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Esposo de la Sabiduría

(Sb 8,2-16)

 

Ya hemos acabado el elogio de la Sabiduría, propiamente dicho. Aunque todo el libro es, en cierto modo, un elogio. Hemos pasado ya el centro de la obra. Durante capítulos el autor ha tratado de despertar en nosotros el deseo de conocerla. Yo creo que ha conseguido su objetivo. Después se ha detenido un poco, no mucho la verdad, para presentárnosla, para que podamos conocerla. ¿Quién es? ¿De dónde viene? ¿Qué sabe hacer?


Y aquí no ha escatimado recursos en mostrárnosla. Y este deseo de conocerla se ha cambiado en deseo de poseerla, de tenerla. ¿Cómo puedo adquirirla? ¿Dónde se compra? ¿Cuánto vale? Así que el deseo sigue creciendo. Y nuestro autor sigue siendo un maestro. Sabe muy bien que los conceptos se captan mejor cuando se ven encarnados en casos concretos. Y eso es lo que va a hacer.


Este capítulo octavo se corresponde con el sexto. También allí aparece Salomón hablándonos de la Sabiduría, tratando de despertar en nosotros el deseo de conocerla.

Aquí nos va a hablar de cómo conseguirla. Bueno, mejor dicho, nos va a hablar de cómo la consiguió él. Un mismo mensaje aparece al principio de este párrafo, en medio y al final, en concreto en los versículos 2, 9 y 16.


Léelo con calma. Es un texto particularmente bello, cargado de afectos.

 

La amé y la busqué desde mi juventud

 y la pretendí como esposa,

 enamorado de su hermosura. 

3Su intimidad con Dios realza su nobleza,

 pues el Señor de todas las cosas la ama. 

4Está iniciada en la ciencia de Dios

 y es la que elige entre sus obras. 

5Si la riqueza es un bien deseable en la vida,

 ¿hay mayor riqueza que la sabiduría, que lo realiza todo? 

6Y si la inteligencia es quien lo realiza,

 ¿quién sino la sabiduría es artífice de cuanto existe? 

7Si alguien ama la justicia, las virtudes son fruto de sus afanes,

 pues ella enseña templanza y prudencia, justicia y fortaleza:

 para los hombres no hay nada en la vida más útil que esto. 

8Y si alguien desea una gran experiencia,

 ella conoce el pasado y adivina el futuro,

 conoce los dichos ingeniosos y la solución de los enigmas,

 prevé de antemano signos y prodigios

 y el desenlace de momentos y tiempos. 

9Así pues, decidí hacerla compañera de mi vida,

 sabiendo que sería mi consejera en la dicha

 y mi consuelo en las preocupaciones y la tristeza: 

10«Gracias a ella obtendré gloria entre la gente

 y honor entre los ancianos, aunque sea joven. 

11En el juicio lucirá mi agudeza

 y seré la admiración de los poderosos. 

12Si callo, esperarán a que hable,

 si tomo la palabra, me prestarán atención

 y si me alargo hablando, se llevarán la mano a la boca. 

13Gracias a ella alcanzaré la inmortalidad

 y legaré a la posteridad un recuerdo imperecedero. 

14Gobernaré pueblos y someteré naciones, 

15soberanos terribles se asustarán al oír hablar de mí;

 me mostraré bueno con el pueblo y valiente en la guerra. 

16Al volver a mi casa descansaré junto a ella,

 pues su compañía no causa amargura

 y su intimidad no entristece, sino que alegra y regocija». 

 

Ya nos había preparado el autor para lo que íbamos a encontrar aquí. Recuerda que nos habló de convivir con ella (Sb 7,28) y de organizar la casa (Sb 8,1). Pues de eso es de lo que estamos hablando.


Vamos a ver si me explico. Esto es tan grande que no se puede comprar en ningún sitio. No habría riqueza suficiente en todo el mundo para poder comprarla. Entonces ¿qué? ¿Cómo la consigo? Me preguntarás, supongo. Pues mira es así de sencillo, y a la vez así de complicado. Basta con querer tenerla. Anda, pues entonces sí que es fácil, sí. Espera, que vas muy rápido. Hay que quererla, pero quererla bien. De acuerdo con su modo de ser.


No se quiere igual una camisa, que un perro, que un amigo. Cada objeto tiene una forma propia de ser amada. Y cuando esto no se respeta el desastre es tremendo. Yo, por lo menos, esto lo veo cada vez con más frecuencia. Pues bien, querer tenerla, pero de un modo adecuado a su naturaleza. Y, ¿cómo se quiere a nuestra amiga la Sabiduría? Pues totalmente.


Si acabamos de ver que viene de Dios, que su naturaleza es lo más parecido a la divinidad que podemos imaginar, y su actuación es, en cierto modo divina. Entonces su amor tiene que ser exclusivo. Sin compartir con nada ni con nadie.


Vuelve el recuerdo un momento hacia atrás. Recuerda cuando el mismo Salomón, que está hablando ahora, nos contaba lo que hizo cuando era un jovenzuelo. Pidió al Señor la Sabiduría. Pero sólo la Sabiduría. Y por eso la recibió. Nuestra querida amiga no comparte con nadie. O la quieres sólo a ella, o te vas buscando otra para compartir la vida. Y eso, ¿cómo se puede decir en un modo que se comprenda?


Pues lo más parecido es el matrimonio, no te confundas. Las palabras del consentimiento matrimonial en una boda nos pueden servir muy bien para entender esto: “en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida”. Siempre serás la única. Nunca habrá nadie más. Por eso te dije antes que ya estaba preparando el camino cuando hablaba de convivencia y de organizar un hogar.


Como te he dicho antes, este lenguaje matrimonial se concentra en el texto que acabas de leer en el principio, a mitad y al final. Y entre los tres parece como si hubiera una gradación. Al principio se nos habla de la juventud de Salomón. Entonces se enamoró de ella, se esforzó por conseguir hacerla su esposa (cfr. Sb 8,2). Un deseo activo de contraer matrimonio.


A mitad aparece ya el momento del matrimonio. Usa el verbo técnico que hacer referencia a la boda y aparece de nuevo el tema de la “convivencia” aunque ahora con otro término (cfr. Sb 8,9). Y al final encontramos la vida habitual de los esposos. Al volver a su casa, cansado del día, el esposo, junto a ella encuentra reposo, y con ella se acuesta. Con todo lo que esta expresión conlleva también en nuestra lengua. Si son esposos lo son con todas las consecuencias, faltaría más (cfr. Sb 8,16).


Sabemos, por el Nuevo Testamento, que el Reino de los Cielos que Cristo nos trae se parece a una boda (cfr. Mt 22,2-13). También que los discípulos no ayunan porque el esposo está con ellos, llegará un día que se lo arrebatarán (cfr. Mt 9,14-15). Sabemos que Juan Bautista no es el esposo, sólo es su mejor amigo, el encargado de entregarle a la novia, y después desaparecer cuanto antes, más que nada para no estorbar (cfr. Jn 3,25-30).


¿Cómo te quiere Jesucristo a ti, querido lector mío? ¿Cómo te lo explica la Escritura Santa, para que lo comprendas bien? Pues como un esposo quiere a su esposa (cfr. Ef 5,25-27). No hay otro modo mejor de decirlo. Y sabemos que, cuando todo esto se acabe, al final del todo, llegará la boda, y Cristo será el esposo, aunque con forma de Cordero (cfr. Ap 19,7-9). Esto último nos puede resultar algo chocante, sobre todo en nuestra forma de ver la realidad. Pero es así. Todo es una boda. Amor exclusivo, para siempre, sin condiciones. Si eres capaz de querer así a la Sabiduría ya es tuya.

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