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Para qué sirve una catedral

Los destinos a los que somos enviados los sacerdotes son, en la mayor parte de las veces, una gran sorpresa a la vez que un reto en tanto que allí confluye la misión a la que nos quiere enviar el Señor y el lugar concreto donde se materializa nuestra entrega.

Así, una gran sorpresa me llevé yo cuando hace unos años el Sr. obispo me envío a ejercer el ministerio sacerdotal en la catedral. Hasta ese momento mi relación con ese lugar había sido transitoria y circunstancial, pero a partir de entonces pude adentrarme en un lugar que, más allá de su belleza artística juega un papel fundamental en la vida espiritual de nuestra diócesis.


Es cierto que, en nuestra diócesis, tenemos una catedral bellísima, con una imponente fachada barroca y un interior que, aunque modesto, está repleto de arte y atrae la mirada orgullosa de los murcianos y que es admirada por la multitud de turistas que llegan hasta ella.


Pero más allá de su incuestionable valor artístico, la catedral nos transmite un mensaje que nos ayuda a entender nuestra historia y la fe de aquellos que a lo largo de los siglos hemos alimentado nuestra vida cristiana junto a ella.


La catedral es testigo elocuente del paso de los siglos y es el guardián de nuestra memoria colectiva como pueblo que ve en ella el reflejo de su propia historia. La catedral preserva la riqueza de la historia y de la tradición espiritual a lo largo del tiempo. Ha sido testigo vivo de los acontecimientos que han marcado el rumbo de nuestra historia. La arquitectura y los diferentes estilos decorativos nos transportan en el tiempo y plasman los avatares de una sociedad que dejó impresa en sus muros los mejores ejemplos artísticos de los diferentes momentos de de su fábrica.


El arte y los tesoros que posee nos habla de hombres, de oficios y de una estructura social que nos refiere a tiempos pretéritos pero que, a su vez nos ayuda a entender nuestro presente. Incluso, sus enterramientos nos remiten a esos personajes que han ido configurando la historia de nuestro pueblo.


Sin embargo, más allá de su referencia a la historia, la catedral es un símbolo de fe y devoción de los cristianos que junto a ella han bebido de ella para alimentar su vida cristiana. Es un recorrido físico y tangible de la presencia divina en la vida de las personas y un signo de la unidad en la fe de los creyentes.


Desde aquí el obispo tiene su cátedra y desde ella desempeña su misión de regir, enseñar y santificar al pueblo santo de Dios. En ella se celebran las principales celebraciones cristianas por medio de las cuales los creyentes actualizamos los misterios de nuestra fe y al mismo tiempo, remitimos a Dios los acontecimientos de la vida presente.


Es, por tanto un signo de unidad para todos los creyentes de la diócesis debido a su función espiritual y litúrgica. Es lugar de encuentro del pueblo de Dios con el obispo que es el pastor de la diócesis; es el lugar donde los cristianos vivimos la comunión de fe, de doctrina y vida bajo la guía del obispo a lo largo de la historia.


Así la catedral es madre y cabeza de la diócesis porque desde ella, el obispo nos preside en la caridad y nos reúne en la comunión de una misma fe confirmándonos en el camino de la única iglesia de Jesucristo. De este modo es referente de unidad y símbolo de la continuidad y la conexión con la tradición apostólica.


Por todo esto, más allá y más importante que su valor artístico que es incuestionable, la catedral nos llama introducirnos en un espacio sagrado que nos vincula totalmente a la Iglesia como cuerpo místico de Cristo con una función plenamente actual y necesaria para entendernos como iglesia, como pueblo de Dios que sigue transitando los caminos de la historia junto a ese Dios que ha querido poner su morada entre nosotros.


Con estas palabras me gustaría que, cuando pasemos por nuestra catedral, aparte de presumir de su belleza y de ser un precioso signo de identidad para los murcianos, la miremos como cristianos, como creyentes, sabiendo cual es su función y su misión y sintiéndonos a la vez miembros vivos de esta Iglesia que hoy, como madre y maestra nos anima a adentrarnos por las sendas de la fe y sigue engendrando hombres y mujeres para la santidad.


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