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Feminismo de Edith Stein

LO PECULIAR DEL FEMININISMO DE EDITH STEIN. SUS BASES ANTROPOLÓGICAS Y TEOLÓGICAS.


1. Marco histórico


Recientemente se ha conmemorado el centenario de la conversión de Edith Stein al catolicismo (1922). Desde su canonización como santa Teresa Benedicta de la Cruz es mucho lo que se ha escrito sobre las distintas facetas de su personalidad: mujer de su tiempo, filósofa asistente de Husserl, su espiritualidad carmelitana desde 1933, mártir del pueblo judío y de la fe cristiana en Auschwitz, conferenciante, docente en el centro de las dominicas de Speer y en el Instituto de Pedagogía de Münster, etc.

Nos centraremos aquí en sus aportes a la revalorización de la mujer en la vida pública en una época en que se promocionaron sus derechos en distintos órdenes.

 

En la Constitución alemana de Weimar de 1919 se proclama la igualdad de derechos sociales entre los dos sexos a efectos jurídicos y políticos, incluyendo el derecho al voto. Se daba la circunstancia de que en febrero de 1919 había en el Parlamento 37 mujeres de entre los 423 parlamentarios. Una muestra activa está en su militancia en los primeros años de la República en el DDP (Deutsche Demokratische Partei), partido político recién fundado, dirigido por intelectuales de pro como Alfred Weber, Einstein o Thomas Mann y que pronto contó entre sus filas a amigos y familiares muy próximos de Edith.


La autora se había adherido en sus años más jóvenes al estado imperial prusiano, siguiendo una tradición familiar. Según dice, desde Esparta y Roma no se había tenido una conciencia tan poderosa de estado como en el nuevo imperio alemán. Sin embargo, al término de la Primera Guerra mundial se encontró con una Alemania abatida en sus aspiraciones nacionales, con una inflación que preanuncia lo que sería la Gran Depresión y con un antisemitismo incipiente que muy pronto llegaría a exacerbarse. Estas circunstancias la llevaron a revisar su concepción de la vida política: si antes entendía el estado como la afirmación de un pueblo que se desarrolla hasta alcanzar conciencia de sí, ahora reivindica la noción de comunidad como sustento del pueblo, apuntando a establecer unos límites en la soberanía del estado moderno de tintes absolutistas. Según dice: “Este espíritu estatal corresponderá siempre al ethos del pueblo que constituye el ámbito de dominio del estado, pues gobernar contra este ethos significa cercenar del estado las raíces de su existencia”.

2. Lo distintivo de la mujer.


¿Cómo se insertan en este ethos comunitario las peculiaridades de la mujer? Su aproximación a los rasgos de lo femenino desde unas bases antropológicas y teológicas la conducen a subrayar lo peculiar de la mujer en singular, en vez de tratar de la mujer en general como colectivo. Hay dos rasgos que constituyen su riqueza particular: la atención a lo personal y la visión de globalidad. Estos aspectos diferenciales se acusan primariamente en sus rasgos biológicos como madre y esposa, pero también en el plano psíquico y espiritual.


Ello no le hace oponerse al varón, sino que cada uno encuentra en el sexo opuesto su complemento. El varón está puesto para abarcar con una amplia perspectiva el universo poniendo nombre a las restantes criaturas y para proteger a la mujer e hijos en su conjunto; la mujer, en cambio, está destinada específicamente a fomentar el crecimiento del hijo o hija en singular, necesitando para ello del auxilio del hombre-varón. De este modo, varón y mujer se acompañan mutuamente, pero de distintos y complementarios modos. La mujer es dada al varón como compañera y tiene una mayor proximidad a los hijos desde su alumbramiento hasta su maduración.


3. La mujer en la vida civil


Pero la mujer también cuenta con tareas específicas, como las profesiones de médico y enfermera, de docente y educadora, de empleada del hogar, asistente social, etc., en las cuales pone en juego sus dotes propias de cuidado por lo singular y concreto y de atención corporal y anímica a la formación de la persona como un conjunto o totalidad.

Sin embargo, en aquellas otras profesiones –que son las más– que tiene genéricamente en común con el varón se presenta también una forma específicamente femenina de desempeñarlas, como en un trabajo comercial, en un laboratorio compartido, en una oficina o un despacho, en el parlamento, etc. “De esta manera la entrada de las mujeres en las más variadas ramas profesionales podría significar una bendición para la vida social en su conjunto, la privada y la pública, si se mantuviera el ethos específicamente femenino”. La mujer enriquecería estas formas de involucrarse en el mundo, al aportar más acentuadamente el sentido para lo personal, la visión de totalidad en la complejidad de lo que se está haciendo y su inventiva particular, así como el asesoramiento en las decisiones que se hayan de tomar en equipo. De hecho, Stein no considera que haya que poner límites por principio a las ocupaciones que puede asumir la mujer, y de modo especial en las tareas de gobierno.


4. Recuperación de la comunión hombre-mujer


Con la caída original de nuestros primeros padres la comunión se transforma en dominación del hombre sobre la mujer y en estar dominados los dos a su vez por la concupiscencia. Pero sea una u otra la situación en que se encuentran los esposos, a los dos, hombre y mujer, les había sido encargada en el Libro I del Génesis la misma triple función de ser imagen de Dios, generar descendencia y dominar o cultivar el mundo, cuyo restablecimiento se les promete ahora –tras la caída– por obra del nuevo Adán (Cristo), introducido en el mundo por la nueva Eva (María). He aquí el doble protagonismo de la mujer en la historia de la salvación.


El alma femenina está dotada, según Stein, de cierta clausura o reclusión para poder guardar lo que le llega desde aquellos a los que se dedica y hace crecer. Esta reclusión se manifiesta asimismo en la acogida y gestación de un nuevo ser vivo. Ocurre, así, que el cuerpo, que en el hombre se dibuja figuradamente como un instrumento de acción singular y en colaboración con otros, en la mujer está más estrechamente asociado a sus posibilidades existenciales más genuinas.


En conclusión, Stein subraya las características y aportaciones distintivas de la mujer como imprescindibles para la configuración de la vida social y en todo caso no en aislamiento ni impositivamente –lo cual sería contradictorio con ellas– sino en reciprocidad con las que caracterizan al varón.

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