Atardecía en Ciudad Real, mientras que en nuestros corazones se despertaba el fuego del Espíritu Santo dispuesto a llevarnos a un encuentro inolvidable.
Dios nos ha llevado a un sitio de descanso y “escucha”, esta vez, materializado en el Seminario de Ciudad Real, donde nos encontramos con varias Pastorales del sur de España para pasar unos días en comunidad y compartir la ilusión de ser hijos de Dios, fortalecer la fe, el amor y la esperanza.
La vigilia de llegada, organizada por los compañeros de Ciudad Real, supuso un acontecimiento espiritual profundo por el que todos rezamos, y recordamos el verdadero sentido de nuestro viaje en la vida: ser amigos de Jesús.
Un encuentro que empieza con la Bendición de Dios solo puede desplegarse con novedades extraordinarias, y así fue: los días siguientes transcurrieron con agilidad y asombrosa fluidez, y unidos por el calor de otras Pastorales, compartimos momentos de formación y aprendizaje frente a los testimonios de seminaristas y personas de fe, el sacramento de la Eucaristía y numerosas actividades que los compañeros de Ciudad Real prepararon para nutrirnos, en primera persona, de la Fuente de Agua Viva. Y así como Jesús le pidió de beber a la mujer samaritana, también nosotros pudimos beber de su Amor a través de los amigos.
Es cierto que, el encuentro entre personas de distintas culturas puede asustar y aislar al principio, pero un encuentro con Dios y sus hijos supera toda perspectiva humana, y fue así como nos abrimos desde el primer momento a pesar de nuestras diferencias culturales y geográficas.
Entre las horas pasar se apreciaba una sintonía que parecía llenarse/nos cuanto más se vaciaba, y así es como llegada la tarde jugábamos, como amigos de toda la vida, a otra actividad organizada por los compañeros de la Pastoral de Ciudad Real, muy dinámica y divertida, que requería de la superación de retos como interpretar un pasaje de la Biblia o bailar un “TicToc” para responder a lo que hoy nos pide el Papa a los jóvenes: “Hacer lío”. Una odisea cristiana por las calles de la ciudad ajustada a los nuevos tiempos.
Así, el sabernos hijos de Dios nos llevó al intercambio de momentos y anécdotas, al debate constructivo, a las canciones improvisadas por las calles de Ciudad Real, a la unión de lo que somos y podemos llegar a ser como amigos de Jesús, sin distinción de clases, cultura o posición social. Después del exilio por las calles, las canciones, las oraciones y los diálogos, continuaron las actividades programadas por los compañeros de Ciudad Real hasta la tarde del domingo, momento en que nos despedimos con la promesa de volver a vernos pronto, muy pronto.
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