Domingo XX del Tiempo Ordinario – Ciclo B
Andan muchos por ahí buscando todavía el “elixir de la eterna juventud”; otros quieren dar con las claves de la vida -o de la muerte- para conseguir “vivir” más de cien años, o incluso vivir “siempre”… Pero, ¿qué es vivir siempre? Jesús, con sus apóstoles, en el momento culminante del “Discurso del Pan de Vida”, lo deja bien claro: “Os lo aseguro, si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna…”.
Nuestra cultura mediterránea es una cultura de la mesa, del banquete. Comemos, más allá que para alimentarnos, para estrechar amistades o hacer negocios. Toda fiesta que se precie debe incluir una comida, o la ingestión de determinadas viandas típicas. La señal de que “somos del grupo” consiste en estar o no invitados a la mesa. Por eso podemos entender bien el mensaje de la Escritura. El tema del banquete es recurrente en ella, y hoy concretamente se dice que “la sabiduría se ha construido una casa… y ha preparado el banquete”. Dios, con quien se identifica la Sabiduría, prepara un banquete e invita a sentarse en la mesa a todos. Es el anuncio del banquete eucarístico ofrecido por Cristo en el Evangelio. Y aquí… “el alimento es Él mismo”.
El cristiano, que come el Cuerpo y bebe la Sangre de Cristo en cada Eucaristía, se transforma en Él. Su comida es germen de Vida Eterna. Dicen en la huerta murciana que “de lo que se come se cría”. Podemos aplicarlo aquí con total exactitud: quien se alimenta de Cristo se hace Cristo. Circula hoy día esta expresión: “No es necesario ir a Misa para ser buena persona”. Podíamos estar de acuerdo, pero sólo si añadimos a continuación: “Pero sin la Eucaristía no puedo ser cristiano, es decir, otro Cristo”.
Tener Vida Eterna es literalmente “vivir una vida sin muerte”. Eso no significa no morir físicamente, sino que más allá de estar llamado a gozar en la eternidad de la vida misma de Dios, significa también vivir ya hoy en las situaciones de muerte, “vivir por encima de la muerte”: el desprecio, la marginación, la enfermedad, la escasez, el paro, la falta de afectos… son realidades que nos hacen sufrir, ciertamente, pero que al que tiene la vida de Dios “no le matan”, no le destruyen.
La Eucaristía era insustituible en las primeras comunidades. Por celebrar la Eucaristía daban la vida. No era una reunión más, no acudían a ella porque estaban a gusto, porque se sentían bien, porque “les gustaba”. “Sine Eucharistia non possumus”, decían para justificarse ante quienes les conducían al martirio, “sin la Eucaristía no podemos vivir”. Experimentaban la certeza de las palabras de Jesús: “El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él… El que me come vivirá por mí”. Y lo que, aparentemente les llevaba a perder la vida, realmente les daba la Vida.
コメント