CUARTO DOMINGO
Salmo responsorial: Salmo 136, 1-2. 3. 4. 5. 6 (R.: 6a)
R. Que se me pegue la lengua al paladar
si no me acuerdo de ti.
Junto a los canales de Babilonia
nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión;
en los sauces de sus orillas
colgábamos nuestras cítaras. R.
Allí los que nos deportaron nos invitaban a cantar;
nuestros opresores, a divertirlos:
«Cantadnos un cantar de Sión». R.
¡Cómo cantar un cántico del Señor
en tierra extranjera!
Si me olvido de ti, Jerusalén,
que se me paralice la mano derecha. R.
Que se me pegue la lengua al paladar
si no me acuerdo de ti,
si no pongo a Jerusalén
en la cumbre de mis alegrías. R.
Cuando nos sentimos peregrinos en este mundo, sentimos nostalgia de otra casa más allá de estos límites de nuestra existencia. Sentimos nostalgia de eternidad y somos peregrinos a una Jerusalén del cielo, no edificada con piedras sino con cuerpos resucitados. Una ciudad inundada de la luz divina y de la verdad última y perfecta.
Esta Jerusalén del cielo es la cumbre de nuestras alegrías, es nuestra esperanza mientras peregrinamos en esta tierra. Nos sabemos obra suya y nos sentimos destinados a la vida eterna. Jesús es la luz que ilumina las tinieblas de nuestro peregrinar para que nos sintamos no juzgados ni condenados, sino salvados por su amor. Por eso Jesús tiene que ser elevado en la cruz de igual modo que una lámpara tiene que ponerse en un lugar visible.
Sintamos la alegría interior de nuestra esperanza, es la alegría que las cosas de este mundo nunca nos podrán dar. Sintámonos peregrinos diciéndole al Señor: “Tú eres nuestra alegría, tú eres nuestra esperanza”.
Reflexiona
-¿Tengo alegría interior? ¿Cómo la vivo con mis hermanos en la fe?
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