top of page

Carlos y Sandra

Hace poco tuve el enorme honor de conocer a Carlos y Sandra. Son dos mellizos, bebés de en torno a un año de edad, con los que tuve la suerte de poder pasar un rato junto a ellos y sus padres. Carlos es un bebé regordete, rechoncho muy sonriente y cariñoso al que le encanta estar en los brazos de su mamá y así fue como lo conocí.


Ante una situación así, no podía hacer otra cosa que no fuera pedirle a la madre (una buena conocida mía), si podía tener yo al niño en brazos un rato. Su madre me respondió que por supuesto, que tan sólo era necesario que abriera los brazos con intención de cogerle y en el momento que hice este gesto, Carlos se abalanzó sobre mí sin dudarlo ni un solo instante y se quedó abrazado a mí, pegado como una lapa, adaptándose a la forma de mi cuerpo. Es cierto que el impacto inicial fue grande, pues se nota que Carlos es un bebé de buen comer, pero al poco de llevarlo, se amoldaba de tal forma, que casi pareciera que no pesara.


Por otro lado, también estaba su hermana Sandra, la cual como diría mi abuela, es un “latiguillo”, una “mengaja”, es decir, que era una bebé más pequeña y más delgada que su hermanito. No obstante; a Sandra no le gustaba que la cogieran en brazos, pero aún así, las pocas veces que esta se dejaba, se quedaba totalmente recta, inflexible, como una estaca. Esto hacía que, aunque no pesaba prácticamente nada, al poco de llevarla en brazos, se sintiera una gran fatiga y pareciera que estuvieras llevando a un bebé mucho más pesado de lo que en realidad era.


Siempre, a lo largo de la historia de la Iglesia, se ha hablado incesantemente de amar al prójimo tal y como Jesús nos enseñó. Muchas veces creemos que la mejor (y única forma de amar) es mediante acciones, sacrificios, regalos…


No obstante; a mi me gustaría recordar la otra cara del amor y esta es, dejarse amar.  Parece una tontería, un acto de vulnerabilidad, una muestra de debilidad, pero dejarse amar resulta realmente importante y lo que es más, sobre todo resulta importante hoy en día.


Sin duda, podemos decir sin lugar a equivocarnos, que en el mundo falta amor por todos lados, pero yo me pregunto, ¿es posible que haya mucha gente que quiera amar, que arda en deseos de darse, pero no tenga o no sepa con quién manifestarlo, con quién derramar tanto amor?


Considero que dejarse amar, es otra forma de amar. El propio Jesús, que era el Amor en mayúscula, también se dejó amar:


Mateo 26:6-11

Y estando Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, vino a él una mujer, con un vaso de alabastro de perfume de gran precio, y lo derramó sobre la cabeza de él, estando sentado a la mesa. Al ver esto, los discípulos se enojaron, diciendo: ¿Para qué este desperdicio? Porque esto podía haberse vendido a gran precio, y haberse dado a los pobres. 10 Y entendiéndolo Jesús, les dijo: ¿Por qué molestáis a esta mujer? pues ha hecho conmigo una buena obra. 11 Porque siempre tendréis pobres con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis.”


Si el Amor se dejó amar, ¿por qué yo no iba a permitirlo en mí? Esto sin duda nace del orgullo, del pensar que yo sólo me sirvo y me basto, que no necesito que nadie me ame, que soy una persona empoderada y autosuficiente y tengo una imagen que mantener, porque querer que me amen es un signo de debilidad y dependencia.


También hay gente que lo plantea de la siguiente manera: soy demasiado desastre para ser amado, no merezco ser amado, soy demasiado débil y pecador. Esto vuelve a ser el orgullo de uno. Aquel que realmente es consciente de lo limitado de su ser, de lo poquito que vale frente a Dios, de que no merece ser amado, ese se deja amar, pues no teme el rasgar su imagen y que Dios y los demás le amen tal y como es.


Para dejarse amar, es necesario dejar atrás el orgullo, la imagen, el ego. Sólo aquel que permite que lo amen verdaderamente, podrá amar verdaderamente, porque conoce en plenitud lo que es el amor y para poder dar algo primero uno debe haberlo recibido, para poder conocerlo.


El Señor tiene siempre sus brazos abiertos para nosotros y está ardiendo en deseos de que nos abalancemos sobre Él sin pensarlo, tal y como hace el bebé Carlos. Quiere que nos tiremos, que nos lancemos sin complejos, sin dudas, sin miedo, porque está deseando abrazarnos a todos y cada uno de nosotros. Él sabe que no nos lo merecemos, pero por eso, arde aún más en deseos de hacerlo:


Lucas 15:20

 “20 Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó."


Señor, te pido ser más como el bebé Carlos, él no tiene miedo de dejarse amar. Cuando ve unos brazos abiertos, que lo esperan para ser acogido, se abalanza sobre ellos sin pensarlo, sin complejos, sin tan siquiera preocuparse si está más o menos gordito y la persona que lo coja podrá con él.  Simplemente se lanza al abrazo.

bottom of page