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Abraham y Lot

(Sb 10,5-9)


La historia la conocemos. El autor no se detiene en detalles, porque los lectores ya los conocen. Va a lo esencial, a lo que le interesa. Encontramos sintetizado aquí la confusión de lenguas de Babel, la llamada de Abrahán y el sacrificio de su hijo en el monte Moria y la destrucción de Sodoma y Gomorra, excepto Lot y sus hijas, que se salvaron. Sabemos que su mujer tuvo un problema y acabó mal, por curiosa.


Lee la historia, es breve y conocida.


Cuando la confusión de los pueblos malvados, 

 ella conoció al justo Abrahán, lo conservó intachable ante Dios 

 y lo mantuvo firme a pesar del amor entrañable hacia su hijo. 

6Cuando el exterminio de los impíos, ella salvó al justo Lot, 

 que huía del fuego que caía sobre la Pentápolis; 

7testigos de su maldad son aún: 

 una tierra desolada y humeante 

 y unas plantas con frutos malogrados; 

 y una estatua de sal que se yergue 

 como monumento al alma incrédula. 

8Por abandonar el camino de la sabiduría, 

 sufrieron la desgracia de ignorar el bien 

 y legaron a la historia un recuerdo de su insensatez, 

 para que sus faltas no quedaran ocultas. 

9La Sabiduría, sin embargo, sacó de apuros a sus servidores. 


Cuando el texto quiere decir que, entre tanta maldad, el Señor escogió a Abrahán, usa el verbo que solemos traducir por “conocer”. La Sabiduría conoció a Abrahán y por eso lo salvó (cfr. Sb 10,5). Me trae a la memoria un texto de San Pablo si uno ama a Dios, ése es conocido por Él (1Co 8,3). El amor de Dios que nos salva se identifica con el conocimiento que Él tiene de esa persona.


La alusión a Isaac como el hijo de sus entrañas (cfr. Sb 10,5) que estuvo dispuesto a sacrificar nos lleva espontáneamente otra vez a mirar al sacrificio del Hijo Único de Dios.

Y una última cosa. En este texto empieza lo que va a ser el modo habitual de funcionar nuestro autor, a partir de ahora y hasta el final del libro.


Por medio de un elemento natural, ahora estamos hablando de la destrucción de Sodoma y Gomorra, el Señor salva al justo de las manos de sus enemigos. La misma realidad hace justicia contra los dos. A uno lo conduce a la salvación y a los otros a la destrucción (cfr. Sb 10,8-9).


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