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El hijo de la promesa

En la última entrada publicada, habíamos dejado a Abraham contando las estrellas en la oscuridad de la noche y reafirmando su fe en la promesa hecha por Dios de que sería padre de una multitud de naciones. En esa espera, recibió nuevamente la visita de Dios en la encina de Mambré, bajo la figura de tres peregrinos, alusión a la Santísima Trinidad. Abraham solo con verlos, se postró ante ellos y les pidió que no pasaran de largo, sino que se quedaran junto a ellos para compartir la comida y descansar del viaje.


Durante aquel día de calor, los huéspedes anunciaron a Sara, la mujer de Abraham, que en el tiempo oportuno ambos serían padres y que, su vejez no era impedimento alguno ya que para Dios nada es imposible. Ellos, al escuchar la noticia, se rieron, pues pensaban que ya no era viable aquello que les anunciaban los tres transeúntes.


De este relato podemos extraer dos vinculaciones con el deporte: La primera es el paso de Dios por nuestras vidas. En los momentos menos esperados, la noche, un día de mucho calor, una lesión, una derrota, aparece Dios para reconfortarnos. El sentido espiritual del deportista entiende que es, en los momentos de oscuridad, cuando uno se agarra a Dios para superar ese momento.


La segunda conclusión del texto es que, como dice el eslogan de una afamada firma deportiva, “impossible is nothing” para Dios. En el ocaso deportivo de un deportista puede darse varios escenarios. El primero es aquel que tras la práctica deportiva todo se derrumba a su alrededor. El segundo es aquel que sabiendo que está al borde del final de su carrera, sigue compitiendo dando lo mejor de sí mismo y acentuando la dimensión psíquica y espiritual por encima de la física. El tercero es aquel que tras la retirada sigue vinculado a su deporte haciendo crecer a las futuras generaciones con su experiencia. El cuarto es aquel que, junto a su deporte, estudia y se forma para tener una salida tras su retirada. En este último caso, nuestra universidad fue pionera en ayudar a los deportistas a cubrir todas las dimensiones y a que puedan compaginar estudios y deportes.


Sea el escenario que sea, como Abraham y Sara, el deportista creyente debe de aprovechar el paso de Dios por su vida y, al mismo tiempo, pedirle que los pueda encaminar a nuevos proyectos y metas, una vez concluido su periplo deportivo.


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