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La paradoja de un viaje

A propósito de Chesterton: Ortodoxia. 


Chesterton fue paradójico en sí mismo. No sólo por el uso magistral de la paradoja en su rica y asombrosa retórica sino porque fue un escritor muy prolífico a pesar de ser reactivo. Escribía sólo cuando necesitaba reaccionar. De alguien que plasmó su pensamiento tan sugerente en más de ochenta libros, cientos de poemas y cientos de artículos se esperaría que tuviera un plan trazado, una actitud proactiva como escritor y cierta aspiración sistematizadora. Nada más lejos de su actitud y de su forma de ser. 

En la introducción de su libro Ortodoxia, expone que el propósito del mismo era reaccionar a las quejas de los afectados por su obra anterior: Herejes. Le habían recriminado que criticase las ideas y creencias de los demás sin haber expuesto las propias. Aceptó el reto y escribió una obra profunda y sorprendente considerada la mejor apologética del cristianismo del siglo XX.


En Ortodoxia, Chesterton reacciona a la modernidad de su época. El nihilismo del siglo XIX, el debate entre el materialismo y el idealismo hegeliano, el pesimismo de Schopenhauer en su metafísica de la Voluntad frente al vitalismo Nietzscheniano dejaban al pensamiento moderno del siglo XX ante un precipicio. Frente al progresismo como supuesto avance, Chesterton se mostraba reacio y reaccionaba (se le tachó de reaccionario) con el sentido común que le caracterizó a lo largo de toda su vida: “en el borde de un precipicio sólo hay una manera de ir para adelante: dar un paso atrás.” Por eso, dedicó un capítulo entero de Ortodoxia al suicidio del pensamiento.


Así como la Edad Moderna inició con la redefinición de los límites del mundo conocido con el descubrimiento de América tras el arduo viaje de Colón, los pensadores en la modernidad habían zarpado hacia nuevas fronteras del pensamiento buscando superar los límites de sus propios puertos de partida. En Ortodoxia, Chesterton confiesa que, como sus coetáneos, se había embarcado en la búsqueda de sus propias creencias, de su propia herejía. Y como navegante que saliendo de Inglaterra acaba por descubrir sin darse cuenta la propia Inglaterra, Chesterton se da cuenta de que su sofisticado credo, en realidad, no es nuevo; es el Credo de los Apóstoles. “Me esforcé en inventar una herejía propia y, después de darle los últimos retoques, descubrí que era la ortodoxia”.


Ulises, tras veinte años de viaje, llega a Ítaca. Todas las peripecias vividas en su Odisea (sirenas, Calipso, cíclope, etc.) y el tiempo le han transformado. A su llegada, disfrazado de viejo mendigo nadie le reconoce; lo único que al final le permite recuperar su identidad ante Penélope es un signo que sólo ambos conocen. El lecho conyugal no se puede mover pues una de sus patas es un olivo que conserva sus raíces en la tierra. De todo su atípico viaje, lo que le permite retomar su lugar en el mundo son las raíces de su lecho, la tradición. De forma análoga, Ortodoxia es para Chesterton puerto de partida y destino y las raíces de su propio lecho para redescubrir su lugar en el mundo tras su paradójico viaje.


Como las buenas obras, la lectura de Ortodoxia atraviesa el tiempo para interpelarnos en la actualidad. En un mundo en el que el Ulises de Joyce inauguró el naufragio del hombre posmoderno sin lugar de retorno, ni raíz, ni Verdad; Chesterton nos sigue legando la posibilidad de un viaje con retorno para redescubrir con asombro nuestros viejos puertos, la riqueza de nuestra tradición y de nuestra fe.


Hoy más que nunca, precisamos de la sagacidad y el sentido común de Chesterton en un viaje paradójico hacia nuestros puertos para el que sí necesitamos estas alforjas. Si usted se siente reacio ante las narrativas posmodernas que se obstinan en destruir lo humano, le invito a reaccionar. Zarpemos juntos con la lectura de Ortodoxia.


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