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Amad la sabiduría

Vamos a empezar a leer ya el libro, que es lo que de verdad vale la pena. Ya hemos dedicado demasiado tiempo a preparaciones.


Comenzamos con esos once versículos, que no es que sean demasiados la verdad. Te puede llamar la atención que el texto se dirija a los gobernantes. Ya dijimos en su momento que el texto se dirige a todos, para todos los hombres es la Sabiduría.


Además, no olvides que, todos los que hemos recibido el don del Bautismo, por eso mismo, ya somos reyes, con la misión de ordenar toda la Creación para que actúe según la voluntad de Dios.


El lenguaje es sapiencial, en verso, habitualmente con versos paralelos dos a dos. Es lo propio de este género literario. Pero al mismo tiempo estamos en un género típicamente griego y muchos de los conceptos que se usan son propios de esta lengua, de esta cultura. Pero de eso te digo alguna cosa después.


Vamos a leer ahora estos versículos, que no son demasiados:


1Amad la justicia, gobernantes de la tierra,

pensad correctamente del Señor

y buscadlo con sencillez de corazón.

2Porque se manifiesta a los que no le exigen pruebas

y se revela a los que no desconfían de él.

3Los pensamientos retorcidos alejan de Dios

y el poder, puesto a prueba, confunde a los necios.

4La sabiduría no entra en alma perversa,

ni habita en cuerpo sometido al pecado.

5Pues el espíritu educador y santo huye del engaño,

se aleja de los pensamientos necios

y es ahuyentado cuando llega la injusticia.

6La sabiduría es un espíritu amigo de los hombres

que no deja impune al blasfemo:

inspecciona las entrañas,

vigila atentamente el corazón

y cuanto dice la lengua.

7Pues el espíritu del Señor llena la tierra,

todo lo abarca y conoce cada sonido.

8Por eso quien habla inicuamente no tiene escapatoria,

ni pasará de largo junto a él la justicia acusadora.

9Se examinarán los planes del impío,

el rumor de sus palabras llegará hasta el Señor

y quedarán probados sus delitos.

10Porque un oído celoso lo escucha todo

y no se le escapa ni el más leve murmullo.

11Guardaos, pues, de murmuraciones inútiles

y absteneos de la maledicencia,

porque ni la frase más solapada cae en el vacío

y la boca calumniadora da muerte al alma.


Para facilitarte la lectura y que no tengas que ir a buscar tu Biblia a leer el texto que te estoy comentando te lo voy a poner aquí. Es la traducción oficial de la Conferencia Episcopal de España. Puede ser cualquier otro. Al fin y al cabo, todas son traducciones y por eso todas son mejorables. He decidido escoger esta porque es la que, habitualmente, escuchamos en las celebraciones litúrgicas.


Lo primero que puede llamar la atención es que empieza hablando de la justicia. A lo largo de libro encontraremos varios términos para referirse a la Sabiduría.


También se refiere a ella llamándola espíritu santo (Sb 1,5), que es bien conocido para nosotros los cristianos y ya nos dice mucho del concepto que tiene el autor sobre la Sabiduría. Esta forma de referirse a ella la volveremos a encontrar más adelante, en un pasaje central de este libro (Sb 9,17), lo veremos en su momento. Y ya te expliqué que aquí todo está bien puesto, cada cosa en su sitio. Así que este apelativo es muy importante para el autor si sólo lo emplea al principio y en el texto más importante de todos.


En el primer versículo ya vemos que trata a la Sabiduría, o justicia, como si del mismo Dios se tratara. Al colocar los dos términos de forma paralela, en las dos mitades del versículo, el autor ya nos está diciendo algo. No son dos afirmaciones independientes, sino que estamos hablando del mismo tema.


No es fácil expresarlo con nuestros moldes culturales. No tenemos derecho a decir más de lo que el autor intentaba enseñar, ni mucho menos a forzarlo para expresar lo que sólo conocemos por la revelación llevada a cabo en Jesucristo.


Pero sí que podemos decir que la Sabiduría es divina. De Dios viene, y es parte de Él mismo. Una cualidad, una manifestación, Dios mismo en cuanto que rige la Creación, algo así podríamos decir. Pero lo mejor es respetar la forma de hablar que tiene nuestro autor.


Una de las características de la Sabiduría es ser amigo de los hombres (Sb 1,6). El término que usa el autor es el que origina nuestro adjetivo “filántropo”. Es cierto que, en nuestra cultura, y como consecuencia de una historia, este adjetivo ha adquirido unas connotaciones que están muy lejos del pensamiento de nuestro autor, por eso las traducciones suelen evitarlo.


Pero es bueno fijarse en una cierta antropología positiva en este libro. Los hombres son buenos, Dios los ha creado así. Por eso la Sabiduría los ama y desea estar con ellos, dentro de ellos.


Consecuencia de esta visión positiva de los hombres es su concepto del alma y el cuerpo. Lee, por favor, de nuevo el versículo cuatro. Léelo, como dijimos antes, como formando dos mitades paralelas, que se corresponden entre sí.


El alma y el cuerpo están puestos en paralelo. Son realidades que se corresponden. Es más, una y otra se corresponden con la persona humana. En esto también es difícil hablar respetando el pensamiento del autor, sin volcar en el texto nuestros propios conceptos. Pero vemos que, tanto el cuerpo como el alma son parte de la persona. Son la misma persona, en cierto modo. Estamos bien lejos de un concepto negativo del cuerpo como algo que hace daño al alma, o a toda la persona.


Y esta antropología positiva, esta buena imagen de los hombres, está basada en su modo de ver la Creación entera. Todo ha salido de las manos del Creador así que todo es bueno: el espíritu del Señor llena la tierra (Sb 1,7).


Al leer esta primera parte del libro es fácil recordar los tres primeros capítulos del libro del Génesis, donde se nos narra la Creación y el pecado del hombre. Y es bueno traer a la memoria la fórmula con que concluye, en el primero de los relatos de la Creación, el último día de trabajo del Señor: y vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno (Gn 1,31).


Y por último decir que hay unas condiciones para recibir la Sabiduría. No entra en todos los hombres. No porque estén mal hechos, ya hemos visto que no, sino porque no la dejan entrar por sus propias acciones. Aquí vemos las consecuencias del pecado, eco de aquel primer pecado del origen (cfr. Gn 3,1-6).

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