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Qué espera la Iglesia de las universidades católicas

En diciembre de 2020, el Papa Francisco realizó un video mensaje con el que saludó a algunos académicos, comprometidos con la Misión 4.7 de la UNESCO y con el Pacto Educativo Global de la Santa Sede. En ese video mensaje, el Santo Padre pronunció una frase con la que quisiera ahora iniciar mis palabras. Dijo el Papa: «La educación es un acto de esperanza que, desde el presente, mira al futuro»1.

Como ven, la frase de nuestro Pontífice podría dar razón del objeto que nos reúne, a saber, mirar hacia lo que quisiéramos que llegaran a ser nuestras Universidades católicas en el futuro, partiendo desde nuestro presente y, por qué no, sin olvidar el legado que hemos recibido del pasado. Mirar desde el presente implica, entonces, ampliar la visión y escuchar a otras miradas, a imitación de un poliedro. Es decir, no podemos limitarnos a ver únicamente las Universidades desde nuestra propia realidad. Necesitamos que, al igual que el poliedro, muchas miradas reflejen la originalidad de las Instituciones de educación católica, a través de la confluencia de todos los posicionamientos o puntos de vista2.

Esa mirada presente, por ende, está llamada a ser múltiple y plural pues, se hace necesario que incluya: la situación presente de la Iglesia, el presente de nuestras Universidades católicas, el presente del empeño que tienen tantas mujeres y hombres en la formación integral de la persona humana, el presente de los discípulos de Jesús que trabajan en el mundo educativo y cultural, y finalmente, y no por esto menos importante, el presente de aquellos que rodean nuestras Instituciones, es decir, «la totalidad de las personas en una sociedad que busca un bien común que verdaderamente integra a todo el mundo»3. Si partimos de estos presentes, nuestra mirada hacia el futuro no se limitará a una programación rutinaria. Nuestra mirada se convertirá en un acto de esperanza. Que las Universidades católicas sean buenas universidades es algo por lo que debemos luchar. Pero debemos ser conscientes que ello no es suficiente. En el pensamiento del Papa Francisco, las Universidades católicas no deberían limitarse a conceder únicamente títulos profesionales de calidad y a garantizar carreras ambiciosas. La Iglesia espera, como dijo el Papa en el mensaje para la paz del 2021, que nuestras Instituciones Superiores se distingan por ser universidades en el mundo que, ofreciendo su servicio educativo, estén dispuestas a «transmitir un sistema de valores basado en el reconocimiento de la dignidad de cada persona, de cada comunidad lingüística, étnica y religiosa, de cada pueblo y de los derechos fundamentales que derivan de estos»4. En una frase: Se tiene la esperanza de que nuestra educación católica sea algo más. Es decir, que esté más enraizada en el ethos cristiano y, por ende, que sea más audaz en la búsqueda de la verdad. Que sea más innovadora culturalmente. Que sea más atenta socialmente: «más abierta e incluyente, capaz de la escucha paciente, del diálogo constructivo y de la mutua comprensión»5.

Ahora bien, me parece conveniente, después de haber escuchado el desafío que nos ha tendido el Papa, proponerles que examinemos un camino a seguir, para que avancemos hacia el futuro. Considero que, en esta acción de vislumbrar el futuro, hay dos aspectos esenciales que deben mantenerse y otros dos a los que estamos llamados a renovar. Seguramente, existirán otros aspectos que podríamos tratar a lo largo de nuestro encuentro o en alguna otra ocasión. ¡La reflexión y la participación en pro de nuestras universidades son siempre bienvenidas!

1) La identidad El primer aspecto del que una Universidad católica no puede prescindir, ni ahora ni en el futuro, es el de la propia identidad. Sin ella, la universidad se alejaría de la misión de educar, a ejemplo de Jesús, el Maestro, y se convertiría en una fábrica de títulos profesionales. Al respecto, la Constitución Apostólica Ex corde Ecclesiæ define una Universidad católica como una comunidad académica que se distingue: 1) por una inspiración cristiana por parte, no sólo de cada miembro, sino también de la Comunidad universitaria como tal; 2) por una reflexión continua a la luz de la fe católica, sobre el creciente tesoro del saber humano, al que trata de contribuir con sus propias investigaciones; 3) por la fidelidad al mensaje cristiano tal como es presentado por la Iglesia; y 4) por el esfuerzo institucional al servicio del pueblo de Dios y de la familia humana en su itinerario hacia aquel objetivo trascendente que da sentido a la vida6.

No obstante, si bien nuestras universidades han reflexionado sobre la propia identidad, a través de grupos de estudios, publicaciones, conferencias, etc., es necesario abrir aún más los ojos, sobre todo ante este mundo cambiante e inestable. Hoy, varias tentaciones rodean a nuestras instituciones, de las que, si no se está alerta, se correría el peligro de caer en ellas sin darnos cuenta.

Una tentación que quebranta la identidad es, retomando el pensamiento del Papa Francisco, la autopreservación de la institución, es decir, esa introversión excesiva que paraliza el dinamismo educativo, dándole la espalda a la realidad. La autopreservación nos convierte en funcionarios de la educación, en perjuicio de la acción evangelizadora de la Universidad, hasta el punto de multiplicar la distancia entre los profesores y los alumnos, entre los mismos profesores, entre los propios alumnos, y entre la Institución, la Iglesia y la sociedad. Es decir, desaparecen las obras y los gestos de la vida cotidiana, con lo que dejamos de sentirnos hermanos. ¡Es tan fácil que los componentes de una universidad se vuelvan islotes separados y que las universidades se conviertan en un archipiélago de solitud!

Otra tentación que perjudica a la identidad es la autorreferencialidad, de la que tantas veces nos ha hablado el Papa Francisco. En el caso de la Universidades católicas, se es autorreferente cuando en el fondo sólo se confía en las propias fuerzas y se experimenta, como Institución, una cierta superioridad. Al respecto, vale la pena que reflexionemos sobre un discurso que pronunció el Papa en el mes de mayo, del año pasado, y que está relacionado con esta tentación que constituye la autorreferencialidad. Leo un párrafo: «El mito de Prometeo, apto quizá en otras épocas, ya no lo es para la nuestra. No necesitamos un heroísmo titánico, sino una mansa y paciente fraternidad entre nosotros y con la creación. La vida y la historia demuestran, de hecho, que no podemos ser nosotros mismos sin el otro y sin los otros. En un mundo en el cual todo está íntimamente relacionado […], es necesario abrirse con creatividad a nuevos itinerarios, más integrados, compartidos, unidos directamente con las personas y sus contextos»7.

2) Misión El segundo aspecto al que no puede renunciar una Universidad católica, ni en el presente, ni en el futuro, es la misión por la que se une a la hermosa tarea de la evangelización. Para Ex corde Ecclesiæ esta evangelización se encuentra orientada hacia «una presencia, por así decir, pública, continua y universal del pensamiento cristiano en todo esfuerzo tendiente a promover la cultura superior y, también, a formar a todos los estudiantes de manera que lleguen a ser hombres insignes por el saber, preparados para desempeñar funciones de responsabilidad en la sociedad y a testimoniar su fe ante el mundo»8.

En una Universidad católica esta presencia se traduce, sobre todo, por el diálogo continuo y científico entre la fe y la razón. Hoy, y en el futuro, será necesario consolidar entre la fe y la razón una compatibilidad creíble. «Precisamente, la fe y la razón, cuando caminan de la mano, son capaces de potenciar la cultura del ser humano, impregnar de sentido el mundo, y construir sociedades más humanas, más fraternas, y por consecuencia, más llenas de Dios»9.

Tenemos que cuidarnos de dos peligros: el fideísmo y la razón autónoma. Ambas desconfían la una de la otra, despreciándose y entronizándose como si fueran únicas. Una Institución educativa católica debe evitar la aspiración de convertirse en una parroquia o en un grupo de devoción. De la misma manera, debe alejarse de la presunción de proclamar que solo algunas ciencias aceptarían la presencia de la fe y que otras estarían exentas de ella. Bien dijo el Papa Francisco que «la fe despierta el sentido crítico […]. La fe ensancha los horizontes de la razón para iluminar mejor el mundo que se presenta a los estudios de la ciencia»10.

Cierro esta cuestión, augurando que nuestras Universidades acojan cuanto antes la invitación del Papa sobre el principio de la interdisciplinariedad, «no sólo en su forma “débil”, de simple multidisciplinariedad […]; sino también en su forma “fuerte”, de transdisciplinariedad, como ubicación y maduración de todo el saber en el espacio de Luz y de Vida ofrecido por la Sabiduría que brota de la Revelación de Dios»11.

Habiendo visto los aspectos a los que no se puede renunciar, identidad y misión, presento brevemente los otros que necesitan renovación ahora para sembrar un futuro prometedor.

3) Diálogo El primero de ellos es el diálogo. Esto porque, sí hemos seguido el magisterio del Papa Francisco, podríamos decir, sin error a equivocarnos, que la invitación al diálogo ha sido una constante en todos sus discursos y mensajes dirigidos a la comunidad eclesial y mundial.

El diálogo forma parte de la dimensión constitutiva de todo ser humano. En esto coinciden todos los antropólogos y sociólogos. El individuo necesita dialogar. Todo su ser corporal, su ser espiritual y su obrar apuntan hacia la comunicación. Para el educador y el estudiante universitario de una Universidad católica, el diálogo se fundamenta y se desarrolla en la dinámica dialógica trinitaria, en el diálogo entre Dios y el hombre y en el diálogo entre los mismos hombres.

De ahí que las instituciones educativas católicas, por su naturaleza eclesial, estén llamadas a compartir el diálogo como un elemento constitutivo de su identidad. En otras palabras, invitadas a practicar la gramática del diálogo, no como un expediente tecnicista, sino como modalidad profunda de relación, como expresión de sinodalidad. Las comunidades educativas católicas no pueden ser, si no son sinodales. Deben permitir que la persona se exprese y crezca humanamente en un proceso de relación dialógica, interactuando de manera constructiva, ejercitando el respecto, comprendiendo los diferentes puntos de vista, creando confianza en un ambiente de auténtica armonía.

Ahora bien, el Papa Francisco ha dado algunas indicaciones fundamentales para favorecer el diálogo. Ellas son: el deber de la identidad, la valentía de la alteridad y la sinceridad de las intenciones. El deber de la identidad, porque no se puede entablar un diálogo real sobre la base de la ambigüedad o de sacrificar el bien para complacer al otro. La valentía de la alteridad, porque al que es diferente, cultural o religiosamente, no se le ve ni se le trata como a un enemigo, sino que se le acoge como a un compañero de ruta, con la genuina convicción de que el bien de cada uno se encuentra en el bien de todos. La sinceridad de las intenciones, porque el diálogo, en cuanto expresión auténtica de lo humano, no es una estrategia para lograr segundas intenciones, sino el camino de la verdad, que merece ser recorrido pacientemente para transformar la competición en cooperación12.

Sabemos que la educación que imparten nuestras Universidades católicas tiene como objetivo la formación integral del ser humano. Pues bien, el diálogo, bien encauzado, podría reforzar lo aprendido y abrir los horizontes de las personas, permitiéndoles salir de sí mismo y ayudándolas a construir la tan esperada amistad social y fraternidad universal. No olvidemos que si nuestras instituciones educativas se cierran al diálogo estarán destinadas a aislarse, aunque sus proyectos educativos hayan sido inspirados en la doctrina cristiana. Igualmente, si nuestras instituciones se preocupan solo por dialogar, olvidando la identidad que las caracteriza, terminarán siendo meras instituciones arrastradas por las modas del momento. La virtud busca el equilibrio.

4) Pastoral universitaria Desde el inicio del Pontificado del Papa Francisco, se nos ha invitado a la conversión pastoral y misionera. De ahí que, muchas conferencias episcopales, congregaciones religiosas y diferentes instituciones eclesiales hayan propiciado la reflexión sobre la pastoral de cada una de ellas. En algunos casos se han reformado las estructuras; en otros, se ha actualizado el mensaje según los signos de los tiempos. La conversión pastoral, a la que estamos llamados, procura «que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad»13.

Ahora bien, en relación con la pastoral universitaria, ha sido poco lo que se ha hecho. Algunas Universidades católicas siguen considerando que la pastoral se limita a poseer una capilla, una imagen de Cristo, o de la Virgen, o de algún santo. Piensan que son católicas porque tienen asignado un capellán o algún agente de pastoral. En otras universidades, los signos cristianos no están presentes. Por eso, si queremos que nuestro futuro esté comprometido con la sociedad fraterna que deseamos, se hace necesario reflexionar, partiendo del Kerygma, sobre la pastoral universitaria que necesitamos ahora y que podría influir en el futuro.

Sea como sea, sería laudable que nuestras Universidades propiciaran e impulsaran una pastoral renovada, que encarne la fe, a través de las actividades diarias, con momentos significativos para la oración, la reflexión y la profundización cultural. La pastoral debe tener en cuenta que un rasgo característico de los jóvenes de hoy es el compromiso social. El voluntariado es una escuela de vida dentro de la propia escuela. «Hay muchos jóvenes dispuestos a comprometerse con iniciativas de voluntariado, ciudadanía activa y solidaridad social, que hay que acompañar y alentar para que emerjan los talentos, las competencias y la creatividad de los jóvenes y para incentivarles a asumir responsabilidades. El compromiso social y el contacto directo con los pobres siguen siendo una ocasión fundamental para descubrir o profundizar la fe y discernir la propia vocación»14. Otro elemento importante que debemos tener presente e intensificar es la dimensión cultural. La disposición tomada por el Papa Francisco con la creación de un nuevo dicasterio donde la cultura y la educación están juntas es un desafío al que deberemos responder juntos, buscando más sinergias, corriendo más riesgos.

Finalizo formulando un deseo para todos aquellos que integran las comunidades académicas de nuestras Universidades católicas. Deseo que, a partir de nuestro presente, con sus pros y sus contras, vislumbremos con seriedad el futuro. Que todos, como dijo el Papa Francisco, en el video mensaje que cité al inicio, lleguemos a ser creadores «de una nueva belleza humana, una nueva belleza fraterna y amigable, como de la salvaguardia de la tierra que pisamos»15.

 

1 PAPA FRANCISCO, Video mensaje a los participantes del encuentro Misión 4.7, Ciudad del Vaticano, 16 de diciembre de 2020.

2 Cf. PAPA FRANCISCO, Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, 24 de noviembre de 2013, n. 236.

3 IBID.

4 PAPA FRANCISCO, Mensaje para la jornada mundial de la paz, 1° de enero de 2021, n. 8.

5 PAPA FRANCISCO, Mensaje para el lanzamiento del Pacto Educativo Global, 12 de septiembre de 2019.

6 Cf. JUAN PABLO II, Constitución Apostólica Ex corde Ecclesiæ, 15 de agosto de 1990, n. 13.

7 PAPA FRANCISCO, Discurso a los participantes en un congreso internacional sobre la protección de la biodiversidad, Ciudad del Vaticano, 21 de mayo de 2022.

8 JUAN PABLO II, Constitución Apostólica Ex corde Ecclesiæ, 15 de agosto de 1990, n. 9.

9 PAPA FRANCISCO, Discurso a los miembros de la Fraternidad de agrupaciones Santo Tomás de Aquino, Ciudad del Vaticano, 30 de septiembre de 2022.

10 PAPA FRANCISCO, Carta Encíclica Lumen Fidei, 29 de junio de 2013, n. 34.

11 PAPA FRANCISCO, Constitución Apostólica Veritatis gaudium, 8 de diciembre de 2017, Proemio, n. 3c; Exhortación Apostólica Postsinodal Christus vivit, 25 de marzo de 2019, n. 222.

12 Cf. PAPA FRANCISCO, Discurso a los participantes en la Conferencia Internacional para la Paz, El Cairo, 28 de abril de 2017.

13 PAPA FRANCISCO, Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, 24 de noviembre de 2013, n. 27.

14 PAPA FRANCISCO, Exhortación Apostólica Postsinodal Christus vivit, 25 de marzo de 2019, n. 170.

15 PAPA FRANCISCO, Video mensaje a los participantes del encuentro Misión 4.7, Ciudad del Vaticano, 16 de diciembre de 2020.


Artículo 230206 - Qué espera la Iglesia de las universidades católicas
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