La virtud del término medio
- Pedro Tudela Gómez
- hace 1 día
- 3 Min. de lectura
Aristóteles llegó a esta profunda verdad mediante la observación racional de la naturaleza humana. He aquí la clave de todo: lo que distingue al ser humano es su capacidad racional. Por tanto, vivir bien es vivir conforme a la razón.
Sin embargo, en nuestra vida ordinaria, fácilmente caemos en la temeridad o en la cobardía, en el derroche o en la tacañería, en la insensibilidad o en la intemperancia. Es decir, perdemos el equilibrio y caemos en los extremos que impiden alcanzar la virtud.
Esto, que resulta tan sencillo de comprender, parece cada vez más inverosímil a los ojos del mundo. La razón anda nublada, desdibujada por pasiones, ideologías o miedos, y muchas veces ni siquiera la dejamos actuar libremente. Tal vez tememos que Dios nos confronte con una verdad dolorosa pero liberadora, y preferimos la mentira esclavizante, que vestida de aparente verdad nos aleja del Dios que es el amor y la verdad mismas.
En medio del caos mental, espiritual o emocional, volver al principio no solo puede ser útil, sino necesario. Es señal de que el camino se ha complicado o de que, en el afán por comprenderlo todo, hemos perdido el sentido original.
Volver al origen nos ayuda a:
Recuperar el propósito.
Revisar las bases.
Redescubrir la simplicidad.
Como decía Boileau: "Lo que se entiende bien, se dice claro.”
El ajetreo y el ruido cotidiano nos empujan a vivir en automático. Por eso, debemos detenernos a preguntarnos: ¿Está Dios realmente en el centro de mi vida? Más allá de una respuesta superficial, esta pregunta exige examinar si vivimos conforme a la razón, conforme a la enseñanza de Dios. Requiere analizar en qué punto dejamos de repetir buenas conductas que nos ayudaron a adquirir virtudes y comenzamos a practicar malas conductas que nos arrastraron al vicio.
La Escritura también conoce la importancia del equilibrio. El Libro de los Proverbios lo expresa con gran belleza y realismo en el capítulo 30, versículos 8–9: “No me des pobreza ni riqueza; dame tan solo lo necesario para vivir. No sea que me sienta saciado y te niegue, diciendo: ‘¿Quién es el Señor?’, o que me empobrezca y robe, y deshonre el nombre de mi Dios.”
Este pasaje, como muchos otros, revela que la virtud del término medio no es solo filosófica, sino también espiritual y profundamente bíblica.
Cuando vivimos en el vicio, nuestra vida entra en una espiral descendente. El alma, cada vez más alejada de Dios, busca saciar su sed de amar y de vivir en armonía, pero sin el auxilio de Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida, salir de esa espiral se vuelve imposible. Incluso para quien practica la fe, es fácil caer en la trampa de vivir entre las cosas de Dios sin estar con Dios. Es el peligro de la costumbre vacía, del activismo espiritual sin relación personal con el Señor.
Por otro lado, cuando vivimos en la virtud, también enfrentamos un riesgo sutil pero real: el enemigo ronda nuestra alma e intenta hacernos caer en la gran mentira de la meritocracia espiritual. Es decir, pensar que por nuestras virtudes ya hemos logrado algo por nosotros mismos. Y ahí aparece ese ser tan dominante llamado YO, que si no es vencido mediante la oración y la humildad, alimenta pensamientos como: “Todo lo que tengo, lo conseguí por mi esfuerzo”. Poco a poco, desplazamos a Dios del centro y ponemos nuestro ego en su lugar.
Nos centramos tanto en la bendición… que olvidamos al Dador de la bendición.
Hoy me dirijo a ti personalmente, y te lo digo a viva voz: ¡Dios te ama! ¡Dios es verdad! ¡Dios es paz para tu corazón herido!
Da gracias por todo lo que tienes en tu vida. No te canses nunca de amarlo, porque por mucho que lo ames, nunca lo amarás más de lo que Él te ama a ti. Solo en Él descubrirás ese AMOR con mayúsculas, el único capaz de llevarte a vivir en equilibrio, en verdad y en esa paz profunda que tu alma tanto anhela.
Volver al principio, a la razón y a Dios, no es retroceder: es reorientar el camino hacia lo esencial. La virtud del término medio nos invita a una vida de equilibrio, lucidez y verdad. En una cultura de extremos, la moderación se convierte en un acto de valentía espiritual.
Tal vez hoy sea un buen día para detenernos, pensar, y volver a empezar… desde el autor de la vida.
Qué gran reflexión! Me ha ayudado mucho a comprender y ver la "razón" como potencia de Dios. Muchas gracias.
Bendiciones