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La verdadera conversión


“Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” Jn 8,32.

Con esta cita quiero comenzar este artículo que tratará sobre la conversión. Para alguien que viene de las ciencias, heredero de un pensamiento empírico de la modernidad, en donde la visión de la realidad pasaba por el cristal de la razón reduccionista, en que solo aquello que puedo medir y tocar es lo que existe.

La época universitaria la recuerdo con mucha alegría, fue la primera vez que me sentí integrado y acogido por un ambiente de conocimiento y estudio, no niego que también iba a fiestas como buen universitario. Venía de un pueblo de la frontera entre dos países de Iberoamérica, que te veían de manera extraña si confesabas que querías hacer una “Carrera larga” y más si esa frase la acababas diciendo que quieres ser médico. Es por ello por lo que para mí irme a la ciudad y estar en la universidad me hizo sentir que había encontrado mi sitio.


Piensas que todo está en su sitio y ese deseo ya había sido suplido, pero empiezas a sentir que aún así esa felicidad es efímera. En ese momento las preguntas existenciales, aquellas que no son tan empíricas, empiezan a surgir como un grito desde lo más profundo del ser. Aún recuerdo cuando fui a una iglesia hace dieciséis años y me senté delante del sagrario “esa caja dorada con una vela o luz encendida”. Ese momento le pedí al Señor que si en verdad existía quería experimentarlo, luego entendí que para conocerle tenía que comenzar por los sacramentos y la dirección espiritual.


En el momento que decidí emprender esta búsqueda, el Señor me dejó conocer la verdad: de quién soy yo; de mi dignidad como ser humano y como hijo de Dios. Algo que me sorprendió es que, como hombre de ciencia, el encontrarme con la fe, ésta se complementó e incluso magnificó el conocimiento. No ha sido un camino nada fácil, porque constantemente se tiene que ir contracorriente en esta sociedad postmoderna, cada vez más hedonista y esclava de las emociones. La lectura de santos que desde la ciencia descubrieron la fe, como tantos padres de la Iglesia, y otros más contemporáneos como Edith Stein o Karol Wojtyla me han ayudado a entender más la verdad y sobre todo amar a la Iglesia.


Cuando descubro o conozco la verdad, entiendo que la conversión no es algo que se da en un momento único, sino más bien es un regalo que se tiene que pedir constantemente. La vida misma para mí es un camino largo de conversión, donde no nos podemos separar de los sacramentos, ni de otros que nos ayuden en este proceso tan largo. Conocer la verdad me ha llevado a experimentar la libertad.


¿Qué es la libertad? Antes de emprender este viaje pensaba que era hacer lo que quisiese, pero he entendido que es poder vivir de acuerdo con mi dignidad, es decir vivir con responsabilidad y congruencia a mi ser. Esto lo constato cuando experimento alegría en la adversidad, en el sufrimiento y en el sacramento de la reconciliación.

La vida coge un sentido para el cristiano, no somos producto del azar. Somos seres abiertos, relacionales como la Santísima Trinidad, llamados a la transcendencia y a encontrarnos en el otro. Nuestro cuerpo no es solo un conjunto de células, sino un reflejo del Dios que nos creó, por lo tanto, cada parte de él tiene un significado teológico y existencial.


La frase evangélica nos invita a conocer la verdad, para poder encontrar la auténtica libertad cristiana. La actitud del cristiano es pedir en la oración conocer la verdad que nos libera incluso  de nosotros mismos. Es difícil creer que algo se nos pueda dar como un regalo sin mayor esfuerzo,  solamente mostrándonos como somos, sin máscaras, haciendo una oración desde la debilidad  humana, como seres limitados que buscamos la verdad que nos libera. Pero a la par es algo  tremendamente apasionante.

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