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Imagen y semejanza II

Nuestra vida se decide por dos grandes aperturas, a saber, las que más nos condicionan por dentro y por fuera. La primera es la apertura al ser humano, al otro Yo, y la segunda es la apertura a la Trascendencia, a lo divino. Nosotros estamos siempre vinculados y decididamente condicionados por nuestro entorno, o más bien, por las personas de este. El ser humano, individual y social, está hecho para vivir con otros, y el cristianismo lleva esta expresión a una nueva forma de vivir, al vivir por otros.


Las personas estamos hechas para estrechar lazos con otras personas, pero de fondo hay algo más que un elemento de desarrollo de la propia identidad -al interaccionar con otros-, sociológico, antropológico o fenomenológico. Detrás de nuestra necesidad de estar con otros está nuestra apertura, decíamos, al otro Yo. En esta necesidad de estar con otras personas está el primer y más eficaz movimiento de salida hacia fuera, y paradójicamente de encuentro con uno mismo. Pero, esta necesidad, decíamos, no es suficiente con que se vea en un plano sociológico, antropológico, etc. hay que verlo desde la apertura al misterio de la otra persona, a la insondable esencia por la que vivimos en constante búsqueda de lo puramente humano y que siempre está en otros. Es decir, buscamos en las personas lo que da respuestas a la vida, porque la vida es encuentro, pero encuentro con el otro Yo, con el misterio de otra persona, con su esencia primigenia. Catapultados hacia lo desconocido del otro y muchas veces sin saberlo, vivimos en plena búsqueda de la persona.


No podemos vivir sin el otro porque en el otro la vida adquiere un sentido mayor, tal vez el verdadero y por el que merece la pena vivir. Estamos hechos para encontrarnos con otras personas, todo en nosotros es un diseño que nos habla de esta apertura, tan antigua y tan vigente. De hecho, si te pregunto qué te llevarías a una isla tu respuesta siempre sería la duda, aunque decidas entre una u otra cosa, porque no te pregunto por quién, sino por el qué, y el qué siempre te deja insatisfecho/a. No puedes aferrarte a las cosas, las cosas no tienen más misterio que su utilidad finita y material. Sin embargo, la persona siempre es -o debe ser- un misterio, reflejo de nuestra incapacidad para saberlo todo y a la vez de nuestra necesidad del otro Yo, en el que la vida puede ser más. Siguiendo con la isla, si te preguntara ahora por quién te llevarías sin lugar a dudas escogerías a alguien conocido, y pensarías que no sería tan malo pasar los últimos años de tu vida en una isla con este alguien con quien lograrías entenderte. Porque en otra persona siempre se percibe algo que no se agota, algo que nunca deja de verse, algo que siempre es más. El encuentro con la persona siempre es abrazo al misterio de la vida donde afortunadamente siempre es más lo que desconocemos que lo que conocemos.


Tras la primera apertura solo queda una segunda y nos viene de la dimensión religiosa del ser humano. Si habláramos en términos antropológicos (lo que tienen en común todas las culturas y grupos) llegaríamos a una gran conclusión: el ser humano se ha hecho siempre preguntas trascendentales, el porqué de la vida y de la muerte, el porqué del dolor, el porqué del sufrimiento. En ello se denota una apertura a algo que sobrepasa los límites de la razón (Pié Ninot), es decir, algo que no está dentro de lo perceptible. De modo que por su dimensión religiosa el ser humano siempre ha querido responder a lo que hay fuera de las capacidades humanas, a lo que no podría explicarse con la ciencia, a lo que está en ese más allá de la imaginación y la razón. Y si ha buscado las respuestas fuera es porque lo de dentro jamás ha terminado de saciar y de responder a los grandes desafíos de la existencia. Esta segunda apertura parte de un elemento común a todas las culturas, la búsqueda de una verdad mayor, y encarna lo que se conoce como la inmanencia, la capacidad - y necesidad- de adhesión a la infinitud (Blondel). Los días pasan entre descubrimientos que no sacian el alma humana porque la finitud solo encuentra sentido dentro la infinitud (Hegel), como si ese más allá diera realmente respuestas a los desafíos de la existencia y no hubiera otra forma de encontrar la quietud del corazón (san Agustín de Hipona). Esta segunda apertura en términos cristianos está encarnada en la persona de Jesús, revelación de todo lo que Dios puede decir al hombre, pues para un cristiano Cristo enseña el hombre al propio hombre (san Juan Pablo II), pero es innegable que la dimensión religiosa está presente en toda persona y en todos los tiempos.


En virtud de esta segunda apertura, podemos hacernos la pregunta de porqué todos los logros, éxitos, títulos, bienes, dinero, y todo lo que en el ámbito social es reconocido como prestigioso y de buen nivel, jamás sacia el corazón. Podríamos preguntarnos, y quizá deberíamos hacerlo, por la razón de fondo que nos lleva a desear siempre más de lo que da este mundo, para llegar a que nada podría saciarnos salvo lo que no está en nuestras fuerzas. Esta primera forma de liberación es la que con toda seguridad experimentamos cuando dejamos que nuestro espíritu salga de nosotros en busca de la verdadera dicha que está en aquello que no vemos, ni controlamos, ni somos capaces medir, pero que intuimos podría darnos lo que nada de este mundo nos da. Esta es a mi juicio una buena razón para desear la fe, porque la razón sin la fe se vuelve insaciable. Fe y razón son las dos alas que llevan a la verdad (san Juan Pablo II).


En definitiva, estas dos aperturas al misterio de la persona y al misterio de Dios, están en nosotros para darle plenitud a la existencia humana. En clave cristiana, Jesús habló de amor al prójimo (al que vemos) y a Dios (al que no vemos), porque solo en las personas y en la Trascendencia la vida merece ser vivida. De lo contrario la vida se queda en tedio existencial y sensación de fracaso (Víktor Frankl). Es en estas dos aperturas donde la vida encuentra su sentido: todo lo demás es pasajero y caduco, solo queda aquello que entregas, que es otra paradoja del cristianismo y, como hemos visto, de lo puramente humano.


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