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La importancia de la comunión

Celebramos este mes de enero una semana de oración por la unidad de los cristianos que, este año recién estrenado, nos propone el mandamiento del amor como foco de atención para la reflexión, el diálogo, la profundización y la oración: “Amarás al Señor, tu Dios… y a tu prójimo como a ti mismo” (cf. Lc 10,27). Un empeño de nuestra Iglesia, no suficientemente cuidado, que tiene como realidad más pretensiones que pasos eficaces realmente dados.

 

Las muy distintas y diversas Iglesias cristianas, ramificadas a lo largo de la historia, siguen manteniendo prácticamente los mismos desafíos y, aunque no son pocos los momentos de diálogo establecidos en los últimos años, no cesan, sin embargo, de surgir nuevas segregaciones, sobre todo en las Iglesias de la Reforma, que complican la unidad y frenan el progreso ecuménico. Es cierto que es “el camino de la paciencia” como afirmaba el Cardenal Koch, presidente del Pontificio Consejo para la Unidad de los cristianos, y es cierto, también, que no cesan de surgir nuevas complicaciones como la diversidad, cada vez mayor, en los posicionamientos distintos en cuestiones éticas. Y esto ofrece como resultado el que hoy por hoy no se de, ni se vislumbre en el horizonte inmediato, una voz testimonial común de todos los cristianos ante los grandes retos del ser humano, en medio de nuestra sociedad fragmentada y secularizada.

 

Y a esto hay que añadir una situación, no menos preocupante y dolorosa, como el que, incluso en el seno de nuestra misma Iglesia católica, abunden con excesiva frecuencia, la lucha de “grupos”, el intento de imposición de concepciones partidistas, la sospecha de unos contra otros y, en definitiva, aires contaminados de falta de comunión y de entendimiento en la legítima pluralidad de espiritualidades y carismas diversos.

 

Entre nosotros mismos nos miramos más “con la lupa” ya preparada para aumentar aquello del otro que pueda dar como resultado el que “es distinto” y de esta manera justificar mi posición “distante”, que con los ojos de quien tiene un corazón misericordioso. En el bolsillo de las chaquetas de muchos católicos se mantienen “listas negras” con los nombres del rencor, de la envidia, de la resistencia al perdón, de la inquina a personas y a grupos, del rechazo a quien no piensa exactamente igual que yo o no vive del todo bajo los mismos criterios. Muchos otros no son compañeros de camino sino excluidos de caminar al lado. Y, encima, todo esto mezclado con las irresistibles ansias de poder, de hacerse notar y de reconocimiento de muchos laicos, religiosos y clérigos, cada uno, en su pequeña parcela de acción. Algunos, respaldados por un ambiente social donde prima el abrirse paso a codazos, siguen adelante con las anteojeras de sus propios intereses. Otros van quedando en la cuneta de los márgenes, desplazados y tantas veces heridos. Otros muchos viven la impotencia y la desilusión de una Iglesia que habla mucho y dice poco. Por supuesto que no faltan testigos magníficos de la acogida, la integración y el testimonio concreto, en los detalles, en las llamadas, en el diálogo, en el respeto, en la preocupación por el otro, en la amplitud de corazón, en el dejarse interpelar, en la capacitación para estar con todos “en el templo” y en el “patio de los gentiles”, en tantos y tantos gestos que actualizan y prolongan el Evangelio, llevando a la calle y a la realidad de cada día la comunión de la que participamos en cada Eucaristía.

 

Revalorizaremos la llamada al ecumenismo, la urgencia al entendimiento con las otras Iglesias, en la medida en que seamos exigentes con el cuidado que ha de tener la Comunión en cada comunidad religiosa, en cada grupo de cristianos, en cada Parroquia, en cada familia, en cada grupo de compañeros sacerdotes, en cada equipo de trabajo, en cada Agrupación o Asociación, en cada Cofradía, en cada espacio donde nuestras vidas de cristianos han de transparentar el rostro de Cristo prolongado en nuestro momento histórico. Un rostro que nunca es “ácido” que separa sino “imán” generador de comunión. ¿Qué es, si no, la mesa que nos congrega?

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