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Vivir en paz

Domingo VI de Pascua - Ciclo C


Hemos de aceptar que una Iglesia llevada sólo por el talento o la virtud humana, más allá de que todo esto sería muy deseable, no es viable; estaría destinada a perecer, como cualquier otra iniciativa humana. ¿Cómo soportar siglo tras siglo, sin destruirse, las querellas internas, el pecado de los pastores y los fieles, las persecuciones de fuera, o el desgaste propio de toda institución con el paso del tiempo? El misterio está ahí, un milagro que se repite año tras año, siglo tras siglo, ante el desconcierto y la incredulidad de aquellos que no saben o no conocen el espíritu que la anima.


¡Iglesia Santa de Dios, Pueblo congregado hoy para celebrar Eucaristía: expulsa de ti el demonio del miedo! “¡Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde! (…) El Espíritu que el Padre enviará en mi nombre os lo enseñará todo, y os recordará todo lo que yo os he dicho”. Vendrán conflictos, se reunirán concilios, desfilarán Papas y teólogos, y corrientes, movimientos o espiritualidades; suscitará Dios nuevos carismas, y hombres y mujeres que sostendrán la Fe, habrá herejías, ¡habrá pecado!... Unos acabarán saliendo de la Iglesia aburridos o escandalizados, otros vivirán el conflicto desde la humildad y acabarán siendo luz. Moriremos, pasaremos los que discutimos, pero seguirá la Iglesia conducida por el Espíritu Santo, como supremo timonel, en medio de mil tormentas. Y, a través de épocas de conflicto o de paz, con pecados y virtudes, Él -Dios- continuará construyendo una Historia de Salvación.


“La Paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo…”. No habla Jesús de la paz externa, consistente en la ausencia de guerras y conflictos entre naciones o personas. Se refiere a la paz interior, la del corazón, la de la persona consigo misma y con Dios. Es la paz fundamental, sin la cual no existe ninguna otra paz. De ahí que ésta, la paz externa, parezca inalcanzable o una utopía irrealizable; porque sin aquella, sin la interior, ésta es un imposible humano. ¡Cuántas veces oímos en boca de una persona: “Deseo un poco de paz”! La palabra que Jesús emplea -“shalom”- significa bienestar, reposo, seguridad, éxito, pero sobre todo es sinónimo de salvación y bien. La paz de Dios es una gracia y un don que no se conquista, sino que se recibe cuando uno lo pide desde la humildad y la constancia.


A veces en la vida, buscamos el remedio fácil y rápido, un “sanalotodo” a modo de solucionador de problemas; en cambio el Evangelio lo que nos asegura es la fuerza necesaria para aceptar “con paz interior” las adversidades que provienen de fuera y las imposibilidades y fracasos que nacen de dentro. El remedio es la confianza en Dios: “Que no tiemble ni se turbe vuestro corazón…”. Y la ayuda es conocida, se llama Espíritu consolador. Él es la Paz de Dios. Por eso la Iglesia no pierde la paz: porque no es obra humana; ha nacido “de lo alto” y, sostenida por el Espíritu Santo, es enviada por Dios para salvación de los hombres.

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