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Descubrimientos en mayo

Finalizado el mes de mayo, hemos recorrido todo un mes con María. La hemos tenido muy presente en nuestra tierra frondosa y, normalmente, soleada en primavera aunque, este año, prácticamente casi a diario, lluviosa y tormentosa, durante todo el mes mariano.


Aquella mujer que supo acoger, como nadie, la salvación que se le ofrecía en su propio Hijo; aquella que sufrió, porqué amó, y se fio; aquella que ha alcanzado ya la vida definitiva; aquella, María, que nos ha sido ofrecida como Madre de todos los creyentes, ha sido ahora, en este tiempo especial, de primeras comuniones, de fiestas en muchas comunidades y parroquias, de encaramiento de la recta final de exámenes y finales de curso de tantos estudiantes, el faro que ilumina nuestro caminar.


La Virgen María, en sus diversas advocaciones (Fuensanta, Caridad, Huertas, Dolorosa, Inmaculada, Milagrosa, Soledad, Esperanza, Lourdes, Fátima…), en medio de nuestras ciudades, barrios y pueblos, es anuncio gozoso de la Resurrección: hay salvación para el ser humano. Hay una vida definitiva que se ha cumplido ya en Cristo y que se le ha regalado a María en plenitud: Hay resurrección.


Con ella, descubrimos, que no podemos creer en un Dios, que se ha hecho solidario de la humanidad, en Jesús y, al mismo tiempo, organizarnos la vida entera de manera individualista y egoísta, ajenos totalmente a los problemas de los demás y a los tantos retos de nuestra sociedad. Con ella descubrimos, que no hay nacimiento de vida nueva sin los dolores del parto. Ella, en su vida fatigada, pobre, dolorosa, llena de llantos y padeciendo hasta el asesinato de su propio Hijo, fue testigo fuerte de la esperanza que hemos anunciado en el tiempo de Pascua. Ella, en Pentecostés, vivió el mismo ardor del soplo del Espíritu que experimentaron los discípulos de la primera comunidad, y que les llevó a ser “fuego” apasionado, “viento” fresco renovador, de tal manera que, en pocos años, la gran noticia del Evangelio, se coló por cantidad de ventanas abiertas, necesitadas de aires nuevos.


No podemos hundirnos ante las cruces que nos presenta la vida; ni quedarnos encerrados en la contemplación de nuestras aflicciones. Hemos de ser testigos de esperanza, de que la vida va a triunfar por encima de los momentos donde la enfermedad, el cansancio, el dolor o la muerte se imponen con fuerza. Hemos de conquistar horizontes nuevos ante las violencias, las guerras, o tanto corazón de piedra que dificulta la armonía, la fraternidad y el amor. Hemos de dar paso al perdón y a la superación de conflictos. Hay esperanza para la vida y para la muerte. María, en este mes tan especial, que hemos finalizado, nos anuncia gozosa la Resurrección y la importancia de acoger la novedad del Espíritu que puede lanzarnos a tiempos de creatividad, novedad, pasión y riesgo.


Ha culminado el mes de mayo pero, María de Nazaret, sigue caminando con nosotros. Nosotros, de la mano, seguiremos dando pasos con ella.


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