Empiezo poniendo el título en interrogantes: ¿Dios, en la Universidad? La respuesta es afirmativa: sí, Dios en la Universidad, también. Si Dios está en todos los sitios, o mejor, si todo está en Dios (porque nada sería sin Él), Dios está también en la Universidad, igual que está en la fábrica, en los laboratorios, en la familia, como está en el corazón de cada ser humano.
Pero, ¿cómo puede estar Dios en ella de un modo específico? ¿Cómo puede estar Dios de modo adecuado en la comunidad universitaria, la de los profesores y los estudiantes? ¿Cómo puede estar Dios en esta institución clave para la cultura y el desarrollo de los pueblos, en la Universitas, esa institución tan antigua, nacida, por cierto, en el ámbito de la Iglesia e impulsada por la tradición filosófica cristiana? Paso a hacer algunos apuntes para la reflexión y para el coloquio sobre esta temática tan compleja, amplia e interesante. Dividiré mi intervención en dos partes: ¿Cómo está? y ¿cómo podría estar?
1. ¿Cómo está?
Un pequeño apunte, sin pretensión de exhaustividad, nos deja ver cómo está Dios en la Universidad. Está, de hecho, no de manera muy diversa de como está en el resto de la sociedad y de las instituciones sociales. Dios en la Universidad hoy, en nuestra España, está negado, pero también está afirmado. Se encuentra negado en la Universidad como está negado en el ámbito de la cultura pública occidental moderna. Está negado explícita e implícitamente. Dios está también afirmado en la Universidad de estos dos mismos modos. Repasemos cada uno de estos cuatro aspectos.
Negado explícitamente
Hay un pensamiento combativo, militante, que plantea a los creyentes la pregunta clásica del salmista: «¿dónde está tu Dios?». A vosotros que habláis de Dios, que pensáis sobre Dios, os preguntamos: «¿dónde está vuestro Dios? No se le ve, no se muestra por sus efectos. No podemos tratar de él con las fuentes ordinarias del conocimiento empírico, ni en los laboratorios, ni siquiera con las fuentes más rigurosas de las ciencias llamadas humanas o del espíritu, que versan sobre los hechos de la historia y del pensamiento humano». Dios es negado como una presencia real y se pregunta desafiantemente a quienes piensan que Dios es la Presencia más real: ¿dónde está vuestro Dios?
Esta negación explícita de la realidad de Dios tal vez sea hoy proporcionalmente menos numerosa de lo que fue en otras épocas, en el siglo XIX o comienzos del XX. Lo que sí es cierto es que las encuestas en el ámbito norteamericano muestran que los científicos – en este caso los que se dedican a las ciencias experimentales – no se muestran como mucho menos creyentes que el conjunto de la sociedad, sino que entre ellos, el número de los que afirman creer en Dios no es muy inferior a la media en general. Aparte de estas cuestiones de medición empírica de cómo está la situación, en la tradición propia de la cultura pública occidental moderna, es decir, allí donde se gestan las ideas, donde se planean los proyectos de realización social, en la Universidad, donde se gesta esta cultura pública – distinta de la cultura privada o familiar – hay que vivir como si Dios no existiera. En la privada, en cambio, la misma persona vive en otro contexto muy distinto, y celebra los acontecimientos familiares de una manera religiosa. En la pública, por el contrario, si quiere participar y ser miembro integrado, tiene que actuar como si Dios no existiera.
¿A qué se debe esto? Las causas de la negación de la realidad de Dios en el ámbito público, propia de la cultura pública occidental moderna, provienen de una constelación de factores. Un papel muy determinante lo juega el avance en el conocimiento del mundo a través de la ciencia, con el consiguiente desarrollo de la técnica, que ha hecho posible una transformación radical de las condiciones de la vida del hombre en el mundo. Los comienzos de este desarrollo de la ciencia vienen ya desde el s. XVI, cuando se hacen posibles los grandes viajes de descubrimiento del mundo, cuando Europa deja de ser el mundo para ser parte del mundo. Pero en los últimos años, a partir del s. XIX y sobre todo en el XX, el desarrollo de la ciencia empírica y de su aplicación técnica ha sido exponencial, de tal manera que hay quien afirma que los conocimientos del mundo que se han adquirido en la primera mitad del s. XX son más que todos los que la humanidad adquirió en toda su existencia anterior. En un lapso de 40 ó 50 años, se han acumulado vertiginosamente los conocimientos sobre el mundo. El resultado es que la ciencia empírica, por sus logros en el cambio de la vida de los hombres, ha adquirido una autoridad incuestionada. Podemos comunicarnos sin prácticamente limitaciones; la medicina también ha experimentado un desarrollo tremendo hasta llegar a la biomedicina y a la posible producción de vida y, concretamente, de seres humanos en los laboratorios; los viajes, la movilidad, que es posible hoy en los viajes de placer o negocios: el mundo es realmente un ámbito único de comunicación y de presencia.
Las ciencias empíricas tienen una autoridad incuestionada por sus aplicaciones prácticas.Ni siquiera el debate de la posmodernidad ha sido capaz de poner en cuestión que, gracias a la ciencia y a la técnica, el hombre es capaz de construirse a sí mismo, incluso física y biológicamente, y, por supuesto, de ser él quien, con sus capacidades, domina la construcción social del mundo. La biomedicina y la biotecnología son la punta de flecha del nuevo sistema ideológico de las ciencias en occidente. En la ciencia empírica es donde se encontraría la clave de la explicación de la vida humana. Este es el contexto de la situación de negación de Dios, en el que intervienen otros muchos factores, que no podemos describir ahora, pero que, en conjunto, llevan a esa pregunta retadora: ¿dónde está Dios, si no es un objeto de la ciencia? Dios no puede ser “estudiado”, entonces, no existe.
¿Qué es entonces eso de “Dios”? Pues, un producto de la mente del hombre. Todas las culturas con la única excepción de la cultura pública occidental moderna son religiosas, hacen referencia a «eso que todos llaman Dios». ¿Cómo explica la cultura pública occidental moderna el dato histórico de la religiosidad de todas las culturas y todos los hombres? Alega que la religión es un dato infantil de la humanidad, una idea que el hombre ha tenido mientras ha sido niño, como “los Reyes Magos”. Ahora, el hombre se ha hecho adulto y las ideas erróneas han sido superadas. Dios es una proyección inadecuada de la mente humana, una creación ideal de la mente que, además, impide al hombre conseguir su verdadera humanidad, porque le impide ser libre, autónomo e independiente, y, por tanto, le imposibilita ser ético, responsable de sus propios actos ante sí mismo, porque tendría que serlo ante un absoluto que, además, es irreal. Para ser adulto, el hombre ha de prescindir de esta idea fruto de sus proyecciones infantiles.
Negado implícitamente
Hay pensadores que no se creen capacitados para tal negación explícita de
Dios o que no quieren entrar en la cuestión de Dios, pero creen que es un asunto inadecuado para el mundo de la Universidad. Esta pretendida neutralidad es, en realidad, implícitamente, una negación. Tal vez sea éste el modo en el que más ampliamente se niega a Dios en la Universidad hoy, y no tanto con una negación argumentada y desarrollada filosóficamente. Se trataría de una hipótesis innecesaria e incluso indeseable en el ámbito de la Universidad.
Afirmado implícitamente
Dios también está afirmado en el mundo de la Universidad. Si la Universidad es el ámbito de la búsqueda de la realidad, del conocimiento de la verdad de las cosas, del mundo y del ser humano, en realidad, no es fácil obviar la cuestión de Dios. Entonces, implícitamente al menos, en la búsqueda de la verdad y del conocimiento de la realidad, la cuestión de Dios está presente. Muestra de ello es que hay que justificar por qué no está explícitamente. Cuando el ser humano se pone a buscar la verdad se encuentra con esta cuestión. En la historia del pensamiento y en la historia de la Universidad, es imposible ignorar esa cuestión.
También está presente porque, como vamos a decir más adelante, en las cuestiones de la filosofía del conocimiento, del planteamiento de las cuestiones últimas de la realidad en tanto en cuanto se plantea en las facultades de filosofía, pedagogía, historia del pensamiento, historia del derecho o fundamentos del derecho, se plantea la cuestión de Dios, porque se plantea la cuestión de lo incondicional. Y en las facultades que se dedican a las ciencias empíricas, en tanto en cuanto se haga una reflexión sobre su metodología y sobre las condiciones de posibilidad de su trabajo, no se puede obviar tampoco la pregunta por lo único en lo múltiple. ¿Por qué la diversidad de las especies? ¿Qué es lo que nos hace capaces de pensar la idea de la serie de las especies? La cuestión de lo uno y lo múltiple es la cuestión de Dios, implícitamente. En definitiva, en todo el acercamiento a la cuestión de la verdad, del conocimiento del mundo y a la cuestión del método de conocimiento, está implícitamente la cuestión de Dios.
Afirmado explícitamente
Explícitamente, la cuestión de Dios también está en la Universidad, porque hay Jornadas como ésta… Hay cursos que tratan de Dios en la Universidad. Pero no sólo por eso, sino porque, además, muchos de los actores de la Universidad, a pesar de que se encuentre en una Universidad dominada por la cultura pública occidental moderna, participan de la otra cultura, que podríamos denominar casi
sub-cultura de la vida ordinaria, en la que ellos conviven pacíficamente con la cuestión de Dios. Además, la Universidad reflexiona sobre la cuestión de Dios explícitamente en la filosofía y en la teología. En todos los países anglosajones y germánicos la teología se estudia en la Universidad. La cuestión de Dios está, por tanto, también como objeto de la religión y como objeto de la ciencia, en el sentido amplio de la palabra ciencia, no reducida a ciencia empírica.
2. ¿Cómo podría estar?
Esta cuestión es, ciertamente, más compleja que la anterior, pero hagamos algunas consideraciones a este respecto. Dios puede estar adecuadamente en la Universidad desde dos puntos de vista. Por un lado, desde la profundización en la búsqueda de la realidad sin censuras y sin límites. Si en la Universidad se busca conocer la realidad tal y como es, sin prejuicios, sin censuras previas, ahí, entonces, aparecerá la cuestión de Dios. Por otro lado, tenemos la reflexión acerca de la revelación histórica de Dios, que es un hecho objetivo que merece la pena ser pensado y reflexionado: la teología. En estos dos sentidos la cuestión de Dios se hallla presente específicamente en la Universidad en cuanto tal. La pastoral (capillas y capellanes) es importantísima, pero no es un aspecto específico de la Universitas. Sí que lo es la búsqueda de la verdad, del conocimiento de la realidad sin censuras y sin límites. Esa búsqueda de la verdad la podemos orientar en dos direcciones: la verdad del mundo y la verdad del hombre.
LA VERDAD DEL MUNDO
El mundo natural es estudiado en las Facultades en las que se reflexiona sobre lo que se puede medir, pesar y experimentar. ¿Cuál es el origen de esa realidad que estudiamos, conocemos y ponemos a nuestro servicio? Esta pregunta ¿es propia de esas Facultades? Pues en parte sí, porque si son universidad dedicada a la ciencia (y no simplemente academia técnica o laboratorio) es necesario que se pregunten por lo que se conoce y los condicionamientos del conocimiento. Eso es lo específico de la universidad. Las Facultades de ciencias empíricas tienen que preguntarse (y de hecho lo hacen, aunque en ese nivel de interdisciplinaridad): ¿Están las cosas ahí por azar o por necesidad? ¿Cuáles son los condicionamientos de esta realidad empírica que estudiamos? A lo mejor, esos condicionamientos tienen mucho que ver en que conozcamos la verdad de las cosas, y si queremos conocer las cosas tal como son, hay que afrontar la pregunta sin prejuicios. ¿Azar, necesidad o un tertium quid: libertad? Si nos movemos solo en el binomio, nos queda la casualidad (¿es realmente azarosa la realidad del mundo? ¿es plausible desde el punto de vista estadístico que sea así?) o la necesidad (¿las cosas son porque son y ya está?). Si dejamos entrar un tertium quid, la pregunta es más amplia: ¿de dónde vienen la libertad, la inteligencia y el amor? ¿del azar y la necesidad? Si queremos pensar estas cosas no podemos no pensar la cuestión de Dios, es decir, la de una libertad de la que pueda venir todo, incluso la libertad humana. Es la cuestión del origen de la libertad, del amor, de la inteligencia y de la historia.
El mundo histórico hace su aparición cuando nos referimos a la verdad, no sólo del mundo natural, sino también del mundo de la vida de los hombres: la historia. Pero la historia es generalmente historia de las religiones: los arqueólogos observan la existencia del ser humano, sus orígenes. Allí donde hay ritos funerarios, donde hay tumbas y enterramientos, allí hay ser humano. Los animales no entierran a sus muertos. Donde existe disposición del cadáver que refleja la idea de que la muerte tiene un trasunto y de que el que ha muerto conoce que ha muerto, este ser es un ser religioso. Es un ser que piensa sobre la muerte, que conoce que va a morir y, por eso, prepara las cosas. Los animales no saben de sí mismos, ni de su futuro, ni de su muerte. Esta es una característica del origen del ser humano, aun allí donde todavía no ha aparecido la escritura. ¿Cómo se explica que el ser humano vaya unido a la reflexión sobre sí mismo y sobre la incondicionalidad de la vida? ¿Cómo se explica que el hombre crea desde siempre que la muerte no es definitiva? En todo este campo, la fenomenología dirigió la cuestión de cómo se interpreta la vida, la muerte, etc. La verdad de ser del mundo natural e histórico se esclarece a la luz de la cuestión de Dios. ¿Puede la ciencia estudiar esta cuestión de una manera verdaderamente crítica, sin prejuicios?
LA VERDAD DEL HOMBRE
El ser humano ¿es un ser para el infinito? El profesor Tierno Galván escribió un librito en los años setenta titulado «¿Qué es ser agnóstico?». Afirmaba allí que quien piensa en lo infinito está “mal educado”. Según él, no se debe hablar de eso. Insiste en afirmar que los que piensan en el infinito y hablan de él son todavía como niños a los que hay educar bien: el ser humano crítico y adulto piensa sólo en lo finito, en lo que tiene. Pero, ¿es esto verdad? ¿Puede el ser humano prescindir saludablemente de la idea de infinito, de lo incondicionado? Parece que no. Al contrario: si prescindimos de la idea del infinito, acabamos por eliminar la dignidad humana. Veamos dos ejemplos.
La cuestión del amor
Yo no te puedo decir con verdad: «tu vida es valiosa», si no conozco tu futuro. No lo puedo conocer. Sin embargo, en una relación humana que merezca tal adjetivo, tengo que estar diciendo continuamente que tu vida es valiosa, y que vale tanto como la mía. Vale de tal manera, que no se le pueden poner condiciones. ¿Cómo se puede decir eso sin conocer el futuro? Si no se pudiera decir, la relación no sería humana: tiene que haber otra autoridad desde la cual se pueda decir: es la autoridad de lo incondicionado y de lo absoluto; no puede ser la de ningún hombre; sin embargo, se trata de una condición de posibilidad de las relaciones humanas. Quitemos la idea de lo absoluto y acabaremos con la humanidad del hombre. Este es el grave error en el que ha incurrido la crítica de la religión en todas sus expresiones, desde Feuerbach hasta Nietzsche pasando por Marx y Freud: la idea del absoluto, de Dios, no es una proyección indebida del espíritu humano, según ellos creyeron. La verdadera alternativa a la crítica de la religión es que al espíritu humano, cuando rechaza la idea de Dios, de hecho le falta precisamente esa idea, mostrándose, entonces, como una realidad carente de algo esencial para ella, no precisamente como una realidad más plena. La vida humana aparece entonces como una pasión inútil o una realidad contradictoria.
La cuestión de la justicia
El siglo XX ha sido el del desarrollo científico y técnico inigualado, pero también ha sido el siglo de la aplicación de los conocimientos científicos y técnicos al quebrantamiento de la dignidad humana y de las relaciones humanas. Es el siglo de las víctimas. ¿Quiere decir esto que el hombre del siglo XX es peor que sus antepasados? No, significa que ha tenido más posibilidades de hacer el mal y lo ha hecho: es el siglo de la exterminación deliberada de razas realizada industrial y técnicamente; es el siglo de las guerras más devastadoras que se han conocido, en virtud de las posibilidades técnicas; es el siglo donde las personas han sido asesinadas individualmente y en masa de la manera más terrible en la historia de la humanidad. Esto es la otra cara de la moneda del desarrollo de la ciencia y la técnica, unida al ejercicio positivo que se hace de ellas.
Aquí, como en toda la historia de la humanidad, se plantea la pregunta de si las víctimas humanas son víctimas para siempre. Se puede erigir monumentos en su memoria y decir «nunca os olvidaremos», pero esto no es del todo verdadero. ¿Es esta la única salida que les queda a las víctimas de la injusticia: la memoria humana? Eso significaría que las víctimas seguirán siendo víctimas eternamente: la injusticia predominaría sobre la justicia. Es decir, no tendríamos una razón definitiva para la justicia.
¿Quién puede hacer justicia a las víctimas del siglo XX y de toda la historia?
Si queremos creer en la justicia tenemos que postular la idea de un juez que puede hacer justicia a la humanidad y a la historia. Ha de ser un juez universal, absoluto.
¿Puede la idea de Dios estar en la Universidad? Cuando se busca la verdad del mundo y del hombre sin prejuicios, sí.
LA TEOLOGÍA
Además de en la búsqueda de la verdad, la cuestión de Dios puede estar en la reflexión sobre la revelación histórica de Dios: la teología. Si no podemos no pensar y no vivir ante la idea del absoluto, la postura adecuada de la razón ante esta idea a la que la misma razón se abre no puede ser decir: «yo no sé nada del infinito». De esto decía Hegel: «la razón cuando actúa así actúa hipócritamente». Sí sabemos del infinito. Empecinarse en un supuesto desconocimiento total del infinito, no es humildad, sino que es la máxima soberbia, porque quien así actúa se pone por encima del absoluto. La razón que se encuentra ante el absoluto tiene que estar abierta a dejarse guiar por lo absoluto, ante una posible automanifestación suya: la Revelación. La razón humana no lleva las riendas del conocimiento del mundo, y mucho menos de lo absoluto, si es que lo hay y si es que está ahí como horizonte inexcusable de la vida humana. Eso es la Revelación: si Dios es Dios, ha de revelarse para poder ser conocido; no puede la razón humana proyectar su conocimiento. ¡Esto es razonable! Es una exigencia de la razón que Dios se revele. Y Dios se ha revelado, o por lo menos hay religiones que afirman que Dios se ha manifestado y hablado en la historia. Ahí está la posibilidad de que conozcamos a Dios verdaderamente, tal y como es, no un dios hecho a nuestra imagen, según nuestras capacidades. Si haces imágenes de Dios, “limitas” al Infinito. Nosotros no necesitamos hacernos imágenes de Dios, porque Dios se ha hecho una imagen de sí mismo para nosotros en su Revelación. Esa imagen es la imagen del Crucificado: no es la imagen del poder al modo humano, sino que es la imagen de la debilidad en la que se muestra la omnipotencia: es así como Dios se ha hecho la imagen de sí mismo. De ahí viene que la Universidad pueda pensar esto: es la teología y la teología cristiana en particular (la única que ha existido originariamente), el discurso racional sobre Dios a partir de su revelación.
Termino con una referencia a un antiguo profesor de esta Universidad, de un momento de su vida en el que él se encuentra inesperadamente ante la cuestión de la Revelación, de hacerse una imagen de Dios o de dejar que en nosotros se plasme la imagen que Dios hace de sí mismo, que es lo verdaderamente razonable. Él era agnóstico y se enfrentaba a esta disyuntiva. Se trata de Manuel García Morente. Llega la Guerra Civil, se tiene que marchar a París dejando en Madrid a su mujer y sus hijas. En París, en la habitación de hotel estaba con remordimiento de haber dejado a su familia en Madrid. Año 1936. Hay situaciones en las que el ser humano no se plantea existencialmente la cuestión de la verdad; es el caso de García Morente en aquella habitación de París. Más tarde denominará «el hecho extraordinario» a lo que allí le aconteció. Manuel, que curiosamente significa «Dios con nosotros», se dice: «Ese es Dios, ese es el verdadero Dios; Dios vivo; esa es la Providencia viva. Ese es Dios que entiende a los hombres, que vive con los hombres, que sufre con ellos, que los consuela, que les da aliento y les trae la salvación. Si Dios no hubiera venido al mundo, si Dios no se hubiera hecho carne de hombre en el mundo, el hombre no tendría salvación [salvación quiere decir conocimiento de la verdad que da la vida] porque entre Dios y el hombre habría siempre una distancia infinita que jamás podría el hombre franquear [lo sabía él muy bien de Kant y de la idea abstracta de Dios como condición de posibilidad del imperativo categórico]. Yo lo había experimentado por mí mismo hacía pocas horas. Yo bien había querido con toda mi sinceridad y devoción abrazarme a Dios, a la Providencia de Dios, yo había querido entregarme a esa Providencia que hace y deshace la vida de los hombres [en unos meses pasó de estar en el despacho del decanato de la Complutense a estar en un hotel de París con sus hijas en Madrid: ¿quién conoce el futuro de la vida humana?]. Y, ¿qué había sucedido? Pues, que la distancia entre mi pobre humanidad y ese Dios teórico de la filosofía me había resultado infranqueable [él no desprecia al Dios de la filosofía]: demasiado lejos, demasiado ajeno, demasiado extraño, demasiado geométrico e inhumano. Pero Cristo, Dios hecho hombre, Cristo sufriendo como yo, muchísimo más que yo: a ese sí que lo entiendo y ese sí que me entiende. A ese sí que puedo entregarle mi voluntad entera y mi vida. A ese sí que puedo pedirle porque sé de cierto que sabe lo que es pedir y sé de cierto que da y dará siempre, puesto que se ha dado por entero a nosotros, los hombres».
*Transcripción de la intervención oral presentada como apunte para un coloquio con profesores y estudiantes en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid, en junio de 2011, y publicada luego, como folleto: Dios en la Universidad. Jornada Teológica en la Universidad Complutense de Madrid. Delegación de Pastoral universitaria de Madrid, Madrid 2011, 11 pp. Autorizada por el mismo autor para ser publicada en la Pastoral Universitaria Diócesis de Cartagena.
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