de gracias, como en la Liturgia del cielo (cf. Ap 1,6; 4,11; 513).


La Comunidad cristiana termina la oración con la palabra “Amén”: San Cirilo de Jerusalén escribe: “Después, terminada la oración, dices: Amén, refrendando por medio de este Amén, que significa “Así sea”, lo que contiene la oración que Dios nos enseñó”

Este Amén no está tampoco en los manuscritos originales, pero era el modo como acababan las oraciones los judíos (1 R 1,36; Nm 5,22) y las primeras comunidades cristianas (1 Co 14,16; Ap 5,14). En el AT es una forma de asentimiento. Moisés encargó a los levitas que cuando cruzaran el Jordán les recordaran uno por uno los mandamientos de la Torah y todo el pueblo fuese respondiendo Amén (Dt 27,10-36). En la liturgia mozárabe los fieles iban respondiendo Amén a cada una de las siete peticiones del Padrenuestro.


Quizás al decir Amén podemos tener miedo de que Dios nos escuche de verdad. Todo el Padrenuestro supone un atrevimiento de nuestra parte. “Nos atrevemos a decir”. Es un atrevimiento llamar a Dios Padre. Solo el Hijo tiene derecho a hacerlo. Pero es un atrevimiento rezar el Padrenuestro en su conjunto porque nos compromete a buscar el Reino antes que cualquier interés personal.


Jesús necesitó una noche para pronunciar una sola de las peticiones del Padrenuestro. “No se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22,42). El Padrenuestro no es una oración para rezar, sino para vivir.


Preguntaban Schümann quién podría rezar de veras el Padrenuestro. Y contestaba: aquel que ha logrado que los intereses centrales de Jesús se conviertan en los intereses centrales de su propio corazón.


Esta palabra procede del hebreo אמן en verdad’, ‘ciertamente’ pronunciado āmēn. En el evangelio de san Juan, Jesús suele usar esta palabra dos veces seguidas para acentuar que es verdad lo que dice. En verdad, en verdad os digo: Amén, amén… La raíz de esta palabra indica firmeza y seguridad.


Se puede traducir como “Así sea”, pero es preferible traducirlo como “Así es”, reforzando la verdad de lo que acabamos de afirmar. No es un simple deseo para el futuro, sino una afirmación de una realidad ya presente. Ya esta sucediendo aquello que pedimos y deseamos.


En el Apocalipsis “Amén” es uno de los muchos nombres que se le dan a Jesús. He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios…’ (Ap 3:14).

En la primera carta a los Corintios Pablo trata de justificar un cambio de planes que tuvo que hacer. Los corintios le reprochaban que no se podía uno fiar de él, porque era inconstante y veleta. Pablo se defiende de esta acusación diciendo: “El hijo de Dios, Cristo Jesús no fue sí y no. En él no hubo más que “sí”. Pues todas las promesas hechas por Dios han tenido su “sí” en él. Y por eso decimos por él “amén” a la gloria de Dios (2 Cor 1,19-20).

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