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¿Por qué seguir aún en la Iglesia Católica tras la crisis de los abusos? Parte II

Hace unos cien años, el teólogo Romano Guardini, expresaba el renacimiento eclesial con aquella famosa expresión: “un acontecimiento de imprevisible alcance ha comenzado: la Iglesia despierta en las almas”. Manifestaba así que la Iglesia ya no era percibida como un mero aparato externo o una especie de administración burocrática religiosa, sino que comenzaba a nacer en los corazones, que tocaba el interior de la persona. Paradójicamente, casi medio siglo después, el teólogo Joseph Ratzinger se veía en la tentativa de formular la frase de la siguiente manera: “la Iglesia muere en las almas”:


“En efecto, la Iglesia hoy es contemplada en gran medida sólo como una especie de aparato político. Se habla de ella en la práctica casi exclusivamente con categorías políticas, y eso vale también para los obispos, que formulan su imagen de la Iglesia del futuro en términos casi exclusivamente políticos. La crisis causada por los numerosos casos de abusos cometidos por sacerdotes empuja a considerar a la Iglesia como algo fallido, que ahora fundamentalmente tendríamos que tomar en nuestras manos y configurar de nuevo1️⃣.

El constante flagelo de los abusos ha llevado a algunos teóricos a considerar que el problema no sólo sería cuestión de retirar algunas manzanas podridas que acaban pudriendo a otras sanas; sino que se trataría de algo mucho peor, de un problema sistémico y estructural 2️⃣. Es decir, no son las manzanas podridas sino el cesto donde se contienen las manzanas lo que se debería tratar a toda costa, ya que es el cesto, la estructura eclesial lo que de modo sistémico haría que las manzanas se pudrieran. Este planteamiento, atinado o no, señala un problema de fondo mucho mayor, un problema que pone más nervioso aún al cristiano que quiere seguir viviendo su fe dentro de la Iglesia católica.


Dando un paso más, sería incompleta y reductiva una visión de la Iglesia actual que no tuviera en cuenta la profunda crisis de fe que atraviesa la sociedad occidental. La “muerte de Dios” es un hecho totalmente real en la práctica que se instala hoy también en el corazón de la misma Iglesia. Quizá no sea aquel ateísmo teórico y combativo que representó otras épocas. Hoy se trata más bien de un ateísmo práctico, de un Dios que, aunque a nivel teórico tenga cabida, en la práctica ha dejado de actuar; se trataría de un Dios lejano, impersonal, que poco o nada tiene que decir sobre el modo de orientar la propia vida. En este sentido, un Dios que no tiene nada que decir es un Dios que sirve bien poco, una entelequia, un presente ausente.


Ante esta situación, la Iglesia ha dejado de ser vista como la describía el Concilio Vaticano I: como el gran estandarte escatológico visible desde lejos que convoca y reúne a los hombres representando el verdadero milagro del cristianismo, la mejor prueba de su credibilidad ante la historia (“signum levantum in nationes”). En contraste, “hoy parece verdadero todo lo contrario: no una comunidad maravillosamente difundida, sino una asociación estancada (…), un conjunto de debilidades humanas, una historia vergonzosa y humillante en la que no ha faltado ningún escándalo (…). Así, la Iglesia no aparece ya como el signo que invita a la fe, sino precisamente como el obstáculo principal para su aceptación” 3️⃣.


Este escenario nos permite entender las voces crispadas que en la actualidad se alzan suplicando un cambio radical: “La Iglesia tiene que cambiar, cambiar, ¡cambiar!” 4️⃣. Sin embargo, ¿tenemos que crear otra Iglesia distinta o mejorada para resolver las cosas? Este experimento ya se ha llevado a cabo a lo largo de la historia y siempre ha fracasado, ya que una Iglesia hecha por manos humanas no puede ser nunca una esperanza para el ser humano 5️⃣.


Aproximación a una respuesta:


Desde una perspectiva más global, da la impresión de que el aturdimiento ante la realidad de los abusos nos hubiera incapacitado para ver la Iglesia en su conjunto. Como si los primeros árboles hicieran de barrera para abarcar con la mirada todo el bosque; o los primeros edificios en ruinas nos impidieran ver toda la belleza de la ciudad.


Ciertamente hay que agradecer el papel de los medios de comunicación que actuando como observadores externos (outsiders) 6️⃣ nos han permitido ver la gravedad del asunto; sin embargo, no es menos cierto que el incidir tanto, de modo continuado y sistemático en la misma cuestión nos ha podido llevar a pensar que la parte es mayor que el todo. Vemos los detalles tan cerca y minuciosamente que no somos capaces de contemplar el todo. Lo que hemos ganado en precisión lo hemos podido perder en verdad. Joseph Ratzinger ofrece un ejemplo bastante iluminador al respecto: “Cuando observamos al microscopio una astilla de árbol, lo que vemos es sin duda exacto, pero podría a la vez esconderse la verdad si se olvidase que un detalle no es tan sólo un detalle, sino que existe en un todo que, aunque no sea visible al microscopio, es igualmente verdadero, incluso más verdadero que el detalle tomado aisladamente” 7️⃣.


Tras estas reflexiones pasamos ahora a abordar la naturaleza misma de la Iglesia, queremos responder a las dudas que se nos plantean: ¿cómo podemos ver la totalidad del árbol y no sólo la astilla? ¿Qué hay más allá de los árboles o edificios ruinosos en primera fila? En definitiva, ¿qué sigue legitimando la credibilidad en la Iglesia Católica tras esta situación aciaga en la que se encuentra hoy?



P. Pedro García Casas


Sacerdote, Doctor en Filosofía, Licenciado en Teología del Matrimonio y la Familia,


Licenciado in Safeguarding of Minors, Pontificia Universidad Gregoriana, Roma, 2020.

 

1️⃣ Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, “La Iglesia y el escándalo de los abusos sexuales”, 2019.

2️⃣ Cfr. Daniel Portillo Trevizo (ed.), Teología y prevención, Estudio sobre los abusos sexuales en la Iglesia, Sal Terrae, 2020.

3️⃣ Cfr., Ibid.

4️⃣ Joan Chittester, “Lay-led Synodal Assembly”.

5️⃣ Joseph Ratzinger, ¿Por qué permanezco en la Iglesia?, Sígueme, Salamanca, 2005.78.

6️⃣ La película Spotlight es un claro ejemplo de ello.

7️⃣ Joseph Ratzinger, ¿Por qué permanezco en la Iglesia?, o.c. 72.


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