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«Vi con mis propios ojos que no estoy solo»

A todos nos gustan las grandes historias. El pasado fin de semana (días 21, 22 y 23 de octubre) tuvo lugar UDISUR 2022, un encuentro de jóvenes cristianos del sur de España, en la ciudad de Jerez de la Frontera (Cádiz). Este artículo es solo mi breve testimonio sobre cómo viví este encuentro.


Antes de nada, debo ser sincero: jamás he ido de campamento, colonias o convivencia, por lo que dormir en la misma habitación con más de diez personas, o tener solo un baño para todos los chicos, eran pensamientos que ciertamente me rondaban y preocupaban.


Si este hecho se cocinaba junto con mi introversión y las más de 7 horas de viaje en autobús que nos esperaban, se obtenía la receta perfecta para NO querer ir a este encuentro. Aún con todo, fui. Y como siempre sucede, no puedo estarle más agradecido a Dios por ello.


Allí hicimos varias actividades. Algunas más de ocio/culturales como ver la ciudad, visitar una bodega (con su correspondiente cata de vinos) y acudir a un espectáculo ecuestre.


Por otro lado, hicimos también actividades de corte más religioso, entre las que podría mencionar una hora santa la primera noche, un testimonio de la pianista llamada La Reina Gitana, el rezo de laudes todos juntos por las mañanas y la misa tanto del sábado como del domingo. Esta última fue la más impresionante, ya que tuvo lugar en la catedral y fue presidida por el obispo de Jerez junto con los sacerdotes de todas las pastorales universitarias copresidiendo la celebración.


Entremedias de este sinfín de actividades, también tuvimos algo de tiempo para conocernos y pasar tiempo juntos. Aquí es donde quiero hacer especial hincapié, las personas. Nos encontrábamos jóvenes de todas las universidades del sur de España: Málaga, Granada, Jaén, Murcia… Cada uno de su padre y de su madre, con distintas inquietudes, formas de ser y planes de futuro. Y, sin embargo, ahí estábamos todos reunidos durante 3 días en pleno curso académico haciendo… ¿qué? ¿Pasar tiempo con Dios? Eso ya lo hacemos los cristianos los domingos (y no por ello deja de ser maravilloso), pero aquí había algo más.


La razón por la que nos habíamos reunido allí, por la que habíamos dejado todas las ocupaciones de nuestra ajetreada vida como estudiantes universitarios, era simplemente querer pasar tiempo con Dios, por supuesto, pero acompañados de otros que también tuvieran esta inquietud y ganas de estar con Él.


Esto puede parecer algo insignificante, pero para mí tiene un valor muy importante y es el de ver con tus propios ojos que no estás solo, saber que por una vez no eres el diferente (en un sentido despectivo) y poder ser plenamente tú mismo.


Allí no era necesario esconderse en la incomodidad del silencio. No era necesario atribuirle al destino o al azar los sucesos que allí ocurrían y, desde luego, no era necesario tener miedo. Nadie iba a juzgarte por mostrar aquello que guardases dentro de ti, fuera lo fuera.


En este encuentro se respiraba un ambiente que no he sentido en ninguna otra parte, ni en la universidad, ni en un taller, ni en un gimnasio. Un ambiente de tranquilidad y amor que impregnaba a todas y cada una de las personas que allí estaban. A todas. Ni una mirada juiciosa, ni unas palabras envenenadas ni un gesto de violencia, aquí he podido realmente conocer ese sentimiento de comunión del que siempre hablaban los sacerdotes y nunca había encontrado e incluso con el paso del tiempo, ya ni aspiraba a encontrar.


El año que viene el encuentro será en Huelva, más lejos todavía si cabe y, aun así, si Dios quiere, iré. Firmaría hoy mismo mi inscripción para ir. Siento que Dios con este encuentro me ha contado una historia, la gran historia de cómo mis planes no son ni tan siquiera los bocetos de los suyos.



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