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Foto del escritorRodrigo Guerra López

Gracias Maritain

El 28 de abril de 1973, el filósofo francés Jacques Maritain fallecía en Toulouse, Francia. Famoso por haber logrado destrabar el proceso de aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y por haber revitalizado el pensamiento tomista y la reflexión político-cristiana sobre la democracia y el Estado, Maritain es uno de los pensadores de más amplia trascendencia del siglo veinte. Comencé a conocerlo a través de sus nefastos detractores. Pero dos queridos maestros —Pablo Castellanos y Miguel Mansur Kuri— me acercaron con paciencia a su enorme legado.


Una primera cosa que me atrapó fue que Maritain, como muchos jóvenes de principios del siglo XX, vivía dentro del escepticismo, pero anhelaba el amor. En 1901, a los 19 años, Jacques conoce a una joven de origen judío un año menor que él: Raissa Oumançoff. Pocos meses después se comprometen y en 1904 contraen matrimonio civil. En esa época, ambos viven una fuerte crisis espiritual. El mundo les parece perverso y cruel por lo que deciden quitarse la vida si no encuentran razones reales para afirmar un Absoluto.


Las lecciones de Bergson, la amistad con Charles Peguy, y particularmente, la lectura de algunas obras de Leon Bloy, les permitirán, en medio del dolor y la enfermedad, encontrarse existencialmente con la fe cristiana. El 11 de junio de 1906 reciben el bautismo y se incorporan a la Iglesia católica. Hacia 1910, Raissa descubre las obras de Santo Tomás de Aquino a través de un amigo sacerdote, y pronto logra entusiasmar a su joven esposo a estudiarlas. A partir de ese momento, la mente y el corazón del matrimonio Maritain quedarán marcados por Tomás. Sin embargo, no al modo como los repetidores suelen presentarlo, sino de una manera especulativa y creativa, afrontando los desafíos culturales y políticos del siglo XX.


Durante sus primeros años como profesor y escritor, Maritain se sentirá cercano al conservadurismo político lidereado por Charles Maurras. Sin embargo, la condena de este movimiento por parte del Papa y su propia reflexión, pronto le permitirán advertir que existen dos polos que es preciso superar: el optimismo propio de la modernidad iluminista y el pesimismo teológico propio del catolicismo ultraconservador. Así, gradualmente, Maritain reconocerá que la historia es ambivalente y que cada época posee tanto avances del bien como del mal, de la verdad y del error.


En Humanismo integral y en El hombre y el Estado, Maritain invitará a imaginar una nueva civilización cristiana construida desde el aprecio a la democracia, a los derechos humanos, al pluralismo y a la promoción de la dignidad de la persona humana. Una “nueva cristiandad” que no implique un estado confesional, sino un Estado laico en el que creyentes y no-creyentes puedan vivir conforme a su conciencia en lo público y en lo privado.


Cincuenta años después de la muerte de Maritain suscribir a la letra sus teorías prácticamente nadie lo pretende. Sin embargo, los Maritain nos dan testimonio de que un amor matrimonial apasionado por la verdad, por el bien y por la belleza, en un clima de oración, rodeado de amigos y buscando orientar las luchas culturales y políticas a favor del bien común, da frutos abundantes, supera los fáciles excesos ultraconservadores y progresistas, y siembra un futuro esperanzado.

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