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¿La familia? Sí, gracias.

Nos llega con facilidad lo que más ruido hace. Los datos sociológicos pueden llevarnos a concluir que la institución familiar está en declive y con amenaza de desaparición: Aumenta considerablemente el número de divorcios; La violencia llamada “de género” ocupa páginas alarmantes de nuestra actualidad; El desconcierto de los niños cuando ignoran cual de los seis u ocho abuelos van a recogerlos al colegio genera en ellos serios problemas a la hora de identificar su núcleo familiar; Muchos jóvenes se resisten a formar una familia con perspectivas de futuro, …


Y, si bien la pandemia reciente del COVID sacó, en muchísimos momentos, lo mejor de cada uno, sin embargo, es fácil constatar, que en frecuentes ocasiones y, sobre todo, en el seno de nuestras familias, también hizo aflorar lo peor. Según Carmen María Villar (Coordinadora de Promoción del Pontificio Instituto Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y de la Familia, sede Puebla), se desataron problemas como “agresividad, violencia física y psicológica, conductas compulsivas, crisis de ansiedad, pérdida de sueño, alteraciones o trastornos de alimentación, alcoholismo, consumo de sustancias para anestesiar emociones, entre otras”. Muchas familias todavía afrontan las repercusiones de estas problemáticas, aún no resueltas o, con el paso de los meses, cada vez más enquistadas.


En muy poco tiempo, nos vimos forzados a una realidad que lo cambiaba todo y a la que no fue fácil la adaptación, no solo por la privación de libertad, porque nos sacó de nuestra zona de confort y nos obligó a un tipo de relaciones intrafamiliares y con nuestros entornos cotidianos, totalmente distintas a las habituales, sino, porque, todo eso, se aderezó con el miedo, con la vivencia no siempre bien controlada “del otro”, no como hermano y amigo, sino como “posible contagiador” y, porque las muertes, y los ingresos hospitalarios, afectaron a más senos familiares de los que podemos sospechar.


Sin embargo, hemos de fijarnos también que, muchas encuestas, siguen poniendo de manifiesto la valoración de la familia en la vida de las personas. Cuántas jóvenes parejas, por aportar un dato de total actualidad, especialmente golpeadas por situaciones de crisis económica, encuentran en su original núcleo familiar la respuesta a su dura realidad. Son muchos, así mismo, los padres y madres que están haciendo lo indecible por colaborar con los profesionales en ayudar a sus hijos, principalmente adolescentes y jóvenes, a salir de cantidad de problemas de autoestima, depresión, trastornos alimenticios, autolesiones, falta de sentido de vida, y otras problemáticas de la hora presente. Al lado de quien sufre, siempre debería de estar alguien amando y, es muy frecuente, encontrar a los pies de cada cruz, a más de un familiar.


Por otra parte, estoy convencido que, no hay una institución como la familia para garantizar la acogida a una nueva vida, toda vez que percibirse acogido es uno de los sentimientos más influyentes en la psicología y en la estructura de la personalidad de cada ser humano.


Para el filósofo y sociólogo alemán Gehlen, el hombre es un ser inacabado; un “animal todavía no afirmado”, un ser carencial. Este aspecto me parece de suma relevancia. Ciertamente, todos los seres humanos nacemos inacabados. Somos los seres de la creación más vulnerables, los que más tiempo necesitamos para desarrollarnos y desplegarnos en libertad. Los demás seres de la creación no tienen que ir a ninguna academia para aprender a nadar o a volar. Ellos instintivamente, y en cortos períodos de imitación y aprendizaje, viven su autonomía.


Entre las principales funciones educativas que la familia desarrolla, José Luis Parada Navas, (Profesor de Moral en el Instituto Teológico de Murcia, de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia "Antonianum" de Roma; de los cursos de doctorado y línea de investigación -estilos educativos, valores y familia- en la Facultad de Educación de la Universidad de Murcia y Director del Instituto Superior de Ciencias de la Familia de Murcia), en su artículo “La educación familiar en la familia del pasado, presente y futuro” (Educatio Siglo XXI, Vol. 28 nº 1, 2010, pp. 17-40) señala tres fundamentales:


  • “Satisfacer las necesidades básicas de la persona tales como alimentación, hábitat, salud, protección, afecto y seguridad.


  • Transmitir a las nuevas generaciones una lengua y formas de comunicación, conocimientos, costumbres, valores, sentimientos, normas de comportamiento y de relación con los demás, creencias y expectativas para el futuro. Estos son elementos importantes que vinculan a una familia con la sociedad a la que pertenece.


  • Educar para la vida, esto es, formar a los miembros de la familia de modo que sean capaces de desarrollarse productivamente como personas, y como miembros de una sociedad, en el transcurso de su vida”.

Como seres inacabados, vulnerables, necesitados, durante muchos años, de nuestros adultos más inmediatos, desde el ámbito de las carencias con las que nacemos, me gusta hablar de que hay que cubrir el “hambre” de “tres estómagos”. Necesidades a las que los padres han de responder y donde la familia desempeña un papel crucial. Nos desplegamos en nuestras posibilidades, nos “acabamos” como seres humanos o nos posicionamos en la vida en proceso de plenificación, de perfeccionamiento, de lo que podemos llegar a ser, respondiendo a una triple necesidad. Es como si tuviéramos tres estómagos que hemos de alimentar y saciar. Tres estómagos que nos solicitan un tipo de alimento:


  1. Un primer “estómago” biológico al que necesariamente hemos de alimentar para no enfermar y morir. Hay un tipo de alimento que cubre esta necesidad. Junto al alimento, en sentido estricto, es necesario, también, se nos proporcione un techo para vivir, un vestido con el que cubrir nuestro cuerpo y las necesarias atenciones médicas.


  1. Un segundo “estómago” que nos reclama otro alimento, en la misma línea del profesor Parada, es la obligación de dar respuesta al aprendizaje que nos proporciona las herramientas necesarias para vivir en sociedad: la cultura, todo lo que tenga que ver con los conocimientos, el lenguaje y el habla que nos permita entendernos con los demás… Este “estómago” se alimenta con todo lo que facilite el cultivo de nuestro ser-con-los-demás, en nuestro haber nacido en sociedad y tener que vivir junto con otros en el mundo. De aquí se deriva la importancia, conforme un menor va creciendo, de que la familia se haga cargo de la incorporación del niño a la escuela y a la educación a través de los estudios en los diversos niveles.


  1. El tercer estómago, al que tenemos que responder y alimentar, es el que engloba toda la dimensión de sentido que hemos de darle a la vida. También aquí, el seno familiar es el idóneo para su cultivo desde el inicio de cada existencia: La necesidad de amar y ser amado; de ser libre; de que se vaya consiguiendo, conforme madura cada persona, una armonía en nuestras relaciones y convivencia. Es la necesidad de responder a las grandes cuestiones humanas: ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Por qué tenemos que sufrir? ¿Qué sentido tiene la muerte? ¿Hay algo más allá de la muerte que pueda devolvernos alguna esperanza? ¿Hay Alguien que me ame por encima de todo y esté en el origen, en el principio y en el fin de este mundo?... Son los grandes interrogantes que antes o después todos nos hacemos y que van a colorear nuestra forma de alimentar el segundo estómago (la cultura, los conocimientos, el habla y la comunicación) y el primero, también (de forma egoísta o teniendo en cuenta, por ejemplo, a los hambrientos de la tierra y, por tanto, de forma solidaria, educando en el compartir y en el ser/tener-para-los-demás).


Decía el Papa S. Juan XXIII que la familia es, “la primera célula esencial de la sociedad humana”. Creo que, efectivamente, la familia sigue siendo y siempre será “laboratorio” de humanidad, el nuevo “vientre materno” que nos hace personas porque, en palabras de Jean Lacroix “la educación es, ante todo, atmosférica”.


Las ciencias de la familia nos muestran hoy cómo el valor de la misma surge con toda fuerza en medio de una sociedad en crisis que ha de levantarse de muchas caídas y ha de afrontar un incierto futuro inmediato.


La familia tiene, por encima de muchas situaciones y adversidades, mucho presente y mucho futuro.


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