El Papa Francisco, en la Audiencia General del pasado 03 de mayo de 2023, advirtió, en el marco de las conclusiones de su viaje a Budapest (Hungría), que “Europa está en crisis”, alentando a todos a “cuidar las raíces cristianas”. Uno de los motivos que puede estar detrás de esta “crisis” es precisamente la desintegración de la sociedad.
La desintegración de los hombres ocurre, tal y como nos comenta D. José Pedro Manglano en su libro Santos de Copas, cuando: “la cabeza nos tira por un lado, la voluntad por otro, la apetencia por un tercero y la presión del ambiente por otro completamente distinto”. Y esta desintegración, que no hace más que avivar esa “crisis” de la que nos habla el Pontífice, se muestra en nuestro día a día en conductas tan habituales como el hecho de disimular con la mentira y la hipocresía, la externalización la culpa, cuando encontramos en nosotros mismos sentimientos de envidia hacia los demás, etc.
Por el contrario, en la medida en que conseguimos que sea lo mismo “lo que queremos, lo que pensamos y lo que hacemos”, estaremos avanzando, dentro de nuestras vidas, en el proceso de madurez. Es más, la madurez y la santidad de una persona se manifiestan precisamente en una creciente integración, lo que permite disfrutar de una gozosa unidad de manera espontánea.
En este ámbito, la Unidad de los Cristianos puede ser un efectivo antídoto para combatir esta desintegración generalizada que atraviesa la sociedad. De hecho, el Papa Francisco señalaría en la tradicional Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos del año 2022 que “los cristianos, en la diversidad de nuestras confesiones y tradiciones, somos peregrinos en camino hacia la plena unidad, y nos acercamos más a la meta cuanto más mantenemos fija la mirada en Jesús, nuestro único Señor”.
Esta Unidad de los Cristianos es precisamos el sueño de Cristo. Por ello, antes de morir en la cruz diría Jesús: “Padre, que sean uno como tú y yo somos uno”. Y justamente esto ha sido lo que no ha sucedido dado que los cristianos seguimos divididos (en diversas confesiones), lo que hace precisamente que persista la desintegración y la situación de crisis que el cristianismo sufre. Lograr la citada unión, tal y como señalaba el Papa Juan Pablo II, “solo puede ser un regalo del Espíritu Santo”.
En este contexto, es de interés profundizar en dos ideas en particular: la Sintonía con Dios y, sobre la base de esta sintonía, la Unidad.
Respecto de la Sintonía con Dios, hay que indicar que “sintonía” hace referencia al “tono”. En este sentido, debemos preguntarnos ¿Qué tono mantenemos frente a Dios? Estar en sintonía con Dios sería estar en su misma frecuencia; esto es, cuando todo fluye. Sin embargo, lo que suele suceder es que nos falta sintonía (o “tono”) con Dios, lo que deriva en que no haya entendimiento, favoreciendo en última instancia nuestra desintegración. Debemos, pues, tender a alcanzar la sintonía con Dios, que es la base que necesitamos para poder tender hacia la Unidad. En este sentido, la oración y los sacramentos pueden favorecer el estar en sintonía con Dios.
Por su parte, Dios es el Dios de la Unidad. Yendo más allá, podemos decir que es el Dios de la “Unidad” en la “diversidad” –dado que no hay que olvidar que integra al Padre, Hijo y Espíritu Santo–. La batalla que se desencadena en el mundo es precisamente entre esa Unidad (Dios) y la separación o división (Diablo, Satanás). Cuando gana la unidad, gana Dios. Sin embargo, cuando gana la división, gana Satanás.
Al hablar de la Unidad o de la división, podemos verlo en diferentes niveles: a nivel de la propia persona, a nivel de familia, a nivel de trabajo, a nivel de Iglesia. Es en este punto en el que cada uno debemos preguntarnos ¿Qué papel jugamos dentro de cada uno de estos niveles? ¿Generamos unión o generamos división?
Algo que nos puede provocar la división/separación puede ser el mirar a los otros con objetividad. ¿Por qué? Porque no debemos de mirar a los otros como “objetos”, sino que debemos hacerlo como “sujetos” que son –dado que cada persona tiene sus sentimientos, su historia, sus debilidades, su capacidad o incapacidad de amar, etc.–. Por ello, se debe poner el énfasis en la subjetividad.
Es más, lo que nos suele dividir y separar a unos de los otros suelen ser realidades objetivas; esto es, cuando nos amparamos en que tenemos razón (en esos motivos objetivos) para aportarnos de otras personas. Sin embargo, nos olvidando de mirar con piedad y subjetividad al prójimo. Y, precisamente, cuando miramos al prójimo con subjetividad, lo que sucede es que aquellas realidades objetivas que, a priori, nos pueden separar, justo harán lo contrario: unirnos más a ese otro.
En este punto, podemos traer a colación ese proverbio romano que dice: “Pro bonus pacis” o “hacer cualquier cosa por conservar la paz”. Ello supone sacrificar realidades (cuestiones objetivas) por el bien de la paz. También se podría citar las palabras del primer ministro de Reino Unido (Chamberlain) en la Conferencia de Múnich para evitar la 2ª Guerra Mundial, donde dijo que: “Por conseguir la paz vale cualquier cosa”.
Para lograr poner la “subjetividad” sobre la “objetividad” nos debemos valer de un filtro interior que nos ayude a filtrar (eliminar) todo aquello que nos separe o nos divida. El mayor ejemplo es Cristo en la cruz, con los brazos en cruz, cuya finalidad es precisamente unir lo más difícil de unir: el cielo y la tierra.
De igual modo, un seguidor de Cristo no puede limitarse a estar en “su mundo”, sino que debe estar (como Cristo) tratando de unir y de alcanzar esa Unidad. Por ello, un seguidor de Cristo debe ser alguien que una lo que está dividido. Debe de evitar que entre en él (en nosotros) lo que nos pueda distanciar de otros. Como nos podemos ver incapaces de llegar a ello, hay que pedir al Señor que nos ayuda a aniquilar juicios que tengamos frente a otras personas que nos provoquen desunión; hay que poner ello en presencia del Señor.
Sobre la base de todo ello, fijémonos, cada vez que comulguemos, en el Pan, que es el mayor símbolo de Unidad. Hay que aplicarlo a nuestras vidas. Para lograr esa unión, debemos tener sintonía con Dios; ya que, lo que nos quita esa sintonía es precisamente la desunión/división.
Sólo cada uno de nosotros decidimos si queremos pactar con la unión, o si queremos pactar con la división. En nuestro corazón debemos fortalecer ese filtro interior que nos impida arraigar todas esas conductas que nos llevan a la desunión. Debemos, pues, ponernos en la cruz, estando dispuestos a “morir” en ella para salvar la unidad.
Para concluir, traer a colación esta oración al Padre: «Todavía te queda trabajo conmigo, pero dame la unidad. Que seas más mío, que yo sea más tuyo. Que los dos seamos uno. Me gustaría que nada tuyo fuera postizo en mí. Todavía no somos uno. Quiero estar injertado a ti, y tener tu misma Vida».
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