La cruz es el símbolo que identifica a todo cristiano, la llevamos en collares, pulseras, camisetas, etc. Pero, ¿realmente la portamos, la llevamos a cuestas? Esa es la pregunta primordial, yo he de confesar que soy ese tipo de cristiana en muchas ocasiones. Aunque, realmente, todos lo hemos sido, lo somos o lo seremos, porque el hombre huye del sufrimiento y del dolor.
Pero, ¿la cruz es dolor? Sí, claro que llevar las cargas del día a día duelen, por supuesto que aguantar a tus profesores, a tus padres, a tus amigos y a quién se cruce contigo en la calle, cuesta, e incluso a veces es insoportable.
Ahí, en esa situación está nuestra cruz dolorosa, pero cuidado, también amorosa, porque estamos hechos para el amor, única y exclusivamente. ¿No es una cruz que una madre se tenga que despertar en medio de la noche porque su bebé llora? ¿No es una cruz visitar a tus abuelos y que siempre te cuenten la misma historia? ¿No es una cruz ver cómo un ser querido enferma?
Sin embargo, si todo esto es malo a nuestros ojos ¿por qué aguantamos? ¿por qué lo hacemos? ¡Simple! Por amor: nadie te querrá como una madre, nadie mirará con mayor admiración que un nieto y nadie te querrá de la forma en la que lo hace alguien que te acompaña en el dolor de una enfermedad. Ahí, ese es el signo de Cristo, el doloroso amor, el amor pleno, que carece de superficialidad. Por lo que vuelvo a preguntar: ¿la cruz es dolor? Sí y no. Sí, porque en nuestra vida nos encontraremos con situaciones “de muerte”, sin embargo, digo que “no” que la cruz no es dolor, porque el amor lo supera todo, lo sobrepasa y se desborda, por lo que la angustia que nos provocan esas situaciones “de muerte”, “desaparece” si las miras desde los ojos del amor.
Hay un pasaje de la Primera Epístola a los Corintios que me ayuda mucho a ver esto: “El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tienen en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás”. Aquí se nos dice claro, si miramos desde ese amor, que es el amor de la Cruz, que es el amor de Cristo, todo lo podemos, podemos reír en la enfermedad, disfrutar de la rutina y ser feliz de forma plena.
Porque, Dios no nos promete la carcajada constante, vacía y efímera, lo que Cristo promete es amor del bueno “en la salud y en la enfermedad todos los días de nuestra
vida”. Esta es la cruz, “el camino, la verdad y la vida”, únicamente a través de ella llegaremos a Dios.
¡Ojo! La meta es importante, pero disfruta del camino, vive en tu realidad, ten los pies en la tierra y la mirada en el cielo y ve con la seguridad de que todo es para bien si sigues el camino de la cruz, que no es otro que lo que a cada uno nos toque en el día a día.
Cuando llegas a comprender esto, la mirada ante tu realidad cambia, la ves a través de los ojos de Dios, ves que está perfectamente planeada, que Dios te acompaña en cada paso y caída, en cada alegría y llanto y que apoyándote en Él no tienes miedo, solamente confías, descansas y disfrutas. Esto, esto es ser cristiano que porta la cruz: ser feliz, pero feliz de verdad, feliz en el dolor, en el sufrimiento, en la enfermedad, en las crisis, etc. Porque tienes la certeza plena de que todo es para bien, de que Dios no te carga una cruz que tú no puedas soportar y que con Él todo es luz, la luz que te acompaña e ilumina tu caminar.
¡A caminar!
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