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Ama y haz lo que quieras

Domingo XXIII del Tiempo Ordinario – Ciclo A


Así sentenciaba San Agustín, allá por el siglo IV, en una espléndida síntesis del mensaje evangélico. Y San Bernardo, siglos después, especificó: “La medida del amor es amar sin medida”. Hoy Pablo nos regala otra frase lapidaria: “Uno que ama a su prójimo no le hace daño” (Rm 13,10). Tantas veces vamos por la vida deseando que todo sea “ideal”, que todo sea y todos sean.... “impecables”, inmaculados. O es evasión o es excusa, porque no es real. La realidad es un mundo donde se mezcla trigo y cizaña, donde la debilidad y fragilidad humanas conviven con la maravilla de ser imagen del Creador, hechos por amor y capaces de amar “a lo Dios”, y donde la entrega generosa se abre paso tantas veces en medio de la mayor insolidaridad y egoísmo.


El cristiano se enfrenta cada día al mal que constantemente le rodea. Ni puede ni debe ocultarlo… por amor al mismo hombre. Por eso sabemos que no basta el derecho para regular las relaciones humanas. ¡Cuántas veces la aplicación seca del derecho crea mayores injusticias…! Más allá del derecho es necesaria la caridad para dar sentido a las leyes sociales y éticas. ¡Cuántas veces, por respeto humano, por no complicarnos la vida, por pereza o por comodidad, o por miedo al conflicto, somos incapaces de hablar con la verdad, de amar -en definitiva- a nuestros hermanos! En la encíclica ‘Caritas in veritate’ nos dijo Benedicto XVI: “Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Éste es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad” (CV 3).


Hoy Ezequiel nos invita a considerar otra perspectiva: como profetas que somos desde nuestro Bautismo, ninguno puede obviar la misión de poner en alerta al pueblo y conducirlo por el camino de la conversión, de anunciarle los peligros para que los pueda evitar. Si no cumplimos esta misión no sólo somos insolidarios, sino que somos también responsables. Si se denuncia el mal es para recuperar al hermano; de ahí la necesidad de la corrección fraterna, porque la denuncia desde la caridad procura la salvación del hermano. Una misión clave del profeta, del discípulo de Jesucristo, es estar alerta a los acontecimientos para desvelar su sentido al pueblo y así conducirlo por el camino de la conversión. Este discernimiento le hará denunciar las situaciones de injusticia y los comportamientos equivocados, anunciar los peligros para ser evitados y, siempre, manifestar el inmenso e inagotable amor de Dios, amor de misericordia “que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva”. Y es que... callar ante el error del hermano, no ponerle sobre aviso de los peligros de su actitud, mirar para otro lado… por falso respeto humano, o por cualquier otra razón, es no amar al hermano. Y de ello daremos cuenta a Dios.


“A nadie le debáis nada, más que amor”, nos indica hoy Pablo. ¡Maravilloso programa “económico” para intentar vivir cada día el negocio de la vida! “¡Ama y haz lo que quieras!”, sentenciaba San Agustín. ¿Qué mejor proyecto de vida y de acción podemos pensar? Hoy se nos invita al Amor, así, en mayúsculas.

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