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Necesitamos del Espíritu Santo

Estamos acostumbrados a saborear cotidianamente el amargo gusto que nos deja tantas noticias difíciles de encajar y afrontar: Las muertes injustas, el hambre en demasiados puntos del planeta, la violencia y la guerra que sigue enfrentando a pueblos enteros, el maltrato cruel en el seno de tantas familias,... Son muchos ¡tantos! los conflictos, con los que hemos de convivir todos los días: enfermedades, accidentes, pérdida del sentido de la vida, pisotones de quienes viven sólo por y para sus intereses,..., que no es siempre fácil mantener la llama encendida de la esperanza y encauzar nuestra vida hacia espacios de auténtica liberación y horizonte.


La vida, en muchas ocasiones se convierte en grito desesperado y angustiado.


Es necesario y urgente hacer contrapeso en la balanza de la vida. Urge buscar el difícil equilibrio que nos abra a descubrir la bondad fundamental que se esconde en tantas personas de buen corazón y en tantos gestos y signos que nos hablan de la vida, que nos llenan de luz y de gozo, que nos transmiten fortaleza para afrontar la cara oscura de los momentos difíciles.


Pentecostés, tras el entrenamiento del período pascual, es una bonita oportunidad para afinar las gargantas, roncas de tanto grito, y cantarle a la vida y retomar la musicalidad original del Dios que nos llama a la comunión, a la armonía, a la mesa compartida, al brindis de quienes son capaces de entrelazar sus brazos para cantar y bailar, para renovar las fuerzas y tomarle gusto al estar junto a los otros. La fiesta del Espíritu Santo es una gran posibilidad de volver a inflar los globos de la ilusión, la esperanza y la alegría compartida, tantas veces pinchados por el roce con los "aguafiestas".


No está de moda ni hablar del “espíritu” ni que te cataloguen de “espiritual”. Vivimos en tiempos materialistas. Valoramos las cosas por su utilidad práctica inmediata y sólo parece ser tenido en cuenta todo aquello que forma parte de lo eficaz, de lo medible y contable.


Por otra parte, en medio de un mundo globalizado y de informaciones inmediatas, de Internet y medios que nos interconectan aparentemente entre personas, pueblos, culturas y continentes distintos, no es difícil constatar la gran tragedia humana de la incapacidad para que los hombres y mujeres de la hora presente podamos entendernos, escucharnos y comprendernos lejos de la prolongada Babel que pone resistencias a un futuro más fraterno.


Además, crece entre nosotros la sensación de quien se siente “des- moralizado”, falto de fuerza interior, de energía para afrontar, con realismo y esperanza, los mil sinsabores, problemas, fracasos y crisis que nos va presentando la vida.


Necesitamos del Espíritu. Toda la creación, y nosotros como parte de ella, sigue gimiendo con dolores de parto. Tiene que nacer el “hombre nuevo”, la “mujer nueva”. Tenemos que dejar nacer al nuevo ser humano con rostro de Resucitado y entrañas de amor de Dios. Necesitamos del Espíritu capaz de generar “alma común” por encima de ideologías y posicionamientos distintos.


Necesitamos retornar al Espíritu, a una vida nueva, alentada por Él, capaz de rehacernos, de sacarnos del desencanto, de ponernos unos a otros con las manos tendidas. Necesitamos de la armonía que nos proporciona y el aliento que nos transforma. Necesitamos que el Espíritu nos humanice y nos ayude a encontrarnos con la verdad y la paz.

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